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La palmera danzante

Del número de mayo de 2005 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


QUIENES VIVIMOS EN EL ESTADO DE FLORIDA HACE UNOS MESES TUVIMOS NUESTRA BUENA DOSIS DE HURACANES. UNO, DOS TRES, CUATRO FUERON LLEGANDO CON AMENAZANTES NUBES, FUERTES VIENTOS Y LLUVIAS TORRENCIALES. HASTA CIERTO GRADO, IGUALMENTE IMPLACABLES ERAN LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN AL ANUNCIAR LAS TORMENTAS QUE SE ACERCABAN A LA COSTA. LOS METERÓLOGOS HACÍAN ALARMANTES PREDICCIONES, Y LOS PERIODISTAS EN LA TV DABAN TESTIMONIO DE LOS DRAMÁTICOS HECHOS QUE OCURRÍAN EN EL LUGAR, HABLANDO A LOS GRITOS Y AFERRÁNDOSE A UN FAROL DE ALUMBRADO PÚBLICO EN MEDIO DE LA TORMENTA.

No obstante, al mirar por la ventana, fui testigo de algo diferente que me llenó de esperanza. Sobrepasando en altura a los demás árboles, se erguía una majestuosa palmera sacudida por el viento. Al soplar de las poderosas ráfagas, el delgado tronco de la palmera se mecía moviéndose con gracia hacia un lado y hacia el otro, a la vez que sus hojas vibraban libremente. Era como si el árbol dijera: "Vamos, sopla todo lo que quieras. ¡Yo seguiré danzando!"

No quiero con esto subestimar el impacto que tuvieron estas tormentas, las cuales, si bien no afectaron la parte del estado donde yo vivo, causaron serios destrozos en otros lugares. Siento mucho compasión por aquellos que tuvieron que reconstruir sus hogares y negocios.

Sin embargo, no podía dejar de pensar en esa palmera. Razoné que si ella soportó aquellos vientos poderosos — e incluso bailó al ritmo de ellos — ciertamente los ciudadanos de Florida poseían esa misma elasticidad y vigor.

Este razonamiento se basaba en algunos pasajes notables en la Biblia sobre la talla del hombre, que es aún más sorprendente que esas palmeras que llegan a alcanzar más de treinta metros de altura. Por ejemplo, el Salmista dice del hijo de Dios: "Le has hecho poco menor que los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra". Salmo 8:5.

De igual manera, así como una palmera está asentada en buena tierra, el hombre, de acuerdo con San Pablo, "está arraigado y cimentado en el amor de Cristo". El hecho de que ese cimiento divino nos nutre de fortaleza y paciencia, se hizo evidente después cuando en las noticias comentaron que los residentes de mi estado estaban restaurando sus edificios.

Estamos arraigados y cimentados en el amor de Dios.

Por supuesto, puede que las tormentas más fuertes no tengan nada que ver con el estado atmosférico. Problemas familiares, enfermedades físicas y otras situaciones difíciles, pueden llegar a sacudirnos tan vigorosamente como un huracán lo hizo con una palmera que estaba en el jardín de un amigo mío en Jamaica. Cuando el ojo de la tormenta pasó por encima de su casa, el árbol cedió, doblándose casi por completo hasta tocar el suelo, y quedó arrancado parcialmente de raíz. Al principio mi amigo se sintió devastado, pero luego se animó al ver que vino otra ráfaga de viento que levantó el tronco derecho en su posición original.

Yo en cierta forma me sentí arrancada de mis raíces y vuelta a plantar cuando mi esposo falleció repentinamente, dejándome con una deuda sustancial y a cargo de mi joven hijastro. Además, poco después, me informaron que la compañía financiera en la que había hecho una inversión y que me había dado la hipoteca de la casa, se había declarado en quiebra, poniendo en riesgo todo el dinero que había invertido, además de que podría perder mi casa.

Consulté con un abogado quien, como pronosticando un huracán, dijo que me esperaban tiempos muy duros. Él creyó que iba a ser muy difícil que el tribunal de quiebras me otorgara siquiera una parte del dinero que había invertido. Para complicar aún más las cosas, yo había renunciado a mi empleo, estaba trabajando por mi cuenta y todavía no recibía ninguna entrada regular.

Por unos meses, como que la obstinación no me permitía avanzar; me negaba a pensar constructivamente y a orar. Abrumada por esta tormenta de privaciones económicas, me sentía indefensa.

Un día alguien me comentó que mi inversión estaba en peligro porque los bienes de la compañía no estaban asegurados por un banco. La palabra "asegurados" me hizo reflexionar. Pensé en mis más preciados bienes: mi familia, mis amigos y mi iglesia. ¿Acaso estaban ellos asegurados por una cuenta bancaria, una inversión o un sueldo? Por supuesto que no. Ellos podían soportar todo tipo de altibajos económicos porque eran dones divinos, asegurados por el Padre-Madre Dios. Además, ¿qué decir de mi provisión? ¿Acaso no era también una parte permanente de la herencia a la que tenía derecho por ser hija de Dios? Ciertamente, ¡nadie me podría engañar y quitármela!

Gradualmente empecé a ceder ante la posibilidad — es más, la expectativa — de que todo iba a salir bien. Sintiendo el constante amor que Dios tiene por mí, comencé a reclamar mentalmente lo que el divino Padre me había concedido. Dejé de pensar de qué manera me reembolsarían lo que había invertido y me mantuve firme sabiendo que Dios me recompensaría de una manea total y tangible.

Poco después, llamé a un funcionario de la nueva compañia de inversiones que había adquirido la anterior, y me dijo que él y sus colegas habían hablado sobre el dinero que se le debía a las personas como yo. Me dijo que su firma legalmente no era responsable porque no sabían de esas deudas cuando compraron la compañía. No obstante, habían llegado a la conclusión de que lo más honorable era devolvernos el dinero que habíamos invertido.

Me apresuré a contarle las buenas nuevas a mi hijastro. Le pregunté: "¿No te encanta lo que esto dice del hombre?" A lo que él me respondió: "A mí me encanta lo que dice de Dios".

Él tenía razón. Desde entonces lo que esa experiencia me dijo "de Dios" me ha ayudado a superar otras "tormentas" con más gracia. También me ha ayudado a confiar en el poder que tiene el Altísimo para traer restauración a todos los que en el mundo están pasando momentos críticos.

Mary Baker Eddy, la fundadora de la Christian Science, también vivió momentos turbulentos, no sólo por haber sufrido sino por haber sido traicionada por amigos. No obstante, la confianza que tenía en la supremacía de Dios, el bien, le permitió enfrentar desafías con resolución y expectativa de curación. Ciertamente hablaba por experiencia cuando escribió este verso en uno de sus poemas:

Me asienta firme la Verdad,
en roca fiel,
Se estrella el bronco vendaval
en su poder. Véase Colosenses 2:7.

Me alegra saber que cada uno de nosotros está arraigado y cimentado en el amor de Dios, el cual es mucho más poderoso que cualquier ráfaga perniciosa. Y si en algún momento la desesperación nos hace inclinar hasta el suelo — y la fuerza de los sucesos incluso nos desarraigan — Su Cristo nos volverá a plantar derechos y firmes en nuestra confianza en Dios.

Al mirar por la ventana en este claro y soleado día, veo a mi palmera preferida danzar en la brisa. Sonrío y agradezco a Dios por este hermoso recordatorio de Su cuidado siempre presente.

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