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Original Web

El regalo silencioso

Del número de diciembre de 2017 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 16 de octubre de 2017 como original para la Web.


Un mensaje angelical a una virgen reverente. Una estrella sorprendentemente brillante. El nacimiento de un Salvador revelado a los pastores en el campo en medio de la noche. Es así como el obsequio que Dios hizo de Su Hijo al mundo llegó a los corazones receptivos, tan calladamente.

De esa misma forma poderosa y callada fue que el mensaje del Cristo, sobre el amor y el cuidado universales que Dios brinda a cada uno de Sus hijos, vino a cada persona mediante el ministerio de Cristo Jesús. Y es de esta forma que el mensaje del Cristo viene a las mentes y corazones receptivos hoy en día. Llega silenciosamente a los escondrijos más profundos de la consciencia humana individual, y atiende nuestros anhelos conscientes, e incluso aquellos no reconocidos, para traernos curación y redención.

En su libro sobre la Ciencia divina del Cristo, Mary Baker Eddy explica: “El Cristo es la verdadera idea que proclama el bien, el divino mensaje de Dios a los hombres que habla a la consciencia humana. El Cristo es incorpóreo, espiritual, sí, la imagen y semejanza divina, que disipa las ilusiones de los sentidos; el Camino, la Verdad y la Vida, que sana a los enfermos y echa fuera los males, que destruye el pecado, la enfermedad y la muerte” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 332).

De todos los regalos que podamos desear recibir o dar esta Navidad, el obsequio que Dios nos da del Cristo, la Verdad, es un regalo que todas las personas pueden recibir y compartir. Pero para recibir este obsequio, necesitamos silenciar dentro de nosotros mismos toda tendencia a aferrarnos con obstinación al punto de vista mortal y personal de las cosas. Cuando Jesús se enfrentaba con esa falta de receptividad al mensaje callado y reformador del Cristo, con frecuencia usaba palabras y acciones fuertes para reprenderlo. Lo que necesitamos para poder recibir con agrado al Cristo, es alcanzar un estado mental humilde, hacer oídos sordos al constante clamor de las preocupaciones humanas que rivalizan por captar nuestra atención, admitir con toda sinceridad para nosotros mismos que es un hecho que no sabemos cómo resolver todo por nuestra propia cuenta, y abrir nuestro corazón y mente al mensaje callado y sanador del Cristo.

En una ocasión, Jesús extendió una invitación para recibir este regalo porque nos traería descanso. Refiriéndose al mensaje del Cristo que él representaba, dijo: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28). ¿Quién no anhela tener un pensamiento tranquilo y reposado para aliviarse de las preocupaciones, temores o el sufrimiento? Conforme a mi experiencia, cuando me permito aceptar con humildad esa invitación —al orar para estar atenta y receptiva a las ideas espirituales y tranquilizadoras que el Cristo imparte— puede producirse una especie de renacimiento. Me viene una idea inspiradora en la que nunca he pensado antes, o sobre la cual he pensado solo intelectualmente, y de pronto siento que me envuelve una sensación de renovación, una forma de pensar a la cual jamás podría haber llegado mediante el mero esfuerzo humano. Es un despertar muy grande, acompañado de un sentimiento purificador y liberador que me atraviesa por completo; tengo la sensación de que nazco de nuevo lo cual me brinda renovada energía, alegría, actividad productiva y curación.

¡Qué regalo más maravilloso! Y es un regalo que podemos dar a otros, al expresarles con nuestros corazones y acciones, la compasión y el amor que sentimos del Cristo. Y cuanto más lo demos, tanto más descanso, consuelo y curación nosotros mismos recibimos, así como muchos otros renacimientos. Como señala la Sra. Eddy: “Este nacimiento espiritual revela al entendimiento extasiado una concepción más elevada y más santa de la supremacía del Espíritu, y del hombre como Su semejanza, por medio de la cual el hombre refleja el poder divino para sanar al enfermo” (Escritos Misceláneos 1883–1896, pág. 17). El obsequio del reflejo espiritual que nos viene tan silenciosamente al recibir al Cristo, la Verdad, en nuestra consciencia —y el nuevo nacimiento que produce— puede que sea un regalo muy callado, pero el poder sanador que ejerce es maravillosamente poderoso; es el poder reformador de Dios, el bien.

Cuando el Apóstol Pablo les escribió a los primeros cristianos en Corinto, les recordó el consuelo que habían recibido mediante el obsequio que Dios les había dado del Cristo, y de la importancia de compartir este regalo con otros de manera que ellos, también pudieran experimentar el descanso, el consuelo, el renacimiento y la curación que trae el Cristo. Él escribió: “Gracias, Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que es nuestro Padre y la fuente de toda misericordia y consuelo. Porque él nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que nosotros también podamos manifestar a otros cuando enfrentan problemas, la misma y fuerte compasión que recibimos de Dios” (II Corinthians 1:3, 4, J. B. Phillips, The New Testament in Modern English).

¿Puedes pensar acaso en un obsequio más significativo que cada uno de nosotros podamos recibir esta Navidad y todos los días, que el regalo del Cristo que viene tan silenciosamente a nuestra consciencia con consuelo y curación?

He aquí un poema de A. E. Hamilton que la Sra. Eddy incluye en la página 95 de su libro Retrospección e Introspección, que nos muestra cómo abrir corazones y mentes para recibir y dar el callado y poderoso obsequio del Cristo:

Pide de Dios destreza
   en el arte de consolar:
que puedas consagrarte
      y apartarte
   a una vida de comprensión.
Pues grande es el peso del infortunio
   en todo corazón;
y muy necesitados son
   consoladores que posean
      de Cristo el don.

Ya sea que estemos totalmente solos, reunidos con familia y amigos o ayudando en un comedor de beneficencia el día de Navidad —o cualquier otro día— podemos hacer lugar para que el Cristo entre en nuestro espacio mental y nos regale inspiración y un nuevo nacimiento. Y nosotros podemos dar este regalo a otros expresando amor a semejanza del Cristo, y oraciones con las cuales abrazarlos. Las bendiciones se multiplicarán, silenciosa y poderosamente.

Barbara Vining

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