Mi esposo trabajaba para una empresa transnacional y habíamos vivido en varios países. En ese entonces él era Presidente de la firma en Argentina y Gerente General en Brasil. Vivíamos en este último país, cuando un día mi esposo viaja a la casa matriz en Estados Unidos y muere en el hotel.
Fue un golpe tremendo, y de un día para otro, me quedé sola a cargo de cuatro hijos. Entonces decidí que lo más acertado era regresar a vivir a México donde estaba mi familia.
La empresa me dio la pensión y los seguros que me correspondían, pero tenía que dejar a alguien de confianza en Brasil para que me girara el dinero de mi pensión y me vendiera los dos terrenos que teníamos allá. Hice todos los trámites necesarios, y dejé a un abogado y a mi chofer a cargo de enviarme mensualmente el dinero.
Me vine a México confiada y al poco tiempo de enviarme la pensión y nunca me mandaron el dinero del terreno que habían vendido. Y ocurrió que con las devaluaciones que hubo en mi país perdí casi la mayor parte del monto de los seguros que me había dado la compañía. Entonces me di cuenta de que necesitaba viajar a Brasil para arreglar la situación.
A consecuencia de todo esto, enfermé gravemente del corazón, y el médico me dijo que me tenían que operar. Fue entonces cuando vino a verme una amiga muy querida y le platiqué lo que me había pasado... y que tenía que viajar a Brasil, pero el médico me había prohibido hacerlo. Mientras yo hablaba ella me explicaba: "Tú no tienes nada, estás perfecta, eres hija de Dios, Él te cuida". Y yo decía entre mí, "Pero cómo me dice que no tengo nada si me están asegurando que si no me opero me muero?" Y pensaba en mis hijos. Pero ella me insistió en que si decidía ir a Brasil podía hacerlo tranquila porque nada malo me iba a pasar. Y decidí ir, contra la voluntad de todo mundo.
Entonces mi amiga me regaló tres Heraldos, y me dijo que los llevara a mano para leer en el viaje. Ya en el avión, como a la una de la mañana, empecé a leer los Heraldos y me pareció que los habían escrito para mí. Me emocioné y continué leyendo por mucho rato. Cuando llegué a Sáo Paulo tomé un taxi hasta la casa donde me iba a hospedar, y al llegar me di cuenta de que había desaparecido todo el peso que llevaba encima. Me había sentido como en una jaula sin poder salir, y de pronto vi la luz nuevamente.
Ni bien llegué le hablé a una abogada quien se hizo cargo del caso. Firmé unas solicitudes, y decidí irme a Curitiba a visitar unos amigos.
Una semana después, cuando estaba por regresar a Sáo Paulo, fui a la estación de autobuses a comprar el boleto y cuando llegué a la ventanilla, no sé por qué, pero me arrepentí y no lo compré, pensando que era mejor regresar dos días después.
A la mañana siguiente, empecé a mirar el Heraldo y vi que decía que había una iglesia de la Christian Science en Curitiba. Entonces decidí asistir al servicio religioso. Cuando escuché las lecturas del púlpito me pareció que estaban dirigidas a mí. Eran palabras de consuelo. Por primera vez escuché que la Biblia decia: "Jehová... al huérfano y a la viuda sostiene" (Salmo 146:9). Y esa promesa permaneció en mí.
Aquella noche, estábamos viendo la televisión, cuando de pronto cortaron la transmisión y mostraron un revuelo tremendo en la estación de autobuses de Sáo Paulo, exactamente a la hora en que yo debía llegar. La gente salía de los autobuses y les arrebataban la bolsa y les pegaban con palos. Mi amiga me comentó que si Dios no me hubiera retenido allí, me habría visto expuesta a sufrir esa misma suerte. Entonces yo ya no pude más, me levanté y me fui al dormitorio que me habían asignado; cerré la puerta, agarré los Heraldos y empecé a llorar de agradecimiento, diciendo: "Dios mío esto es lo que yo buscaba".
Cuando regresé a Sáo Paulo, la abogada ya me había arreglado todos los papeles. Lo único que necesitaba era encontrar a alguien de confianza a quien dejarle el poder para que cobrara mi pensión y me la enviara a México. Entonces una señora amiga se ofreció a hacerlo. Acepté su oferta, y ella me mandó cumplidamente mi pensión durante años.
A partir de allí comencé a estudiar la Christian Science con firmeza. Me ayudó mucho el pasaje de la Biblia donde Jesús dice: "Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá" (Mateo 7:7).
A pesar de la pensión que recibía, yo sabía que tenía que hacer algo para tener más entradas. Pero al mismo tiempo pensaba: "Cómo me voy a poner a trabajar o vender si soy la esposa del presidente de una transnacional, de un gerente, de un director. De ninguna manera, esas cosas no son para mí".
No obstante, el estudio de la Biblia y del libro Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, me ayudó muchísimo a superar esa posición. En especial este pasaje del libro de texto, pág. 242: "En paciente obediencia a un Dios paciente, laboremos por disolver con el solvente universal del Amor la dureza adamantina del error — la obstinación, la justificación propia y el amor propio — que lucha contra la espiritualidad y es la ley del pecado y la muerte".
Entonces comprendí que algo debía hacer, y Dios me iluminó. Vendí ropa, zapatos, cosméticos, hice lo que yo nunca había hecho. Incluso tuve un negocio de venta de artículos de limpieza. Era muy activa, y mis hijos me ayudaron, me apoyaron, nos sentimos felices, si bien extrañábamos la presencia de su papá que era un buen hombre, pero ya no con amargura.
Demás está decir que mi oración también me ayudó con el problema físico pues nunca tuvieron que operarme del corazón.
Entonces yo doy gracias a Mary Baker Eddy por habernos legado este libro tan fantástico, que nos hace cambiar, reflexionar, que nos hace sentir el amor de Dios. Le pido al Padre que ojalá las personas que necesitan ese amor que aún no conocen, algún día encuentren este camino tan hermoso que yo estoy transitando.
Hoy, cuando estoy sola en casa me pongo a cantar, me gusta mucho hacerlo, soy muy alegre, algo que yo ya había perdido; un regalo más. Bendito sea Dios, bendita sea la Ciencia.
Mexico DF, México