Aprendí una lección muy importante, hace unos años, sobre la comprensión espiritual y la confianza en el cuidado de Dios.
Vivía con mi familia en un suburbio de los Estados Unidos. A comienzos de aquel año, había perdido mi trabajo como ingeniero en una compañía química grande. Mi despido ocurrió una semana antes de que la compañía cerrara un importante centro en el área y dejara a otros 600 ingenieros cesantes en el mercado local. En aquella época, el desempleo en esa zona estaba entre el 10 y el 15 por ciento. Resta decir, que el mercado técnico de pronto se vio inundado de gente sumamente talentosa que estaba buscando un trabajo con desesperación.
Me costaba dejar a un lado el cuadro alarmante del desempleo y la escasez, y regocijarme en la realidad de la sustancia de Dios.
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