La tecnología actual ha abierto las puertas a las comunicaciones de maneras sin precedente. Ahora hablamos con los demás mucho más que antes. ¿Pero son todas las comunicaciones realmente eficaces? ¿Cuál es la esencia de la comunicación, que las personas se hablen unas a otras? Eso no es todo. Hablar no es necesariamente comunicarse. Un ingrediente decisivo es la habilidad de escuchar con sinceridad.
Cuando a la gente sólo le importan sus propios intereses, la comunicación sufre. La Biblia tiene una poderosa historia que ilustra esto. Había ciertas personas que tenían un ambicioso plan al construir un sitio llamado Babel. Véase Génesis 11:1—9 Pero de pronto dejaron de comprenderse entre sí y la comunicación y la productividad se interrumpieron, "y dejaron de edificar la ciudad".
¿Qué había ocurrido? La Biblia dice que su lenguaje fue "confundido". Si bien la historia no ofrece ninguna razón circunstancial para dicha ruptura, habla acerca de los móviles de los constructores: el deseo de hacerse un nombre. Algo los influenció para que volvieran su atención hacia ellos mismos, hacia sus propios intereses. Puede que hayan sentido temor u orgullo. Esos estados de pensamiento ejercen una influencia hipnótica que vuelve nuestra atención hacia nosotros mismos y origina malos entendidos. En el caso de Babel se produjo la ruptura total de las comunicaciones.
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