En noviembre pasado, sin ninguna razón aparente, comenzó a dolerme tanto el hombro que no lo podía mover ni tocar. Cuando mi esposo observó que cada vez me resultaba más difícil encontrar una posición confortable para dormir, pensó que lo mejor era llevarme al hospital. Eso fue un domingo.
Me tomaron radiografías y la doctora me informó que tenía el hombro calcificado o "congelado". Me dijo que me llevaría alrededor de un año y medio recuperarme. También me informó que tendría que recibir fisioterapia combinada con algún otro tratamiento, para disminuir el dolor y apresurar la recuperación.
Le dije a mi marido que no estaba conforme con seguir ese tratamiento y que me apoyaría en la oración para sanar. Me comuniqué con una practicista de la Christian Science y le pedí que orara por mí. Durante nuestra conversación le mencioné que había estado sintiendo los efectos de algunos asuntos familiares no resueltos, y que pensaba que ésa era la fuerza que estaba detrás del problema. La practicista, sin embargo, muy pronto me recordó que Dios nunca castiga. Y esa afirmación fue un verdadero alivio para mí, ya que concordaba plenamente con la idea de un Dios que es Amor.
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