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“Quiero irme a casa”

Del número de julio de 2004 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace poco estaba hablando con un amigo y, como a menudo sucede, de pronto comenzamos a hablar de la comida. ¡Oh, cuánto deseaba él comer una carne en vaho! Nadie cocina como su mamá, y anhelaba sentarse con la familia un sábado por la tarde... Ésas son las cosas con que uno sueña. Pero en ese momento mi amigo estaba en Nueva York y su familia en Nicaragua.

Hoy en día, millones de personas dejan su tierra natal y su gente para encontrar trabajo y ganar suficiente dinero para sostener económicamente a los parientes que se quedaron en su país. Mi amigo hace cuatro años que vive en Nueva York. Regresaría a su casa mañana mismo, pero su mamá, su papá, sus hermanos y hermanas, dependen del dinero que él les envía todos los meses.

En Nicaragua el índice de desempleo sigue siendo muy alto, y si él no tuviera la buena fortuna de tener una visa para trabajar en los Estados Unidos nadie sabe cómo sobrevivirían sus familiares.

Sus amigos sólo piensan en lo afortunado que él es por poder vivir y trabajar legalmente en Nueva York. Mientras que él sólo piensa en cuán afortunados son ellos de vivir en su país de origen. Y si tenemos en cuenta los millones de trabajadores de Centro y Sudamérica que viven en Europa y los Estados Unidos, es obvio que no es el único que se siente así. Es normal querer estar en el país de uno, estar con familiares y amigos, pero cuando este deseo se transforma en una oscura nube que nos priva de nuestra alegría, es sabio tratar de superar ese sentimiento. La nostalgia nos impide tomar conciencia de las bendiciones que Dios nos da el día de hoy. Dondequiera que estemos Su bondad y Su amor nos rodean.

La siguiente idea me ha resultado útil cuando he sentido nostalgia por mi hogar. Mary Baker Eddy, fundadora de esta revista, escribió lo siguiente: “La distancia no separa los corazones”.Escritos Misceláneos, pág. 150. Pero es tan fuerte la tentación de pensar en nuestros sentimientos de soledad, que terminamos ignorando el bien que hay en nuestra vida. No necesitamos estar en la misma habitación con nuestra familia para expresarles nuestro afecto o para sentirlo. Mi esposa y yo puede que estemos sentados a la mesa cenando juntos o, como ocurrió hace poco, puede que ella esté en China y yo en Ecuador y, no obstante, nada nos puede impedir que sintamos la realidad del amor que existe entre nosotros. Un correo electrónico desde China puede ser tan cálido, sustentador y restaurador como nuestra conversación durante la cena. El hecho de que estemos separados geográficamente no nos deja a ninguno de los dos sin amor. El sentimiento de soledad es una advertencia de que me estoy olvidando de la fortaleza y realidad del amor que está siempre conmigo.

El afecto tiene sus raíces en el Amor divino, en el amor que es Dios. Cuanto más pensamos en la naturaleza del Amor divino, más sentimos su certeza. El Amor divino no está limitado por la geografía. Cruza fácilmente el océano, se eleva por encima de las cadenas montañosas. Y nunca necesita visa para poder cruzar las fronteras nacionales.

El Amor divino nos mantiene unidos a pesar de la distancia.

El Amor divino es una certeza sólida, inmutable y permanente en nuestra vida. Nos brinda consuelo perdurable, verdadera seguridad y felicidad. La Biblia dice que somos “la niña de sus ojos”; se nos dice que este lazo entre Dios y nosotros es tan fuerte que es como si estuviéramos tallados en la palma de Su mano. Véase Deuteronomio 32:10; Salmo 17:8; Isaías 49:16. El libro de Jeremías presenta el amor de Dios de la siguiente manera: “Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia”. Jeremías 31:3. Este amor es el elemento principal de nuestra vida. Ya sea que estemos en casa con la familia, afuera del país trabajando en España o Estados Unidos, en Chicago o en Los Ángeles, el amor de Dios, el poder de este amor, es seguro y permanente.

El Amor divino no es abstracto. Se manifiesta de manera práctica en nuestra vida diaria. Sentimos su apoyo, nos da fortaleza y el deseo de seguir adelante. Contribuye a que nuestras oraciones sean más inspiradas y a que sean respondidas. El amor que es inspirado por Dios es muy poderoso. Es lo que nos ayuda a sentirnos cerca de nuestra familia cuando leemos sus cartas o hablamos con ellos por teléfono. Es lo que protege los lazos del afecto. Nos muestra evidencias de apoyo y cuidado amoroso en nuestra vida cuando estamos en otro país, en una cultura distinta. Cuando prestamos atención al amor de Dios, cuando pensamos en el hecho de que está a todo nuestro alrededor, cuando nos sentimos agradecidos porque este Amor cuida de nosotros, nos provee de lo necesario, nos guía, y nos volvemos más conscientes del bien que tenemos. Reconocemos las bendiciones que recibimos y nos sentimos mucho menos mesmerizados, o tentados a pensar todo el tiempo, en lo tristes que nos sentimos por estar lejos de casa.

Va a llegar el momento en que todos descubrirán lo maravilloso que es sentirse con Dios, como se sienten en casa. El escritor del Salmo 23 hizo eso cuando escribió: “Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa de Jehová moraré por largos días” (versículo 6). M. B. Eddy nos ayuda a ver más de la promesa espiritual de este pasaje al presentarlo de la siguiente manera: “Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa [la consciencia] del [Amor] moraré por largos días”.Ciencia y Salud, pág. 578.

Realmente no sé si sirven carne en vaho aquí, pero sí sé que todo lo que nuestro corazón necesita para que nos sintamos consolados y satisfechos, ya está provisto.

No podemos sufrir por hacer el bien. Esto es una ley divina. Si la solicitud y amor que sentimos por nuestra familia nos lleva a estar lejos de ella en este momento, no podemos sufrir a causa de ese amor. Dios ha ordenado que seamos bendecidos. Cada acto de generosidad es bendecido por Él. Cada sacrificio por aquellos que amamos tiene su recompensa, y es una recompensa que podemos experimentar hoy, no es retenida para otorgarla en un futuro incierto. Éste es el día en el que podemos ver la evidencia del amor de Dios.

El Amor divino mantiene a nuestra familia unida y provee todas nuestras necesidades. A medida que comprendemos esto descubrimos que el nombre del país en el que vivimos no es tan importante. Lo único que importa es que moramos “en la casa [la consciencia] del [Amor]” ahora mismo.

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