Después de graduarme de la universidad, conseguí un trabajo en una compañía de artes gráficas en Chicago. Al cabo de dos años tenía un amplio conocimiento del proceso y podía tomar parte plena de la operación.
De vez en cuando, se me pedía que fotografiara los productos de la competencia. Los negativos eran utilizados como base de los productos que nosotros vendíamos con nuestro propio nombre. Esto ocurría con poca frecuencia, no obstante siempre me hacía sentir incómodo. Me daba la impresión de que estábamos tomando algo con un valor asignado y poniéndole nuestro nombre.
Un día pedí que no me asignaran más esa labor. Cuando me preguntaron por qué, les dije que no me parecía correcto tomar fotografías de productos de los demás. También les manifesté que los resultados obtenidos al trabajar de esa forma eran de inferior calidad a los que lográbamos en nuestro proceso normal, y por lo tanto comprometía desde el comienzo la calidad de nuestro producto final.
Lo hice porque interiormente me preocupaba y necesitaba liberarme de algo que para mí era moralmente cuestionable. Pero mi objeción, inesperadamente, repercutió por toda la compañía y terminó en una reunión con el presidente. Me dijo que lamentaba despedirme, pero que no podía tenerme en su empresa si él no podía contar con que yo cumpliría las órdenes que se me dieran. Acordamos entonces en que yo me iría dos semanas después.
Esa noche pensé mucho en lo ocurrido. Yo no esperaba que llegaría a perder mi empleo. Sin embargo, sentía que debía expresar mi objeción. También oré para saber qué hacer.
Los días siguientes fueron un poco tensos. Algunos compañeros me dijeron que olvidara todo el asunto. Incluso conversé varias veces más con el presidente. Él no podía entender por qué razón esa práctica no me parecía correcta, cuando lo era para él.
Le aseguré que no era buena para ninguno de los dos. Le recordé que en todos los aspectos de nuestra labor él compraba los mejores materiales y equipos que podía encontrar. Estaba en la avanzada de la tecnología y colaboraba en conjunto con casi todos los proveedores para mejorar la calidad de los materiales con los que teníamos que trabajar. Fabricaba el mejor producto que sabía hacer. ¿Acaso no era incongruente tratar de tomar atajos? Le sugerí que su negocio merecía y podía hacer lo mejor.
Durante ese período de dos semanas, un día recibimos un comunicado originado por el ramo industrial al que pertenecíamos que trataba sobre esa práctica en particular. La carta básicamente decía que en ese momento no existía ninguna ley en contra de esa práctica, no obstante, había legislación pendiente que muy pronto otorgaría protección de derechos de autor para quien originara un producto.
Al leer esa carta se me ocurrió que mientras esa práctica no fuera ilegal, la podía llevar a cabo y se lo dije al presidente. Le comenté que hasta que hubiera un cambio en la ley, yo podía continuar trabajando para la compañía. Él acepto esto.
Lo más interesante del caso es que nunca más fotografiamos otro producto de la competencia. Simplemente nunca se presentó la ocasión. Y según recuerdo, tampoco se habló más sobre el particular.
Una noche, como un año después, observé que se había producido un verdadero cambio. Nuestro presidente fue el orador invitado durante una cena de la organización que nucleaba este ramo industrial, y yo estaba entre el público. Él hizo referencia a la práctica de apropiarse del trabajo de otra compañía y habló muy elocuentemente en contra de hacerlo. Anunció con orgullo que él dirigía un “negocio limpio”, y recomendó esto a la gente del ramo.
Expresé mi objeción y parecía que iba a perder mi empleo.
Después de eso trabajé otros dos o tres años más para esa empresa. Hicimos muchos productos y dimos curso a muchas mejoras, y el negocio fue creciendo cada vez más. Al estar dispuesto a asumir una posición moral por mi cuenta, y permitir que otros con el tiempo asumieran la misma postura con la firmeza que yo lo había hecho, no sólo yo no perdí el empleo, sino que con el tiempo tanto mi compañía como la industria se vieron beneficiados.