Afines del año 1996, fui despedido de la compañía en la que trabajé por más de 26 años. Si bien recibí los beneficios que otorga la ley y una adecuada compensación económica adicional, el golpe emocional fue muy difícil de superar en un comienzo.
Con el transcurso del tiempo, me fui acostumbrando y empecé a sobreponerme con la lectura y la participación en actividades académicas y culturales, pero nunca dejaba de reclamar en mi pensamiento, y cada vez en forma más intensa, el derecho que me asistía a poder trabajar, a generar ingresos, y a sentirme una persona responsable y, sobre todo, a demostrar mis capacidades y el desarrollo profesional acumulado durante años.
El caso es que, aun siendo Científico Cristiano desde aproximadamente treinta años, en esos momentos no supe recurrir a Dios correctamente, preocupándome más en buscar otro tipo de soluciones, sin obtener el resultado deseado. Pero a mediados de 1998 me di cuenta de que tenía a mi disposición una fórmula segura que no había tomado en cuenta. Es así como empecé a realizar un estudio muy detenido de la Biblia y de nuestro libro de texto a través de la Lección–Sermón y también de las demás publicaciones; en especial profundicé la lectura de El Heraldo de la Christian Science.
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