La expresión “calidad de vida” admite más de una definición de acuerdo con las circunstancias en las que se la utiliza, pero se asocia a menudo con el estado de nuestra salud, nuestro bienestar económico y nuestro derecho innato a sentirnos amados. Cuando algunos de estos tres aspectos de nuestra existencia, esenciales para sentirnos realizados y felices, parece no estar satisfecho, decimos que nuestra “calidad de vida” debe mejorar. Para ello, concluimos, necesitamos tener más dinero, mejores oportunidades, encontrar a una persona en particular que alegre nuestra existencia, o sanar una antigua o nueva dolencia corporal o emocional.
Sin embargo, los esfuerzos que se hacen para encontrar felicidad y realización a través de nuestra voluntad (como los esfuerzos, planes o proyectos personales) o de medios materiales (como nuestra cuenta bancaria, educación, experiencia) a menudo fracasan, simplemente porque nos llevan a buscar satisfacción y realización donde no las hay. Cristo Jesús, lo expresó así: “El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha”. Juan 6:63.
El libro Ciencia y Salud dirige nuestra búsqueda de la felicidad hacia fuera de la materia, hacia la totalidad y posibilidades ilimitadas del Espíritu. Mediante su lectura he aprendido que la calidad de nuestras vidas depende de la calidad de nuestros pensamientos. Si tenemos una visión pesimista, oscura o temerosa del mundo y de la vida, es muy posible que veamos manifestados en nuestra experiencia los resultados de ese estado mental. Por el contrario, una visión de la vida amplia, gozosa, entusiasta, se manifiesta en progreso y oportunidades de desarrollo crecientes.
Hay un párrafo en este libro que dice: “Para ser verdaderamente feliz, el hombre debe armonizar con su Principio, el Amor divino; el Hijo debe estar de acuerdo con el Padre, en conformidad con Cristo”.Ciencia y Salud, pág. 337. Este pasaje me hace pensar que, para tener una existencia dichosa, es imprescindible mirar hacia Dios y poner nuestros pensamientos en línea con Él. Para ello es esencial cuidar como un tesoro de nuestro sentido de unidad con el Amor divino y mantenerlo siempre (especialmente cuando las circunstancias parecen adversas).
Por vivir en un país de Latinoamérica, donde las economías están tradicionalmente en crisis, siento la necesidad de orar activamente cada día para reconocer que Dios es la fuente inagotable de la provisión y que mi vida y mi progreso no están sujetos a decisiones de los gobiernos, ni a ciclos de recesión, inflación o depresión. La ley divina de abundancia está siempre otorgando el bien desde Su propia plenitud, sin distinciones de norte o sur, países desarrollados o países empobrecidos. Cuando siento que mis posibilidades de progreso están limitadas por las circunstancias particulares del país en que vivo, oro para reconocer que mi morada está en Dios, donde las posibilidades de progreso existen y están disponibles para todos. Estas palabras de Ciencia y Salud siempre me traen inspiración: “...la Vida se sostiene a sí misma... Nuestra ignorancia respecto a Dios, el Principio divino, es lo que produce la aparente discordancia, y comprenderlo a Él correctamente restaura la armonía”. ibíd, pág. 390.
Comprendí que Dios tiene la responsabilidad de cuidar de nosotros.
Si Dios sostiene nuestra vida (y también nuestra “calidad de vida”), no somos responsables personalmente de generar ingresos para mantenernos a nosotros mismos o a nuestras familias; todos podemos expresar la provisión divina del Espíritu, que siempre fluye, es suficiente, y siempre está a la altura de las circunstancias. Cuando experimento escasez o discordia de cualquier clase, me inspira saber que una adecuada comprensión de Dios puede transformar mi punto de vista y satisfacer mi necesidad.
Hace algunos años, tuve una experiencia que fortaleció para siempre mi confianza en la realidad y totalidad de la Vida infinita, Dios. A fines del año 1982, mi país, Uruguay, pasó por un doloroso proceso económico al que se lo conoció como “quiebre de la tablita”. Para explicarlo en pocas palabras, el valor del dólar en relación a la moneda uruguaya se duplicó en el término de unas pocas horas. Esto hizo que mucha gente que había contraído deudas en dólares viviera momentos de enorme angustia económica, pues de la noche a la mañana encontró que sus obligaciones financieras se duplicaron. Para otros, significó una drástica reducción de sus ingresos, ya que los precios de la mayoría de los artículos de primera necesidad aumentaron considerablemente.
Para poder sobrevivir a aquella encrucijada económica, mis padres compraron una pequeña tienda de negocios. Durante nuestro primer día de trabajo en aquella actividad, mi mamá comenzó a quejarse de que no se sentía bien. Luego se puso pálida y dijo que no sabía bien qué le pasaba; se sentía como que se estaba yendo. Recuerdo que yo, que en esa época era muy jovencito, me aterroricé ante lo que estaba pasando y salí corriendo y gritando hacia la calle en busca de ayuda. Al llegar a la esquina sentí como si una mano se posara sobre mi hombro y me hiciera girar. Entonces escuché en mi conciencia estas enérgicas palabras: “¿A dónde vas? ¡Dios es su Vida! ¡Dios es su vida!” Asombrado, me detuve, volví a la tienda, y encontré a mi mamá, ya recuperada, diciendo: “Ya pasó todo; me siento bien”.
Ese mensaje, “¡Dios es su Vida!”, que me llenó de tanta fuerza, se transformó para mí en una luz que me ilumina y guía cada día. Sé que su significado no se limita a una determinada persona o experiencia en el pasado, sino que puede aplicarse a todos los hombres, aquí y ahora, para sanar situaciones de enfermedad, escasez o sufrimiento. Cuando estoy en dificultades, o veo a alguien que necesita ayuda, recuerdo: “¡Dios es nuestra Vida!” Cuando partimos de la base de que Dios, el Espíritu, es la única Vida que existe, podemos concluir que cada uno de nosotros es espiritual, que es la expresión plena de la Deidad, y que posee por derecho divino salud, vitalidad, abundancia, inteligencia, satisfacción. Cada uno posee vida eterna, sin límites.