El trabajo era mi vida. Durante años creí que si trabajaba realmente duro, tendría todo lo que había soñado, incluso todas las cosas que pudiera desear. Mi trabajo era muy estresante, y a menudo durante varias semanas tenía que trabajar por largas horas sin descanso. Pero el esfuerzo dio resultado; Ilegué a la cima de mi carrera, y parecía que había obtenido todo lo que quería. Tenía una hermosa casa y todo lo necesario para una vida perfecta.
Hasta que una noche, hace cuatro años, me desperté muy sin poder mover el brazo ni la pierna izquierdos. Atemorizado y confundido, me llevaron de inmediato a la sala de emergencias de un hospital donde los médicos me dijeron que había sufrido un severo ataque de apoplejia. No lo podía creer. Esto no se suponía que debía pasar a mi edad. Pero los médicos me explicaron que factores hereditarios, aunados al tremendo estrés creado por mi trabajo, eran las causas principales.
Después de estar un mes en el hospital, sometido a una intensa terapia de medicamentos y de rehabilitación, me dijeron que había sufrido un daño permanente en el cerebro. Como resultado, el lado izquierdo de mi cuerpo estaba completamente paralizado. También me resultaba difícil entender y comunicarme con los demás. No podía comprender ni siquiera las palabras escritas más simples. Mi disposición mental se había reducido considerablemente, y sufría de repentinos e incontrolables ataques de epilepsia. Me dieron de alta en el hospital y regresé a casa en una silla de ruedas, dependiendo por completo de otras personas para los cuidados diarios más elementales.
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