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El progreso en su verdadera dimensión

Del número de julio de 2004 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Esta estrofa es parte de una poesía contenida en uno de los libros de texto cuando cursaba el cuarto grado de escuela elemental:

Es puerta de la luz un libro abierto
Entra por ella niño y de seguro
Que para ti será en el futuro
Dios más visible,
Su poder más cierto.

Desde entonces comencé a asociar todo tipo de progreso con logros académicos y con la lectura. Leía todo lo que podía, además de los textos del currículo escolar.

Sin embargo, el contenido de algunos libros me deprimía porque atribuían condiciones económicas, de salud y de éxito en la vida a rasgos de carácter y capacidades heredadas. Contra estas condiciones parecía ser muy complicado luchar y no me sentía muy motivado en mi intento por hallar progreso.

Otros libros enfocaban el tema del progreso relacionándolo con la suerte, el destino o el azar, y este último muchas veces estaba en manos de Dios, lo que era tan frustrante como los rasgos congénitos.

Pero el primer libro que me llamó la atención y me dio esperanzas fue la Biblia, aunque la leí muchas veces y no la entendía.

Con el tiempo conocí una religión distinta a la de mis padres, y mi deseo de profundizar en el conocimiento de Dios fue tan grande, que me dediqué absolutamente a su práctica. Logré despertar el interés de la gente que estaba al frente de este movimiento religioso y me dieron una beca para estudiar teología en Estados Unidos.

Mi familia se sintió muy feliz, y yo veía esta oportunidad como la mejor de mi vida. Prediqué en muchos países hasta que enfermé de artritis. Me sentía muy incómodo ofreciendo salud a multitudes, viendo mi propia salud seriamente amenazada. Clamaba a Dios de todas las formas posibles, pero no lograba mejoría. Entonces me retiré de esa actividad con tan solo veintiocho años de edad.

Más tarde conocí a un señor de unos setenta años, y le comenté de la enfermedad que padecía. Hablamos de muchas cosas, pero lo que más me llamó la atención fue su buena salud, que él atribuía a la lectura de un libro. Me interesé muchísimo y lo compré. Era Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy.

Confieso que no fue fácil armonizar algunos conceptos teológicos y me demoré años antes de aceptar el mensaje del Principio sanador expuesto en el libro. Sin embargo, frase de la página 233, que dice que “el progreso es la ley de Dios,” inició un cambio total y radical en mi pensamiento. Fue realmente una revelación. Esta declaración, junto con lo que dice el Génesis, “Y creó Dios al hombre a su imagen conforme a su semejanza”, terminaron por abrir mis ojos al glorioso hecho de que ninguna sentencia genética, hereditaria o del azar podía condenarme a una condición sin esperanza.

¿Recuerdan la Poesía “Es puerta de la luz un libro abierto”? En un momento determinado, leí la obra La unidad del bien, también escrita por Mary Baker Eddy, y encontré estas líneas: “Pensemos más bien que Dios dice: Yo soy el bien infinito, por tanto, no conozco el mal. Morando en la luz, no puedo ver sino el esplendor de Mi propia gloria”.Unidad, pág. 18. Esto me llevó a pensar que la luz no puede tener conocimiento de la oscuridad ni la verdad de la mentira. De la misma manera la vida no conoce la muerte y la salud no conoce la enfermedad. No sé cuanto tiempo estuve razonando al respecto, pero una mañana en que hacía mucho frío noté que ya no sentía dolor en las articulaciones. Me lavé las manos con agua fría y no sentí dolor. Me duché con agua bien fría y el dolor no apareció. Comencé a saltar y a llorar como un niño porque vi que estaba sano y que no sentía los espasmos que antes había tenido. Me había sanado totalmente de la artritis.

Si esta verdad era efectiva para mi salud también lo era para mi progreso. Aunque este progreso ya no significaba solamente la obtención de un buen carro, una buena vivienda o negocio. Aprendí que el verdadero progreso comienza en la pureza de motivos, en la honestidad de los actos, en la honradez en las relaciones, en la tolerancia y bondad en el trato con nuestros semejantes, que es lo mismo que respetar los derechos individuales de todos.

Una pregunta de Jesús ilustra la condición humana: “¿Qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una dracma, no enciende la lámpara, y barre la casa, y busca con diligencia hasta encontrarla”? Lucas 15:8.

Las cosas que creo no tener, ahora sé que tan solo las he perdido de vista, y que al encender “la lámpara” de inspiración espiritual y “barrer” mi “casa”, o desechar el miedo y el pesimismo, puedo encontrar las aptitudes y capacidades que me traen alegría y felicidad.

Desde entonces he ido encontrando una ocupación cada vez mejor porque, al identificar que mis aptitudes se originan en Dios, me he ido ubicando en las cosas que me gustan y soy capaz de hacer y con las cuales puedo ser útil.

Una prueba de ello es que hace un año aproximadamente reabrí con mis hermanos una institución sin fines de lucro que cerré hace mucho tiempo. Con la ayuda de una entidad del estado colombiano, estamos distribuyendo alimentos para trescientos escolares de escasos recursos e implementando servicios de trabajo social, asesoría jurídica y protección a la “niñez vulnerable”.

La luz no puede tener conocimiento de la oscuridad, ni la verdad de la mentira.

Una compresión más profunda de Dios me ha bendecido de varias maneras. Me da paz y seguridad, permitiéndome conciliar el sueño y despertar con esperanza, algo que antes no estaba en mi inventario.

Esta línea de comportamiento es mi verdadero progreso. El mundo, con sus contrastes y angustias, representa solo un reto a los que lo afrontan, y cuando se hace con una orientación más espiritual se logra un progreso seguro.

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