Una noche, cuando tenía siete años, yo estaba con fiebre muy alta, y debido a la fiebre tenía convulsiones. Mi papá llamó a mi abuela y le pidió que orara por mí. Dijimos juntas el Padre Nuestro. Mi abuela me preguntó qué había aprendido en la Escuela Dominical ese domingo y le dije: “Dios es Amor”. Y puesto que Dios me ama, Él nunca me envía nada que no sea bueno.
Por eso estábamos seguros de que Dios no había hecho la fiebre.
Muy pronto me dormí. Cuando la Abuela me vino a ver temprano por la mañana, yo estaba jugando en el patio. Todo estaba bien.
Estoy muy agradecida a Dios porque Él es Amor.
Ottawa, Canadá
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