Hace un tiempo, al año de haberme jubilado, comencé a vivir un desorden mental que me llevaba a hacer cosas que no deseaba hacer. Este estado me impedía desarrollar cualquier actividad mental, aun el más simple esfuerzo intelectual. Era como una influencia contraria al bien, que me impulsaba con agresividad a aceptar el mal.
Comenzó de repente; escuchaba como una voz que me daba órdenes, y continuaba todo el tiempo. No podía comer ni disfrutar de un atardecer. Este estado mental me confundía y me dirigía en direcciones equivocadas como, por ejemplo, a realizar operaciones numéricas sin sentido o buscar datos de personas que no eran de mi interés. Y aun antes de haber concluido estas tareas me sentía llevada a comenzar otra, como si esta ocupación no tuviera fin.
Todo esto me hacía sentir esclavizada, dominada por pensamientos que sabía que no eran míos.
No sabía cómo explicar lo que ocurría a mi familia, pero sí sentía que era como si algo dominara mi pensar. Para poder pensar en otra cosa, le pedía a mi esposo que me llevara a pasear en el auto. Estoy segura de que ellos mismos veían que no sólo mi actitud era extraña, sino también mi apariencia, porque debido al sufrimiento no comía y había adelgazado mucho.
Había empezado a estudiar el libro Ciencia y Salud y otras obras de Mary Baker Eddy, así como la revista El Heraldo de la Christian Science. Fue mi suegro, quien estudiaba y amaba la Christian Science, quien me hizo interesar en este estudio.
Un día estaba leyendo un Heraldo cuando me di cuenta de que esa sugestión maligna y agresiva no tenía poder para dominarme.
Otro día, estudiando Ciencia y Salud, leí: “La Ciencia Cristiana, correctamente comprendida, liberaría a la mente humana de creencias materiales, que luchan contra las realidades espirituales; y esas creencias materiales tienen que ser negadas y expulsadas para hacer lugar a la verdad” (pág. 130).
Entonces le dije a Dios: “¿Cómo me libero de este mal, Señor?” Abrí de nuevo el libro de texto y leí: “Resistid el mal — toda clase de error — y huirá de vosotros” (pág. 406). Sentí que la orden “resistid” era una demanda divina que debía poner en práctica.
"Resistid el mal, y huirá de vosotros".
Como no sabía claramente cómo “resistir” a lo que consideraba que era mi enemigo (el mal), busqué en el diccionario este término, y uno de los significados era “rechazar”.
Cuando leí estas líneas de Ciencia y Salud, tuve una idea clara de lo que debía hacer: “Levantaos en la fuerza del Espíritu para resistir todo lo que sea desemejante al bien. Dios ha hecho al hombre capaz de eso, y nada puede invalidar la capacidad y el poder divinamente otorgados al hombre” (pág. 393). Medité sobre estas líneas. Comprendí que Espíritu es el bien, Dios, y expresa ese bien en el hombre, quien es Su imagen y semejanza. Nuestro Padre nos capacita dándonos Su fuerza para llevar a cabo el bien en nuestra vida.
Así empecé a rechazar esta discordia mental, reconociendo también que Dios es el único Padre, que Él me gobierna y que ninguna influencia mental, excepto la Suya, es real o tiene poder sobre mi pensamiento. Esto me llevó a amar más sinceramente a Dios, el Espíritu del bien.
Finalmente, al cabo de tres años, recobré mi libertad. Mi familia entendió lo que me había ocurrido, y hoy todo ha vuelto a la normalidad en mi vida.
Maiquetia, Estado Vargas
Venezuela