Bienvenidos. Así nos sentíamos en mi familia cuando hace años comenzamos a leer El Heraldo. Era como entrar a un lugar especial que nos recibía con los brazos abiertos. Mi esposo y yo nos enfrascábamos en los relatos de gente sanada por medio de la oración y en los artículos que aclaraban mi recién adquirido conocimiento de la Christian Science. Mis hijos, muy pequeños todavía, me pedían que les leyera una y otra vez las historias para niños.
Eran mis primeros pasos en lo que luego sería mi único camino posible en la vida. Así que El Heraldo tiene un lugar de privilegio en los recuerdos de esa época de descubrimientos espirituales.
El único camino posible en la vida.
Más tarde, cuando tuvimos que trasladarnos al interior del país, a lugares apartados de las grandes ciudades, El Heraldo fue de singular importancia para enseñar a mis hijos las lecciones de amor, de tolerancia y de disciplina adecuados a su edad. También fue como un compañero y amigo para mí cuando mi esposo tuvo que permanecer por meses fuera del país debido a su trabajo. En sus páginas encontré el inmenso amor de Dios que nos envolvía y confortaba haciendo más llevadera la ausencia. De manera que tanto mi gente como yo tenemos una relación muy especial con esta publicación.
Aunque ahora los integrantes de mi familia viven en diferentes países, El Heraldo continúa siendo para todos una fuente de inspiración y curación. La finalidad que su fundadora, Mary Baker Eddy, se propuso para esta revista, “...proclamar la actividad y disponibilidad de la Verdad”, se ha cumplido ampliamente en nuestra vida.
Estoy segura de que el temario de este mes va a satisfacer a los lectores trayéndoles esa inspiración y curación que ha seguido brindándome — a través de los años. En este ejemplar encontrarán cómo una persona descubre que Dios, que es Amor incondicional, sólo quiere el bien para Sus hijos; otra, se da cuenta de que somos receptores de la provisión divina que satisface cada necesidad y una tercera, aprende cómo la lectura del libro Ciencia y Salud nos puede mostrar que el progreso es una ley constante de Dios.
Con afecto,
Columnista invitada de Montevideo, Uruguay