Mi marido y yo estuvimos casados varios años, sin poder tener hijos. De modo que cuando empezamos a estudiar la Ciencia Cristiana le pedimos a un practicista de esta Ciencia que nos apoyara con su oración.
Durante todo un año, avancé en mi comprensión espiritual y estudié las verdades que me ayudarían a percibir que estamos unidos a Dios, la Vida, el origen de todo. Que somos reflejos de Su ser, pues de Él proviene nuestra vida, nuestras cualidades maternales y paternales, nuestra familia.
Poco a poco comencé darme cuenta de que no quería ser una madre posesiva y sentir que los niños eran de mi propiedad, sino que quería abrirme a la experiencia de amar más y sobre una base más espiritual. A medida que pude aceptar esto en mi corazón y entender que tener hijos tenía que ver con esta posibilidad de amar más a otros seres y velar por su bienestar, de dar más de mí, de comprender más al Amor divino, me embaracé de mi primera hija. A partir de allí, continuaron las bendiciones, pues, al cabo de tres años, vino nuestra segunda hija.
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