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la curación metafísica

Bajo la crianza y la guía del Amor Divino

Del número de julio de 2010 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


"Cuando uno se convierte en madre, es madre para toda la vida", afirma Jane Dickinson-Scott con la sabiduría nacida de haber criado seis hijos: "Ser padre o madre es una ocupación de tiempo completo, que se extiende delante de nosotros hasta donde alcanza la vista". No obstante, el cuidado maternal—no sólo de sus hijos y cinco nietos, sino de infinidad de otras personas que han venido a su experiencia—ha sido una de las más grandes alegrías y desafíos que ha tenido en su vida.

Jane primero se capacitó en el cuidado de niños y bebés en su natal Inglaterra, y luego trabajó en hospitales y hogares para el cuidado de los niños. Luego se unió a la organización Voluntary Service Overseas (Servicio de voluntarios para el exterior), la cual la envió a trabajar con Save the Children Fund (Fondo para la salvación de los niños) con refugiados tibetanos en el norte de la India. Después de graduarse de trabajadora social, continuó su carrera en el Reino Unido ayudando a jóvenes en centros de detención, a madres solteras provenientes de hogares quebrantados y con grandes privaciones, así como a familias en crisis.

Finalmente, su gran amor a Dios y el profundo deseo de sanar las preocupantes circunstancias que enfrenta la humanidad, la guiaron a dedicar todo su tiempo a la práctica de curación de la Ciencia Cristiana. Actualmente, es también maestra y conferenciante de la Ciencia Cristiana, en Scarborough, North Yorkshire, Inglaterra.

Jane, después de entrar en la práctica de curación, te desempeñaste durante seis años como ministro visitante de la Ciencia Cristiana en las cárceles de Londres. ¿Tendrías algún ejemplo que ilustre la eficacia de este enfoque espiritual en el trabajo social?

Me gustó muchísimo servir como ministro visitante. Cada vez que pasaba por los portones de entrada y puertas cerradas de la cárcel, me ayudaba mucho hacer una pausa y orar. Reconocía que el hombre y la mujer en realidad nunca están encarcelados—nunca se encuentran en ninguna circunstancia restrictiva—; no pueden ser limitados por la materia, sino que son siempre honrados y libres. Allí era esencial cuidar mi pensamiento. Tuve muchas oportunidades de ver cómo la luz del Cristo llegaba al pensamiento de un recluso.

Hubo una experiencia que significó mucho para mí porque me ayudó a percibir más de la naturaleza paterna y materna de Dios, y del cuidado que Él nos brinda a cada uno de nosotros. Estaba en la oficina de la capellanía cuando recibimos la llamada de una de las unidades para que uno de los capellanes fuera a ayudar a una joven adolescente que estaba muy angustiada y actuaba con violencia. Varias personas—funcionarios, ministros y una enfermera—ya habían tratado de ayudarla. Me pidieron que fuera.

Cuando llegué a la unidad, estaban tratando de solucionar otro incidente ajeno a esta situación, y esto me dio unos minutos antes de que me permitieran abrir el postigo de la celda. Debido a su comportamiento, no me permitieron entrar en su celda y me indicaron que le hablara a través del postigo. Al esperar fuera de su cuarto, podía escuchar sus gritos de angustia y la manera violenta con que pateaba y golpeaba los muebles y la puerta. Me torné a Dios, acallando ese estrepitoso cuadro mental lo mejor que pude. No lo acallé para ignorar el problema, sino para poder orar mejor por la situación. Afirmé que nuestro Padre-Madre Dios amaba a esta joven, y reconocí que no había poder alguno que pudiera impedirle a ella o a mí, ver y sentir la activa presencia del Amor divino y la sabiduría de la Mente infinita.

Por supuesto, yo no debía juzgarla por el comportamiento que la había puesto en la cárcel, ni tampoco saber si era culpable o inocente. Como ministro visitante de la cárcel, mi labor era la de servir de apoyo y dar testimonio de la hija de Dios, semejante al Cristo. Continué orando con estas ideas, hasta que después de unos minutos me permitieron abrir el postigo y hablarle.

Cuando me vio, empezó a gritar que la estaban abusando y a tirar cosas contra el postigo. Tal vez fue una tontería de mi parte, pero le pedí que se calmara y me dijera en qué podía ayudarla. Con furia me contestó: "Sáqueme de aquí. Usted no puede sacarme de aquí, así que no le voy a hablar. Váyase". (Sulenguaje fue algo más colorido que esto.)

La situación parecía incontrolable. Ella se veía derrotada por estar en prisión, y por una fracción de segundos me sentí totalmente impotente de poder ayudarla. Pero sabía que Dios no lo era. De inmediato me vino al pensamiento, parafraseado, un poema de Mary Baker Eddy: "Gentil presencia, paz, gozo y poder... Conserva el progresar, preciada niña, esta noche, hoy, en este minuto". La estrofa completa dice: "Gentil presencia, gozo, paz, poder, / divina Vida, Tuyo todo es. / Amor, que al ave Tu cuidado das, / conserva de mi niño el progresar".Escritos Misceláneos 1883—1896, pág. 389.

Tratando de ignorar los objetos que me arrojaba, de pronto le dije: "Sé que debe ser terrible estar aquí. Pero, dime, ¿por qué quieres salir de aquí tan pronto?" La joven dejó de gritar, se acercó al postigo y continuó llorando, pero eran lágrimas de preocupación. Dijo que sus tres hermanos pequeños y su hermanita no sabían donde estaba. Le sugerí que nosotros podíamos comunicarnos con la familia e informarles. Entonces bajó la voz y susurró: "Usted no entiende. Vivimos en la calle, y yo soy la única madre que tienen".

Allí en la celda, esta jovencita, prácticamente una niña, estaba expresando las mismas características de una madre: dedicación, responsabilidad, solicitud y amor. Allí mismo donde parecía haber una adolescente extremadamente frustrada e imposible de controlar, había en realidad una madre sola, preocupada, pendiente de sus hijos. La hice pensar en esas cualidades y le aseguré que su Padre-Madre divino la amaba a ella y a todos sus hermanos, y estaba cuidando de ellos en ese mismo momento. Con frecuencia la gente se sorprende cuando uno les dice que Dios los ama. Pero ella realmente escuchó y aceptó estas verdades, como un viajero sediento que anhela beber un vaso de agua fría, tras una difícil, calurosa y solitaria travesía.

Entonces pude entrar en la celda y hablar con ella, y su pensamiento se apaciguó. Más tarde ese mismo día, ella pudo cooperar con otras personas que podían ayudarla a ella y a su familia. Para mí, fue un maravilloso ejemplo del Cristo— el mensaje de Dios a nosotros—en operación, respondiendo a la necesidad, diciéndonos que somos amados. Fue el Cristo el que atravesó esa atmósfera angustiosa.

No se trata de un amor personal—nuestro propio amor—sino del Amor divino que siempre llega a la consciencia humana y la transforma, especialmente al pensamiento que parece tan inalcanzable. Es un alivio saber que no es nuestra propia responsabilidad que eso ocurra.

Definitivamente. Dios es el que hace todo. Nuestra única responsabilidad es recordar que el Amor divino es el responsable y cuida de todos en toda situación. Él es el que nos habla, el que establece la conexión, la única voz que le habla a cada niño, hombre y mujer. Dios es la Verdad y anuncia la verdad de lo que somos. El Cristo, expresando la verdad, atraviesa la duda y el temor, la falta de confianza o el odio por uno mismo, cualquiera sea la situación mesmérica que obnubile nuestra visión de la realidad.

A menudo escuchamos a la gente decir que se siente espiritualmente incapaz de responder a la necesidad que otro pueda tener de recibir ese mensaje liberador. Pero.. .

... siempre volvemos al Amor. Y es Dios el que impulsa ese amor. Me hace pensar en Ananías en la Biblia, cuando Saulo tuvo su conversación en el camino a Damasco, y se le pidió a Ananías que lo encontrara y lo llevara a la comunidad cristiana. A mí me encanta Ananías. Me hace reír y llorar cada vez que leo acerca de él, pues es un obediente servidor de Dios, pero hasta él tiene una pequeña discusión con el Amor divino.

Cuando Dios le dice básicamente: "Ve y encuéntrate con Saulo de Traso", Ananías le responde algo así: "¿Te refieres realmente a Saulo? No estarás hablando de Saulo de Tarso, porque mira lo que nos ha estado haciendo. No querrás que vaya a verlo y a encontrarme con él, ¿verdad?" Ananías fue muy valiente porque él sabía que Saulo tenía permiso para llevar cautivo a cualquier cristiano. Pero cuando Dios le habló y le explicó que quería que Saulo, posteriormente conocido como Pablo, realizara obras en Su nombre, Ananías ya no cuestionó la orden. Fue a encontrarse con Saulo y no pareció haber temido las consecuencias. Incluso lo llamó "Hermano Saulo". Hechos 9:17.

Esto me conmueve mucho. Ananías va más allá del cuadro y de la expectativa humana y deja de lado toda la historia que conocía acerca de Saulo. El mensaje que le da Dios acerca de la verdadera naturaleza de Saulo, toma preponderancia, y Ananías responde a dicho mensaje. Puede que nosotros no hagamos cosas tan dramáticas como él, pero en menor escala podemos tener la oportunidad de ser obedientes a Dios y amar a nuestro prójimo como hizo Ananías.

Imagino que como madre de seis hijos y abuela de cinco nietos debes tener mucha experiencia en orar por muchos de los asuntos que enfrentan los padres hoy en día, uno de los cuales es que no tienen suficiente tiempo, o que no pueden hacerlo todo bien porque tienen mucho que hacer.

La verdad es que los padres tienen que hacer muchos malabares, de modo que es comprensible que a veces piensen que no han hacho algo bien, que no tienen tiempo o que desearían haber hecho las cosas de otra forma. Cuando surgen estas preocupaciones, es útil recordar la definición espiritual de dia que da Mary Baker Eddy, la cual incluye la siguiente declaración: "Los objetos del tiempo y de los sentidos desaparecen en la iluminación de la comprensión espiritual, y la Mente mide el tiempo de acuerdo con el bien que se desarrolla". Ciencia y Salud, pág. 584. Es muy importante que, como padres y abuelos—o todos en realidad—nos sintamos agradecidos por el bien que hemos hecho y las cosas que hemos logrado, en lugar de concentrarnos tanto en las cosas que no hemos hecho y permitir que eso nos afecte.

Todo asunto que surge en la crianza de los hijos vuelve al punto fundamental de que sólo existe un Padre-Madre divino que está a cargo de la situación y cuida de nuestros hijos en todo momento.

Por mi experiencia como profesora de bachillerato, sé que la adolescencia puede ser todo un desafío, no sólo para los jóvenes, sino también para sus padres o tutores.

Así es, y oramos por nuestros hijos, ya sea que sepamos en qué andan, o no. El Principio divino nos guía a hacer lo que pensamos que es correcto y a disciplinarlos como sea necesario. Por supuesto que Principio es uno de los siete sinónimos que la Sra. Eddy da para Dios, lo cual es muy útil para comprender el hálito apacible de la paternidad divina. Es interesante notar que la palabra disciplina y la palabra discipulo provienen de la misma raíz latina. Jesús ayudaba a sus discípulos a ser obedientes a Dios, el bien, y eso es realmente lo que hacemos como padres. Jesús literalmente enseñaba a sus discípulos (y a nosotros también, como discípulos de la era moderna) acerca de su relación con Dios, y esto era lo que impulsaba sus acciones.

De la misma manera, reconocemos en nuestros hijos su obediencia nutural a Dios, como Principio, y su deseo de hacer lo correcto. Cuando partimos de este punto de vista espiritual, los rótulos humanos, tal como, adolescente "terrible" o "difícil", desaparecen. Sólo existe un rótulo, y es el nombre y la naturaleza del hijo de Dios. El nombre de cada uno de nosotros como una idea individual de Dios, el reflejo inmediato de Él/Ella.

Tantas influencias parecen socavar el tipo de educación que nos libera de los rótulos humanos. Pienso que Mary Baker Eddy fue muy acertada al escribir: "Toda la educación de los niños debiera tender a formar hábitos de obediencia a la ley moral y espiritual, con la cual el niño pueda enfrentar la creencia en las llamadas leyes físicas y vencerla, creencia que origina enfermedades". Ibíd., pág. 62. ¿Cómo puedes educar a niños y jóvenes en esta dirección?

Me encanta esa frase "hábitos de obediencia". Un hábito es algo que nos viene tan naturalmente que casi lo hacemos sin pensar. Desde temprana edad, los niños pequeños conocen sus nombres, sus edades y donde viven. Con la misma confianza cada niño puede conocer su propia identidad como el preciado hijo o hija de Dios.

Entonces se vuelve muy natural y normal para cada uno pensar y razonar partiendo de esa identidad espiritual como la idea adorable, amada y única de la Mente divina.

Por ser inseparables de Dios, el bien, los niños son obedientes a Dios. Ser una idea de la Verdad significa que es natural para ellos—para todos nosotros—ser afectuosos, veraces y honrados. Es nuestro estado natural, la manera en que fuimos diseñados.

Comprender su naturaleza espiritual y su valor individual, permite a los jóvenes ser ellos mismos, ser honestos consigo mismos y con el propósito que Dios les ha dado. De esa manera, optan por pensar y desarrollar actividades buenas y productivas. Les permite recurrir a Dios en busca de curación de forma rápida y natural.

Los hijos de Dios no tienen edad e incluyen las cualidades tangibles de sabiduría, madurez, espontaneidad y consideración hacia los demás.

Esto quiere decir que los adultos no necesitan forzar a los niños a obedecer a Dios, ni imponerles lo que consideran que es bueno para ellos.

Recuerdo una experiencia que tuvimos con una de nuestras hijas cuando tenía dos años. Ella tenía muchos berrinches, de cuatro a seis por día. Se tiraba al suelo y gritaba por una cosa u otra y era todo un problema cada vez que ella quería algo. Yo oraba para comprender que la armonía ya estaba establecida y mantenida por el Principio divino, el Amor. Escuchaba humildemente al Padre-Madre para que me dijera y demostrara la verdad acerca de esta preciada hija; que siempre obedece el bien, que es la hija feliz y satisfecha de Dios, ahora mismo.

De pronto me vino muy claramente que yo tenía que cambiar mi actitud hacia ella. Debía respetar el hecho de que le gustaba hacer las cosas por sí misma y quería sentir que podía hacerlo. Tenía que tratarla como alguien que ya podía hacer todo por sí misma. Debía tener en cuenta que, aunque ella tenía dos años, sus hermanos y hermanas eran más grandes.

Hablé con mi esposo sobre esto y acordamos que en lugar de decirle, por ejemplo, "Ahora vamos a ponerte los zapatos", le diríamos simplemente: "Por favor, ponte los zapatos", añadiendo, "Si necesitas ayuda, dime". Y ¿sabes una cosa?, al tratarla como si ya tuviera todas las habilidades que necesitaba por ser una idea madura, nunca más volvió a tener otro berrinche. Nos pedía ayuda cuando la necesitaba, pero su actitud cambió por completo. Ya no la consentimos, sino que la respetamos.

Como padres tenemos que estar dispuestos a cambiar. A veces debemos estar preparados para mantenernos firmes, con los adolescentes, por ejemplo. Para ser consecuentes, mantener la calma y hacer cumplir las normas de bien que consideramos necesarias en el hogar. Y en otras ocasiones, puede ser necesario ser más flexibles. La Mente divina le hará saber a cada padre lo que necesita hacer a medida que escuche.

¿Cuáles dirías que son las cualidades que hacen que un padre o un adulto sea accesible?

Esa es una muy buena pregunta, y estoy segura de que se puede responder de muchas formas. Para mí, el amor incondicional es la cualidad esencial. Eso incluye no juzgar y tener un sincero respeto al reconocer la naturaleza espiritual de cada uno de los hijos e hijas de Dios. Además, tener paciencia y darles tiempo.

Es importante saber escuchar. Cuando realmente escuchamos a alguien no le damos la impresión de que uno ya ha tomado la decisión antes de hablar. También es importante dar una sensación de serena autoridad, y no ser arrogante. Jesús hablaba con autoridad porque expresaba al Cristo. La gente joven—todas las personas—son atraídas hacia esa confianza firme, pero tranquila. No les gusta que haya cambios en la vida. Quieren que el suelo sea firme, y buscan ese suelo firme. Pero lo que más se necesita es el amor incondicional.

Todas estas cualidades, y tantas más, son nuestras por reflejo de nuestro divino Padre-Madre. Ya sea que tengamos hijos o no, nosotros expresamos esas cualidades otorgadas por Dios, en la oficina, el centro comercial, la iglesia, en la cancha deportiva.

Eso responde a cualquier preocupación de que puede que no tengamos la capacidad natural para ser padres.

Aunque no siempre sintamos que somos padres "naturales", lo somos. No tenemos una identidad separada de Dios y Él incluye toda cualidad necesaria para ser un buen padre o madre. De modo que aunque la paternidad sea nueva para nosotros (y para la mayoría de nosotros es una curva sumamente empinada de aprendizaje), no es nuevo para Dios. Tenemos todas las ideas que necesitamos para crecer en nuestra labor de padre y madre, día a día. Nuestro divino Padre-Madre ya nos cuida afectuosamente, incluso cuando cuidamos de nuestros propios hijos, y los del mundo.

¿Qué ocurre con los padres si, a pesar de haber hecho todo lo posible, sienten que en parte han fracasado, se dejan llevar por lo que ven en sus hijos y caen en la preocupación, la ira y la condenación propia?

Siento compasión por cualquier padre que siente que ha fracasado; todos nos sentimos así de vez cuando. Pero tenemos que ser firmes con nosotros mismos y no aceptar eso, ni acusar a nadie. Aferrarse a la autocondenación o la culpa, daña nuestra confianza y autoridad natural—no la arrogancia, sino la autoridad—como la expresión de la naturaleza paterna y materna de Dios. Pero esto no quiere decir que no debemos estar alertas para aprender algo o cambiar.

Es muy importante examinar nuestros móviles como padres. La Sra. Eddy escribió: "Si trabajáis y oráis con móviles sinceros, vuestro Padre os abrirá el camino". ibíd., pág. 326. El deseo de servir a Dios y hacer lo mejor posible, es un "móvil sincero". Con el móvil correcto podemos perdonarnos a nosotros mismos por cosas que hicimos mal, así como perdonamos a otras personas. Pienso que eso es muy importante.

No somos los creadores de nuestros hijos. Tampoco somos los creadores de la felicidad de nuestros hijos, ni de sus carreras, ni de su enseñanza en la escuela, ni de sus amistades. Dios es el Creador, de manera que como padres humanos observamos cómo resuelve Dios todas estas cosas en sus vidas. Que Dios tiene lo mejor preparado para ellos.

A medida que mis hijos han crecido, he tratado de orar más y hablar menos. [Risa] ¡Y todavía trato de hacerlo!

Comprender que Dios es el Creador elimina cualquier tentación que pueda tener un padre o madre de vivir a través de sus hijos, o de tratar de imponerles sus ideas o sus propios planes.

Es cierto, o de pensar que seguramente van por el mal camino. La cuestión es que nosotros no sabemos, ...pero si un joven se aparta del camino, o elige un sendero con el que nosotros no estamos contentos, no obstante, mantenemos firme nuestra comprensión de quién está con ellos, quién los cuida, quién los protege y qué los está guiando. Sabemos que en su vida sólo hay una influencia, una influencia divina que "está siempre presente en la consciencia humana". ibíd., pág. xi.

Eso se aplica a todos nosotros como miembros de la misma familia, al cuidado del mismo y afectuoso Padre-Madre.

Como miembros de la familia de Dios, cada uno de nosotros puede sentir la presencia tierna y poderosa del Padre-Madre divino, que nos abraza, guía y protege. La Sra. Eddy hizo esta maravillosa promesa: "Con un mismo Padre, o sea Dios, todos en la familia humana serían hermanos; ... ibíd., pág. 469—470.

En nuestras oraciones por el mundo, podemos reconocer que cada uno de nosotros es inseparable de este Padre y de Su familia universal. Somos realmente una sola familia, "unidos en el evangelio del Amor". ibíd., pág. 577.

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