Mientras tomaba un curso de entrenamiento de vuelo militar en Nuevo México, caí seriamente enfermo. Mi sistema digestivo dejó de funcionar y me vino una fiebre muy alta, escalofríos, y no podía mover el vientre. Tenía tan inflamado el abdomen que me resultaba difícil caminar. Tenía miedo de tener algo muy grave, motivado quizás por una crema batida en mal estado que había comido.
Como acostumbro hacer cuando enfrento algún malestar físico, llamé a una practicista de la Christian Science para pedirle ayuda mediante la oración. Sentía que ése era el tratamiento más eficaz. Yo sabía que hay un solo Dios infinito, que es el bien, y necesitaba escuchar lo que Él me estaba diciendo sobre mi ser, en lugar de apoyarme en lo que me decían los cinco sentidos físicos. Sabía que las oraciones de la practicista me ayudarían a lograrlo.
Mi entrenamiento de vuelo realmente ofrece una interesante analogía para explicar mi deseo de apoyarme en medios espirituales para sanar. En la cabina tenemos instrumentos que nos dicen lo que está pasando, ya sea que estemos descendiendo, ascendiendo, virando a la derecha o izquierda. No obstante, lo que nos dicen nuestros instrumentos y lo que sentimos a menudo difieren. Por ejemplo, si estamos en las nubes, nuestro cuerpo nos puede engañar para que pensemos que estamos cayendo en espiral, aunque en realidad estamos trepando, y viceversa. El cuerpo no nos da una indicación confiable sobre lo que está realmente sucediendo con el avión. En el entrenamiento nos enseñan que tenemos que confiar en nuestros instrumentos de vuelo antes que en nuestros sentidos. De otro modo, somos engañados, y las consecuencias pueden ser desastrosas.
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