Cuando mi esposo y yo nos pusimos a hablar sobre la educación de nuestros hijos, vimos que había muchas diferencias de opinión entre nosotros. Sin embargo, teníamos en común lo más valioso que una familia puede tener: nuestro sincero amor a Dios. Sobre esta base estuvimos de acuerdo en que era fundamental que asistieran a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana hasta que tuvieran edad para decidir por ellos mismos.
Su educación nos llenó de alegría, pues, fueron buenos estudiantes, generaron buenos vínculos y se ganaron el afecto de profesores y compañeros. Mi esposo no había disfrutado mucho su educación, especialmente en la escuela primaria, por eso se sentía muy agradecido y feliz de que ellos nunca querían faltar a la escuela.
Durante mi embarazo y luego al criar a nuestros hijos, muchas veces había pensado en esta cita de Mary Baker Eddy: "La nueva idea, concebida y nacida de la Verdad y el Amor, está vestida de blanco. Su comienzo será humilde, su desarrollo robusto y su madurez imperecedera". Ciencia y Salud, pág. 463. Yo sabía que como idea de Dios mis hijos expresaban Su plan y que nada malo podía ocurrir en su desarrollo, siendo ideas de Dios. Por tanto, los alentamos a orar y a profundizar su conocimiento espiritual desde esta perspectiva. Mi esposo y yo siempre hicimos todo lo posible para que se sintieran libres, sin un excesivo apego humano, confiando en el vínculo directo que tienen con su Padre-Madre Dios.
Sentí que la mejor manera de expresar amor a nuestros hijos era dejar que fueran guiados por Dios en sus decisiones, sabiendo que Él siempre nos "guía y sostiene".
Cuando nuestros hijos mayores estaban en el liceo, conocieron a un grupo de personas que habían venido a Uruguay en viaje de intercambio estudiantil. Al mismo tiempo, una amiga comenzó a hablarles de un colegio en Estados Unidos, al que ellos quizás les gustaría concurrir.
Nuestros hijos comenzaron a investigar esta posibilidad y de pronto todos nos encontramos envueltos en una "aventura". Mi esposo y yo nunca habíamos contemplado la posibilidad de que nuestros hijos estudiaran fuera del país. Los habíamos educado sabiendo que Dios es la Mente Divina y que nosotros somos el reflejo de esa Mente, que es todo Amor. Sentí que la mejor manera de expresar amor a nuestros hijos era dejar que fueran guiados por Dios en sus decisiones, sabiendo que Él siempre nos "guía y sostiene". En ese momento, mi hijo mayor tenía 17 años y mi hija 15 y veíamos en sus vidas con cuánta fidelidad seguían las enseñanzas de Cristo Jesús.
En Montevideo los jóvenes suelen vivir con sus padres aún cuando asisten a la universidad, y ni qué hablar cuando están en el liceo, de manera que parecía que teníamos por delante un gran desafío. Había llegado el momento de poner a prueba todo lo que habíamos "aprendido" durante tantos años. Me di cuenta de que yo no tenía temor alguno de que fueran a estudiar a otro país.
Todos oramos y hablamos mucho de cómo mantener viva nuestra familia a pesar de la distancia. Aunque la separación al principio no fue fácil, en todo momento sentimos seguridad en cuanto a la protección y al consuelo de Dios. Estábamos aprendiendo que el tiempo y el espacio no son un obstáculo para la familia. Sabíamos que era la decisión correcta.
Nuestros hijos contaron en todo momento con nuestro apoyo y también recibieron muchísimas expresiones de amor, generosidad y compañerismo de muchas otras familias en distintos momentos a lo largo de los años que han permanecido en los Estados Unidos. Han aprendido a valerse de su Padre-Madre en toda situación y han permitido que sus cualidades brillen libres en variedad de ocasiones y actividades.
Hace tres años nuestro hijo mayor se graduó de la secundaria y tuve la oportunidad de visitarlo. Una noche la escuela había organizado una presentación para que los jóvenes demostraran sus talentos. Mi hijo tenía que cantar dos canciones con unas compañeras, pero cuando estaba cantando se comenzó a marear y se desplomó en el escenario. El auditorio estaba lleno de jóvenes y adultos, y muchos de ellos, que tenían conocimiento de los poemas a los que se les puso música y que se encuentran en el Himnario de la Ciencia Cristiana, comenzaron a cantar uno de estos himnos, mientras él era atendido. Luego, varios de sus compañeros se acercaron a su dormitorio a darle aliento y recordarle que él era hijo de Dios y nada podía alterar eso. Otro amigo le leyó algunas citas del libro Ciencia y Salud. También contamos con el apoyo de una enfermera de la Ciencia Cristiana y de un practicista que oró por él. La curación fue muy rápida y esa misma noche pudo participar en una reunión que estaba planeada para después del concierto.
En otra ocasión, mi hija llamó a casa informando que se había caído de espaldas sobre el hielo. Recuerdo que esa noche oré con persistencia resistiéndome a sentir temor o a sentirme impotente, confiando y sabiendo que Dios, su Padre-Madre estaba con ella y la estaba cuidando y confortando. Sentí que ella estab "al amparo del altísimo", como afirma el Salmo 91.
Aunque desde Uruguay no podíamos abrazarla ni permanecer a su lado físicamente, sí podíamos expresar todo nuestro afecto a través de la oración. Todos la llamábamos con frecuencia. Su hermano mayor que estaba en una ciudad cercana la visitó. Además, ella contaba con el amoroso cuidado de enfermeras de la Ciencia Cristiana y el trabajo dedicado de un practicista.
Todos sabíamos que el sentido de familia—de apoyo y solidaridad—estaba presente donde ella estaba. El Amor la rodeaba por debajo, por encima y alrededor de todo su ser. Véase ibíd., pág. 496. En pocos días, el dolor comenzó a ceder, y ella volvió a su entrenamiento e fútbol sin inconvenientes.
Estas experiencias nos han fortalecido a todos, nos han ayudado a ser más expansivos. Hemos profundizado nuestra relación individual con Dios y nos ha mostrado que tenemos "un solo Padre con [y somos parte de] Su familia universal, unidos en el evangelio del Amor". Ibíd., pág. 577.
Durante todo este tiempo he recibido mucho amor, he aprendido a comunicarme más allá de las palabras, he conocido a personas con cualidades maravillosas y he sido bendecida con cálidas amistades; pero sobre todo he cambiado mi perspectiva y ampliado mi concepto de familia. Todos en nuestra familia seguimos aprendiendo y desarrollando ideas espirituales que nos permiten sentirnos amados, consolados, unidos, felices y agradecidos, sabiendo que esta experiencia nos enriquece y nos une al Padre-Madre de la única familia universal.