Un día, cuando tenía dieciséis años, perdí la conciencia de camino a la casa de una amiga. Los médicos me diagnosticaron epilepsia. Después de hacerme los estudios, me dijeron que era propensa a tener ataques, a perder la conciencia y la memoria, a sufrir de dolores de cabeza y a tener falta de concentración.
Como me había apoyado en la oración para obtener curación en otras ocasiones, no acepté el tratamiento médico y le pedí a practicista de la Christian Science y a mis padres que me ayudaran con la oración. Me sentía confiada en que sanaría completamente.
Los ataques epilépticos, sin embargo, continuaron por dos años. Cuando entré en la universidad me dijeron que una de las condiciones para aceptarme era que tomara tres tabletas al día para reducir el riesgo de tener un ataque. Acepté esto aunque continué orando y apoyándome en Dios. Las tabletas parecieron controlar la enfermedad en cierto grado, no obstante, los ataques persistieron a tal punto que mi familia era muy cuidadosa cuando me permitían cocinar o trabajar en la cocina. Mientras conversaba con la gente de pronto me quedaba con la mente en blanco y mirando un punto fijo, sin siquiera darme cuenta de que había transcurrido el tiempo. Tenía constantemente migrañas y vahídos.
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