En medio de un divorcio que me había llenado de temor y resentimiento, hace 20 años conocí la Ciencia Cristiana. Tenía dos niños pequeños que mantener, y la situación había empezado a afectarme físicamente.
Cuando comencé a estudiar el libro Ciencia y Salud, poco a poco fui cambiando la idea que tenía de mí misma. Comprendí que mi verdadera identidad es espiritual, unida a Dios, el bien, y que podía reclamar mi derecho divino de llevar una vida plena y armoniosa, llena del Amor de Dios. Así mismo, aprendí a orar de manera diferente, tratando de comprender a Dios y al hombre. Empecé a comprobar que esa oración era muy eficaz y que consistía en dejar de lado el cuadro mental físico y ver al hombre verdadero, creado a imagen y semejanza de Dios.
A medida que aprendí la necesidad de llenarme de amor y aplicar esta Verdad divina, comprendí que debía tener mucha paciencia y calma, y guardar pensamientos puros para no sentir resentimiento.
De esta manera mi pensamiento empezó a cambiar. Me di cuenta de que tenía que perdonarme a mí misma y a mi esposo. Dejé de verlo como el hombre que nos había abandonado, y comprendí que él tenía la capacidad de expresar el amor que Dios, la Mente divina, tiene por nosotros. Como resultado, su actitud cambió. Empezó a llamar a sus hijos y a ocuparse del apoyo económico, porque al principio yo había tenido que hacer juicios de alimentación y pedir becas para mis hijos.
Recuerdo que para hacer frente a esos juicios, yo recurría a la Biblia en busca de inspiración cuando oraba. El relato del rey Salomón, cuando tiene que decidir a quién le pertenecía el hijo que dos madres se disputaban (1 Reyes 3:16-27) me dio mucho para pensar. Me mostró que la sabiduría, que proviene de Dios, se manifiesta en justicia en nuestra vida. Y esto lo pude ver en el resultado favorable de esos juicios.
Este nuevo entendimiento espiritual también me ayudó a sanar de las dolencias que me afligían. A consecuencia de la situación por la que estaba pasando tenía muchos dolores de cabeza, a veces con náuseas, además de otros problemas orgánicos. Durante ese período, a veces tenía que quedarme en cama dos o tres días sin poder atender a mi familia, y aplicarme unas inyecciones que los médicos me habían recetado.
Por medio del estudio de Ciencia y Salud dejé las medicinas de lado. Vi que las inflamaciones eran producto del temor, y que, como escribió Mary Baker Eddy, yo debía establecer "el sentido científico de la salud" para aliviar el órgano oprimido (pág. 373). La salud es el estado real del hombre creado por Dios, no la enfermedad.
Me maravilló saber de la vida de la Sra. Eddy al leer una de sus biografías, del divorcio que tuvo que enfrentar, de la pérdida de su hogar, de ver que le quitaron a su hijo, y de la mala salud que tuvo durante años. Si ella había podido enfrentar todo eso y superarlo con su comprensión de Dios, nosotros también podíamos hacerlo, comprendiendo nuestra naturaleza espiritual, en la que reflejamos el bien, porque tenemos la Mente que estaba en Cristo (1 Corintios 2:16).
Este pasaje de Proverbios también me ayudó a progresar: "Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos y él enderezará tus veredas" (3:5,6). Cuando uno deja de lado la voluntad humana comienza a manifestarse el plan del perfecto Amor. Esto me permitió descubrir que Dios me había dado talentos que yo no conocía. Uno de ellos es la pintura, así que tomé cursos y muy pronto comencé a pintar e incluso a hacer trabajos en pergamino y la venta de ellos me ayudó en la manutención de mis hijos.
Con el estudio de la Ciencia Cristiana aprendí que es fácil y hermoso comunicarse con el Amor divino. Todo se reduce a cambiar nuestra manera de pensar basándonos en que Dios es perfecto y que el hombre también es perfecto (Véase Ciencia y Salud, pág. 259). Estos pensamientos de verdad y amor, sin duda, se reflejan en muchas bendiciones.
Ahora mi relación con mi ex-esposo es armoniosa, y aunque él formó otra familia y tiene otros tres hijos, mis hijos se llevan muy bien con él. Hoy no me queda dolor ni resentimiento alguno. Todo se lo agradezco a Dios y al Cristo, la Verdad, por haberme revelado que Él nos ama inmensamente.