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Original Web

“Yo simplemente no sé, ¡pero Dios sí sabe!”

Del número de diciembre de 2017 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 12 de octubre de 2017 como original para la Web.


Aprendí una lección muy importante, hace unos años, sobre la comprensión espiritual y la confianza en el cuidado de Dios.

Vivía con mi familia en un suburbio de los Estados Unidos. A comienzos de aquel año, había perdido mi trabajo como ingeniero en una compañía química grande. Mi despido ocurrió una semana antes de que la compañía cerrara un importante centro en el área y dejara a otros 600 ingenieros cesantes en el mercado local. En aquella época, el desempleo en esa zona estaba entre el 10 y el 15 por ciento. Resta decir, que el mercado técnico de pronto se vio inundado de gente sumamente talentosa que estaba buscando un trabajo con desesperación.

Me costaba dejar a un lado el cuadro alarmante del desempleo y la escasez, y regocijarme en la realidad de la sustancia de Dios.

Después de unos dos meses, un trabajo en una nueva compañía en una ciudad remota me brindó promesa y esperanza. Sin embargo, después de estar en ese empleo tan solo dos semanas, la compañía cerró mi división y echo a todos, excepto a mí y a mi superior directo. Durante los siguientes tres meses, yo temía que llegara el viernes, pues era los viernes cuando me decían si me quedaba por unas pocas semanas más, o regresaba a casa sin trabajo.

Me afectaba tanto el temor a las consecuencias de estar desempleado y la posibilidad de regresar a casa sintiéndome un fracasado, que cuando llegaba el viernes, “el día de la decisión”, estaba literalmente temblando y era incapaz de hacer mucho hasta que me enteraba de cuál sería mi “suerte”.

Esto continuó por varios meses, y justo antes de la celebración de Acción de Gracias me echaron del trabajo. Una semana después de volver a casa, el banco decidió que nuestra casa necesitaba de inmediato un seguro contra inundaciones, o ellos ejecutarían la hipoteca. No teníamos dinero para el seguro. Mi futuro parecía tan sombrío, como las grises y tormentosas condiciones del tiempo.

Tanto mi esposa como yo estábamos orando. Me di cuenta de que antes yo contaba con mi empleador para obtener el sustento, ahora los dos estábamos recurriendo de todo corazón a Dios como la verdadera fuente de nuestro sustento, nuestra provisión. Nos comunicamos con una practicista de la Ciencia Cristiana para que nos ayudara a orar.

La practicista al principio nos alarmó cuando nos dijo que nosotros no teníamos nada que “hacer”. Yo me preguntaba qué quería decir con eso. Pero luego nos explicó que en vez de preguntarnos qué más se podía hacer, podíamos orar comprendiendo que Dios era nuestra fuente de provisión, como Mary Baker Eddy escribió en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “El Amor divino siempre ha respondido y siempre responderá a toda necesidad humana” (pág. 494).

Cuando me puse a reflexionar sobre esa declaración de Ciencia y Salud, me di cuenta de que a pesar de lo que parecía estar sucediendo, Dios estaba, en efecto, proveyendo lo que necesitaba en realidad. Esa era una distinción importante porque aprendí que tenía que disciplinar mis pensamientos para separar “los deseos y los anhelos” de “las necesidades” mías y de mi familia. Me costaba poner esto en práctica y dejar a un lado el cuadro alarmante del desempleo y la escasez, y regocijarme en la realidad de la sustancia de Dios, la bondad de Dios, que jamás me podrían quitar. Hice lo mejor que pude para confiar en que al reconocer estos hechos espirituales se producirían resultados.

Al acercarse el día de Acción de Gracias, apareció un sobre anónimo en nuestro buzón con cupones para nuestra cena de Acción de Gracias. Poco después, apareció una segunda carta anónima con suficiente dinero en efectivo para permitirnos hacer el primer pago trimestral de la póliza del seguro contra inundaciones, para que no perdiéramos la casa. ¡Estábamos muy agradecidos!

 Muy poco después, mi esposa consiguió un trabajo temporal en el distrito de nuestra escuela local. Si bien, esto quitó un poco la presión financiera, la situación no era estable ni sostenible. Su trabajo nos permitió mantener la casa durante el invierno, pero todavía quedaba pendiente el asunto de mi empleo a largo plazo.

Continuamos orando para ver el desenvolvimiento que el Amor divino tenía preparado para nuestra familia, sabiendo que el Amor continuaba proveyendo lo necesario y ayudándonos a luchar contra los temores que podían paralizarnos, atemorizarnos y limitar nuestros horizontes.

Durante el invierno, estuve la mayor parte del tiempo en casa, lidiando durante horas con pensamientos llenos de ansiedad, buscando trabajo y tratando de disminuir mis temores por nuestro futuro. Sin embargo, durante esa época, yo estaba orando para ver lo que Dios tenía dispuesto, el plan de Dios, y examinando mi pensamiento para ver si había progreso alguno, es decir, si había un creciente reconocimiento de que Dios estaba conmigo en mis esfuerzos.

A veces, cuando la desesperación y el miedo me abrumaban, miraba por la ventana el manto de nieve que cubría el suelo, suspirando por lo que aparentaba ser una falta de progreso y decía: “¡Yo simplemente no sé!”; parecía que mis emociones habían llegado al límite.

La practicista de la Ciencia Cristiana, que oraba con mi esposa y conmigo, combatía esa desesperación. Siempre que yo repetidamente exclamaba: “¡Yo simplemente no sé!”, ella alentaba a mi esposa a que me ayudara a tomar consciencia de la realidad espiritual y de la provisión de Dios que ya estaba presente, diciendo: “¡Pero Dios sí sabe!”.

“Pero Dios sí sabe” quería decir que Dios era la fuente de toda inteligencia, la Mente única, y solo conocía el bien para mí y mi familia.

La frase completa “¡Yo simplemente no sé, pero Dios sí sabe!”, pronto se convirtió en algo a lo que me aferraba durante mis tranquilos días en casa. En lugar de estar desesperado, aprendí a estar alegre y ser útil, y a no sentirme resentido, aun cuando realizaba mis tareas. Aprendí a buscar señales de la presencia de Dios y a esperar que se manifestaran el bien y bendiciones en todo lo que estaba haciendo ese día, y el siguiente y el otro.

Un día, sonó el teléfono. Era un consultor con quien me había comunicado antes, en una ciudad a unos diez kilómetros de distancia. Me llamaba para averiguar si yo estaría disponible para representar su firma con algunos proyectos y actividades de mercadotecnia dentro de nuestra zona. El trabajo era temporal y podría durar unos meses. El comienzo fue lento, pero había suficiente movimiento en el negocio como para sostenerme.

Aprendí a buscar señales de la presencia de Dios y a esperar que se manifestara el bien.

Tanto el consultor como yo realizábamos la tarea con una comunicación totalmente honesta y abierta. Los dos estábamos de acuerdo en que nunca engañaríamos a un cliente para asegurar el trabajo, como tampoco produciríamos nada que no fuera de la mejor calidad de trabajo posible. Apoyé esta actitud porque consideraba que formaba parte de la indicación que Dios, el Amor divino, me daba para hacer mi trabajo. La respuesta a nuestros esfuerzos fue favorable, y ambos estuvimos contentos con el éxito alcanzado al traer nuevos proyectos.

A fines de la primavera, yo había encontrado un nuevo puesto en otra ciudad fuera del área, con una firma consultora grande. Como resultado, nuestra familia tuvo que reubicarse y la empresa pagó nuestra mudanza, los niños asistieron a nuevas escuelas y surgieron nuevas oportunidades para toda la familia.

En los años que han seguido, siempre que han surgido desafíos y nuestra familia se ha sentido tentada a caer en el desaliento y pensar “¡Yo simplemente no sé!”, inevitablemente nos ha venido el pensamiento angelical —un mensaje de Dios— “¡Pero Dios sí sabe!”. Y hemos recibido consuelo y un pensamiento esclarecedor.

A veces, es posible que nos sintamos atemorizados porque parece que Dios ha dejado de cuidar de nosotros y nos ha abandonado. Pero esto no es verdad. Podemos seguir con confianza la instrucción de “dejar el campo a Dios” (Ciencia y Salud, pág. 419), confiando en el cuidado de Dios, Su totalidad y protección para todos Sus hijos.

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