Esas escalinatas parecían interminables. Mamá, flanqueada por sus dos hijas, las miraba con una mezcla de alegría y resignación. Entonces una de nosotras, intercambiando miradas cómplices y una sonrisa, le decía: "Contame del abuelo". De inmediato, como transportándose a otras épocas y olvidándose de las famosas escaleras, ella empezaba, por enésima vez, a relatar la vida de nuestro bisabuelo en Turín, Italia, como la había escuchado durante su niñez.
Hacía muchos años, desde nuestra adolescencia, que las tres no salíamos de vacaciones juntas. Mi hermana y yo nos casamos jóvenes y muy pronto nuestras propias familias absorbieron por completo nuestra atención. Con el tiempo, un innato espíritu aventurero, nos guió a cada una a dejar nuestro país de origen, Argentina, y a vivir en continentes diferentes. De modo que este viaje a la "Bella Italia" fue una experiencia muy especial que nos permitió recordar momentos entrañables, conmovernos por la ausencia de seres queridos y compartir confidencias. Mamá participaba poco de estas conversaciones, pero no dejábamos de ver la sonrisa que iluminaba su rostro al ver que, a pesar de la distancia y el tiempo transcurrido, conversábamos como viejas amigas. Siempre había tenido el deseo de que fuéramos tan unidas como ella y su hermano lo habían sido, y nos había inculcado la importancia de la unión en la familia.
"El hogar es el lugar más querido en la tierra, y debiera ser el centro, mas no el límite, de los afectos", Ciencia y Salud, pág. 58. afirma Mary Baker Eddy, y esto es algo que ella, siento yo, anheló gran parte de su vida. Mary quedó viuda muy joven, estando encinta. Regresó a casa de sus padres donde tiempo después, debido a su mala salud, le quitaron a su hijo y se lo dieron a otra familia para que lo criara. Volvió a casarse con la esperanza de recuperarlo, pero no lo logró y años después se divorció debido a la infidelidad de su marido.
Para entonces, la Sra. Eddy ya había descubierto las leyes divinas que gobernaban las curaciones de Cristo Jesús y recuperado totalmente su salud. No obstante, ese descubrimiento en lugar de acercarla, la separó aún más de su propia familia, que no aceptaba las nuevas ideas que Dios le estaba revelando. Sola, reconociendo el enorme valor que estas enseñanzas tenían para la humanidad, ella persistió en comprender cada vez más las verdades espirituales que iba percibiendo, y las publicó en su obra principal, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras. Con el tiempo, a través de las clases que impartía, ella pudo progresar económicamente, hasta fundar una iglesia y crear un movimiento mundial. Los fieles estudiantes de la Ciencia Cristiana que trabajaron en su casa con ella, llegaron a ser su verdadera familia.
Su experiencia e inspiración la llevaron a escribir: "Peregrino en la tierra, tu morada es el cielo; extranjero, eres el huésped de Dios". Ciencia y Salud, pág. 254. Estas palabras nos alientan y aseguran que cuando reconocemos que vivimos en el Espíritu divino y que nada puede separarnos del amor de Dios, ya no nos sentimos solos, sino que recibimos el apoyo y la ternura de la familia en el gesto de un amigo, en la sonrisa del vecino, en el saludo cordial del artesano que con orgullo nos muestra el resultado de un trabajo bien hecho.
Siento que en su Sermón del Monte, Jesús nos da la pauta para tener una vida familiar armoniosa, cuando afirma: "Vosotros sois la sal de la tierra", instándonos a dar aliento, fortaleza e inspiración a los que nos rodean. "Vosotros sois la luz del mundo"3, alentándonos a ser un elemento conciliador, trayendo esperanza, paz y alegría a nuestros seres queridos y, por extensión, a toda la tierra.
Imagínese el bien que podríamos traer a nuestra familia y amigos y a nuestra comunidad si levantáramos en alto esa luz con nuestro ejemplo, y fuéramos como un faro que alumbra a todos y los guía a puerto seguro, a los brazos fuertes y tiernos del Amor divino.
Con afecto,