Ir a un hospital no era mi preferencia, sin embargo, me llevaron finalmente a uno cuando un día tuve una situación alarmante de salud, y un amoroso miembro de mi familia preocupado llamó una ambulancia. Tras ser admitida, las enfermeras me llevaron por un pasillo donde leí en la pared las palabras “Unidad de apoplejía”. Mi abuela había fallecido joven de una apoplejía, y empecé a tener temor. Permití que el desaliento tomara ventaja de mí.
A la mañana siguiente, me informaron que me llevarían a rehabilitación durante las próximas dos semanas. Casi inmediatamente después de eso, tuve otro episodio. Una enfermera me puso en una silla de ruedas y me envió de inmediato a que me hicieran más exámenes. Después me llevaron a un cuarto poco iluminado para que esperara. Sentada allí en silencio, me volví a Dios en oración.
Treinta y cuatro años antes, los médicos habían pronosticado que moriría de cáncer. Yo recurrí a la Ciencia Cristiana y sané por completo (véase “Caso de cáncer sanado”, Heraldo, Enero de 2003). Desde aquella curación, siempre me había apoyado totalmente en la Ciencia Cristiana, y sabía que podía apoyarme en ella ahora.
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