Alo largo de los años, mi familia y yo hemos podido comprobar lo que afirma Mary Baker Eddy cuando escribió: "La Ciencia Cristiana trae al cuerpo la luz solar de la Verdad, que vigoriza y purifica" (Ciencia y Salud, pág. 162). Este conocimiento de la eterna presencia de Dios nos ha dado la confianza de que siempre encontraremos soluciones correctas y definitivas.
Cuando nació mi tercer hijo, todo parecía estar bien. No obstante, tiempo después, cuando nos vinimos a vivir a casa de mis papás, en Cuernavaca, nos dimos cuenta de que el niño no se podía sentar y no hablaba, aunque nos escuchaba perfectamente. Desde que mi marido y yo conocimos la Ciencia Cristiana aprendimos que no hay otro poder sino Dios. Que Él hizo al hombre perfecto, por lo tanto, nada podía impedirle al niño que hablara, que caminara, que llevara una vida normal. Junto con mi mamá, mis otros hijos y toda la familia que vivía en la casa, hasta la muchacha que nos ayudaba, comenzamos a estudiar todos los días la Lección-Sermón de la Ciencia Cristiana y a cumplir con los Diez Mandamientos, el primero de los cuales establece que no debemos tener otros dioses aparte de Dios, es decir, que no podemos creer en otro poder.
La lectura diaria de esas citas de la Biblia y de Ciencia y Salud iluminó mi pensamiento y me permitió comprender que la creación de Dios es perfecta y que no hay nada que la pueda alterar; que Dios es Amor y que podemos realmente sentir Su presencia en nuestra vida diaria. Una cita del Génesis que me ayudó muchísimo dice: "En el principio creó Dios los cielos y la tierra... Y vio Dios todo lo que había hecho y era bueno en gran manera" (1:1, 31).
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