Si hace cinco años me hubieran dicho que vería a mi hijo partir en un viaje al otro lado del mundo con tan sólo una mochila en su espalda, me habría sentido escéptica.
Si me hubieran dicho que me despediría de él sin tener aferrado su itinerario en mi mano ni darle una letanía de instrucciones de último momento, te hubiera mirado con incredulidad. Pero gracias a la constante, a veces dificil pero satisfactoria educación espiritual que tuve como madre, finalmente puedo decir que estoy casi tan tranquila y lista como él.
Mientras mi esposo y yo nos preparamos para el viaje de nuestro hijo, me gustaría contarle un poco de nuestra propia travesía. Nuestro mapa para criar a nuestros hijos siempre han sido la Biblia y Ciencia y Salud. Sería difícil encontrar una guía más clara y eficaz que los Diez Mandamientos que nos dio Moisés, las historias del Antiguo Testamento, las parábolas y el Sermón del Monte de Jesús, y las prácticas referencias que hace Mary Baker Eddy acerca de la importancia de la familia. Tengo que admitir que hubo ocasiones en que me encontré atrapada entre lo que Ciencia y Salud describe como el "deber más solemne" de criar una familia, Ciencia y Salud, pág. 61. y la declaración en ese mismo capítulo del libro que afirma: "En la Ciencia el hombre es linaje del espíritu". ibíd., pág. 63.
Me resultó difícil percibir que mis responsabilidades maternas y la necesidad de apoyarme en Dios como el Padre divino de todos, no se excluían entre sí, sino que estaban en completa armonía. Nuestra responsabilidad solemne como padres era comprender y apoyar la relación que nuestros hijos tienen con Dios.
Los primeros años de la crianza de los niños requirió de completa atención e intensa concentración de nuestra parte. Pero a medida que las exigencias y dependencia físicas de nuestros hijos fue disminuyendo, a veces me resultaba difícil saber cómo soltarlos, no sólo a ellos, sino a la mano de hierro que se aferraba a su bienestar. Esto fue muy cierto cuando llegaron a la edad de sacar su licencia de conducir y comenzaron las reuniones sociales nocturnas.
La primera lección que aprendí fue que, como cualquier otro desafío que enfrentamos mi esposo y yo, para manejar con éxito los temas relacionados con los adolescentes teníamos que cambiar nuestra propia manera de pensar, no la de nuestros hijos. No podemos manipular una realidad percibida externamente, ya sean personas o circunstancias. La curación y el desarrollo se producen dentro de nuestra propia consciencia, y Dios no nos ha dado ninguna otra consciencia con la que trabajar, sino la nuestra. La percepción y las expectativas que tenemos de nuestros hijos son una influencia poderosa en su desarrollo.
Muchas de las curaciones que realizó Jesús en niños y adultos, fueron nuestro modelo cuando surgía cualquier situación. Jesús siempre podía mirar más allá de la deficiencia que pudiera aparentar tener la identidad de una persona. Su habilidad para ver la pureza innata de una mujer que había cometido adulterio, la completa integridad de un niño demente y la salud de un ciego, fue lo que produjo la restauración. Como tan apropiadamente señaló Mary Baker Eddy: "Jesús veía en la Ciencia al hombre perfecto,... En ese hombre perfecto el Salvador veía la semejanza misma de Dios, y esa manera correcta de ver al hombre sanaba a los enfermos". ibíd., págs. 476-477.
Obtener esta "manera correcta de ver" parecía algo difícil de lograr. ¿Cómo podía mejorar mi perspectiva tan arraigada de las necesidades de cada hijo? ¿Cómo podía cambiar el temor que sentía por el bienestar de mis hijos adolescentes, por una confianza total? Después de mucho estudio, oración, dedicación, de algunas recaídas y ocasionales pruebas de fuego, éstos son los pasos que marcaron mi travesía:
1. Gratitud, reconocimiento, enaltecimiento
Es fácil para los padres recordar los momentos más destacados en el desarrollo de un hijo, cuando vieron claramente la conexión tan directa que tiene su hijo con Dios, la fuente divina de todos ellos. Para mí, uno de esos momentos fue cuando nuestra hija estaba en el exterior en un viaje con el equipo de fútbol de la escuela, sin teléfono ni contacto por e-mail. Resultó que se intoxicó con las espinas venenosas de un erizo de mar. Rodeada de adultos temerosos y transportada a un centro de atención médica, ella pidió que la dejaran sola. Al recurrir de todo corazón a Dios en busca de ayuda, ella recuerda que de pronto la embargó una maravillosa sensación de paz. Sintió la presencia de Dios y sanó de inmediato del dolor y la inflamación. Para ella la verdadera victoria fue descubrir que Dios estaba muy cerca y que no necesitaba de un intermediario, o sea, ¡yo! Esta curación fue para las dos una prueba en la que pensar cuando tuvimos que enfrentar otros desafíos. Muy pronto me di cuenta de que estar ansiosa por lo que le depararía el futuro, sería negar radicalmente lo que ya se había probado. Yo podía ser consecuente y magnificar la bendición que ella recibía comprendiendo que cada prueba de su cercanía con Dios era una demostración de Su cuidado y presencia constantes. Como padres, el hecho de reconocer las evidencias de la comunión tan pura y directa que nuestros hijos tienen con su Creador, solidifica nuestra comprensión del bien y, por lo tanto, de la realidad. La gratitud abre nuestro pensamiento para contemplar lo que Dios continúa haciendo posible para ellos.
2. Humildad, obediencia, flexibilidad
En medio de los compromisos familiares y los sentimientos de responsabilidad que tienen los padres, puede resultar difícil ser objetivo y mantener una perspectiva espiritual. El apoyo que me brindaron los practicistas de la Ciencia Cristiana fue invalorable para mí las noches que había fiestas de graduación, en períodos de exámenes y cuando nuestros hijos se iban en largos viajes en auto. En una ocasión, en que uno de los chicos se apartó, en forma literal y figurativa, del camino, al no cumplir con el horario impuesto y estando lejos de casa, oré en busca de guía. Gracias a la sabiduría de un practicista, yo había estado estudiando con detenimiento la parábola del hijo pródigo que relató Jesús. El personaje del padre, como lo presenta la historia, me sirvió de modelo para saber qué hacer. Me di cuenta de que el padre había observado que su hijo más joven se iba, sabiendo muy bien que el muchacho no estaba preparado para enfrentar un viaje que estaría lleno de contratiempos. Mientras esperaba que ese hijo regresara al hogar, el amor del padre permaneció constante, nunca varió. Mi amor tampoco varió. Poco después, nuestra hija llamó por teléfono, llorando. Estaba en la autopista y se había perdido, así que necesitaba indicaciones. Yo le indiqué cómo regresar a casa, y me sentí muy agradecida por la similitud que tenía esa situación con la parábola que estaba estudiando y las lecciones que las dos estábamos aprendiendo. Cuando supe que estaba en territorio conocido, colgué el teléfono y apagué la luz, lista para irme a dormir.
No obstante, esa historia quedó rondando en mi pensamiento. ¿Qué hizo el padre?, me pregunté.
La Biblia dice: "Cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó". Lucas 15:20. ¡ Aj!, pensé, bajo las cálidas mantas. ¿Es que realmente necesito recibir con afecto a esta hija cuya desobediencia me ha mantenido en vela casi toda la noche?
La respuesta vino muy fuerte y clara a mi consciencia: ¡Definitivamente!
Así que me puse la bata y esperé en la puerta de adelante hasta que los focos del auto aparecieron en la entrada. Cuando salí para saludarla, casi me caigo al suelo por el abrazo de oso que me dio y que siempre recordaré.
3. Escuchar, estar alerta, tener claro el pensamiento
Apoyarse en la guía de Dios cuando se tienen hijos adolescentes no quiere decir que podemos dejar de estar alerta y no tomar consciencia de las cosas. Todo lo contrario. Durante esa época mi esposo y yo tuvimos que orar y estar más alertas que nunca. En una era de comunicación instantánea, en que las amistades son tan importantes, no es posible que los padres ignoren lo que ocurre con sus hijos. Además de dar los pasos prácticos para supervisar la actividad en Internet y para mantenernos en comunicación con los otros padres sobre las actividades vespertinas y de fin de semana, la oración matutina ha sido muy útil. Levantarnos temprano para orar específicamente por cada hijo, a menudo nos llevó a tener conversaciones y adoptar acciones por las cuales estoy muy agradecida.
En una ocasión, estaba cerca la fiesta de graduación, y yo sentía que no estaba teniendo las respuestas que necesitaba. Cada pregunta que hacía sobre el tema era respondida con indiferencia, con un gruñido o una respuesta vaga. Una de las cosas más bellas de la Ciencia Cristiana es que enseña la naturaleza del pensamiento erróneo, así como el hecho de que la Verdad es absoluta. El pensamiento erróneo aparece en el primer libro de la Biblia como un vapor del cual surgía todo concepto falso acerca de Dios y el hombre. A menudo he pensado que el vapor es un pensamiento nebuloso que se manifiesta como algo vago. La persistencia en estar alerta, sin permitir ser distraído por esa vaguedad, trae la luz de la Verdad a cualquier situación, poniendo al descubierto lo que necesite ser revelado.
En el caso de nuestras oraciones por la fiesta de graduación, finalmente se descubrió, de manera muy natural, el plan que habían hecho impulsados por la presión de sus pares; esto bendijo a casi 30 familias. El día del baile, la madre de la chica que iría con nuestro hijo nos llamó para invitarnos a una recepción y sacar fotos en grupo. Cuando nos reunimos todos los padres, comenzamos a preguntarnos: "¿Sabes qué planes tienen los chicos para la cena?" Muy pronto nos dimos cuenta de que todos habíamos recibido la misma respuesta vaga. Nuestra anfitriona entonces se reunió con el chofer que había contratado para llevar a los estudiantes. Después de darle las instrucciones de a dónde debía llevar y recoger a los chicos, él le dijo que ésas no eran las instrucciones que había recibido de su hija. Como resultado, en medio de sonrientes gritos de aliento de parte de sus padres, los jóvenes posaron para las fotos y entraron al auto sonriendo tímidamente y, en varios casos, con cierta sensación de alivio.
La partida de nuestro hijo se acerca, y pienso en la primera vez que viajó desde el otro lado del mundo, cuando era un bebé para ser adoptado por nosotros. Durante meses, yo había anhelado saltar en un avión e ir a Corea del Sur, rescatarlo de su familia adoptiva y brindarle el cuidado que, según pensaba, sólo yo estaba calificada para darle. Las preferencias de la agencia de adopción coreana lo impedían. Diez años después, conocí a esa familia adoptiva. Me mostraron muchas fotos del niño que habían conocido y amado, llorando de alegría al verlo ya de diez años de edad y feliz. Por medio de un intérprete, cada miembro de la familia contó gratos recuerdos que tenía de las cualidades y talentos de nuestro hijo. Entonces me di cuenta de que sólo mi visión limitada me había impedido ver el perfecto cuidado que él siempre había recibido.
¡Qué lección para cada una de las etapas que uno vive como padre! Quizás yo no pueda ver cada fase de la travesía que mi hijo tiene por delante, pero puedo saber que el cuidado de Dios se manifestará claramente en su experiencia, de formas bellas e innumerables.