Una mañana, me llamó la maestra de mi segundo hijo, de 6 años, para decirme que se había caído sobre un brazo y no podía moverlo. Ni bien me enteré, comencé a orar reconociendo que el niño era el hijo amado de Dios y estaba bajo Su cuidado. Mi marido fue a recogerlo de inmediato y lo trajo a casa.
Juntos los tres oramos el Padre Nuestro y cantamos himnos del Himnario de la Ciencia Cristiana. Cuando nos tranquilizamos, seguimos cada uno orando para reconocer la realidad de la Creación de Dios. Esos días fueron de mucho acercamiento al Amor divino y de unión entre los miembros de la familia.
Aunque no se quejaba de dolor, el niño no se atrevía a mover el brazo. Como yo sentía gran inquietud llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana quien nos brindó apoyo por medio de la oración y me habló con mucha ternura y amor.
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