Vivo en una ciudad pequeña, situada al final de un valle, rodeada de río, montañas, dehesas con encinas y alcornoques.
Mis padres viven en un pueblecito en lo alto de una montaña, a media hora en coche de mi casa.
Voy a menudo a visitarles y paso algunas temporadas. Para subir al pueblo hay una carretera de montaña con muchas curvas.
A medida que he ido viajando y conociendo otros lugares en España y fuera de ella, al volver he comenzado a observar lo hermoso que es el lugar donde vivo y el camino que recorro para llegar a mi pueblo.
Estoy tan habituada a circular por él que no me había dado cuenta de que el sendero, aunque difícil y estrecho, es muy hermoso, como los caminos del Señor.
La carretera discurre primero por un valle muy verde al que da nombre el río Jerte, se divisan nidos de cigüeñas en las copas de los árboles y en los postes de la luz. Después comienza a subir por la ladera de la ladera montaña repleta de árboles: robles, higueras, olivos, castaños y cerezos, miles de cerezos, que cuando florecen forman un manto blanco en la ladera de la montaña y en el valle. Es un panorama bonito en cualquier época del año.
No hay duda de que todo este paisaje refleja la presencia de Dios, Su belleza, armonía, grandeza. Y doy gracias por poder disfrutar más y más de todo esto, porque cuántas veces ocurre en nuestra vida que no vemos lo que tenemos a nuestro alrededor y vamos a buscar la felicidad en otro lado, sin darnos cuenta de que tenemos todo lo mejor y más valioso junto a nosotros, porque Dios nos da a todos todo lo bueno.
Me gusta conducir despacio por esta carretera estrecha y sinuosa, admirando este lugar en el que Dios me ha concedido el privilegio de vivir, siempre en Su compañía, cerca de mi familia. Muy a menudo me inspira el Salmo 23 que expresa las maravillas de Dios para con Sus hijos.
¡Que maravilloso lugar me ha dado Dios para vivir!
Cáceres, España
