Un día, cuando tenía dieciséis años, perdí la conciencia de camino a la casa de una amiga. Los médicos me diagnosticaron epilepsia. Después de hacerme los estudios, me dijeron que era propensa a tener ataques, a perder la conciencia y la memoria, a sufrir de dolores de cabeza y a tener falta de concentración.
Como me había apoyado en la oración para obtener curación en otras ocasiones, no acepté el tratamiento médico y le pedí a practicista de la Christian Science y a mis padres que me ayudaran con la oración. Me sentía confiada en que sanaría completamente.
Los ataques epilépticos, sin embargo, continuaron por dos años. Cuando entré en la universidad me dijeron que una de las condiciones para aceptarme era que tomara tres tabletas al día para reducir el riesgo de tener un ataque. Acepté esto aunque continué orando y apoyándome en Dios. Las tabletas parecieron controlar la enfermedad en cierto grado, no obstante, los ataques persistieron a tal punto que mi familia era muy cuidadosa cuando me permitían cocinar o trabajar en la cocina. Mientras conversaba con la gente de pronto me quedaba con la mente en blanco y mirando un punto fijo, sin siquiera darme cuenta de que había transcurrido el tiempo. Tenía constantemente migrañas y vahídos.
En mi tercer año, mientras trabajaba en una compañía de investigación de mercado, decidí dejar de tomar los medicamentos y apoyarme completamente en Dios, con la convicción de que Él me mantendría viva, sucediera lo que sucediera. Ya no tenía miedo de estar sola en "lugares peligrosos", como las estaciones de metro, en caso de que me diera un ataque de epilepsia.
En mi último año, debido a mi creciente deseo de obtener una más profunda comprensión de la leyes de Dios y de su aplicación, decidí tomar Instrucción en Clase en la Christian Science. Le conté a mi maestra acerca de los accesos de vahídos y períodos de semiinconsciencia y ella me apoyó con su oración.
Una noche, pocas semanas antes de la clase, experimenté algo muy especial. Estaba en mi habitación sentada en mi cama cuando sentí como si me saliera agua de los oídos, pero nada salió. Instantáneamente supe que estaba sanada. Llamé por teléfono a mis primos y les dije: "!Estoy sana!" "!Estoy sana!"
No puedo señalar específicamente cómo oré por mí misma en aquella época, pero siempre me aferré a las curaciones del niño epiléptico y del hombre lunático que vivía en los sepulcros, que hizo Jesús, como ejemplos de que tenía que ser desafiante ante los reclamos de los "espíritus malvados". (Véase Mateo 17:14–20 y Mateo 18:28–32). Obtuve fortaleza y esperanza del hecho de que Jesús no se sintió impresionado por los ataques de epilepsia ni por las demandas del mal de que lo dejaran solo. Él sabía muy bien quién era el Maestro y quién tenía el control, y, finalmente, los falsos espíritus no tuvieron poder para resistir el mandato del Cristo, o la Verdad, de que salieran del niño y del hombre.
También me sentí inspirada por varios versículos de la Biblia, tal como esta afirmación de los Salmos: "No moriré, sino que viviré, y contaré las obras de JAH" (118:17); y esta promesa de Segunda a Timoteo: "Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio" (1:7). También me dieron fortaleza muchos pasajes del libro Ciencia y Salud, en particular el siguiente: "Levantaos en la fuerza del Espíritu para resistir todo lo que sea desemejante al bien. Dios ha hecho al hombre capaz de eso, y nada puede invalidar la capacidad y el poder divinamente otorgados al hombre" (pág. 393).
Unos meses después, se presentó la necesidad de que me hicieran un electroencefalograma, prueba que había demostrado seis años antes que yo tenía epilepsia. La misma confirmó que "no había ninguna característica específica de epilepsia".
Agradecí a Dios por esta maravillosa curación. Las oraciones y el apoyo que recibí de practicistas, familiares y amigos significaron mucho para mídurante ese período. Además, estoy agradecida por todas las lecciones que aprendí, incluyendo la necesidad de tener persistencia, perseverancia y una fe inamovible, así como una comprensión cada vez mayor de nuestro derecho otorgado por Dios de superar toda forma de mal. Estas lecciones han continuado ayudándome inmensamente en todo problema que he tenido que enfrentar desde entonces.
Londres, Inglaterra