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A salvo ante amenazas terroristas

Del número de enero de 2018 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Un domingo, hace casi treinta años, varios de nosotros estábamos conversando en nuestra Sociedad de la Ciencia Cristiana después del servicio religioso, cuando una persona que ninguno de nosotros conocía entró en el edificio.

Una amiga se me acercó y me dijo que esta persona estaba haciendo amenazas y quería hablar conmigo. Yo había estado conversando animadamente con algunas personas de otro país que estaban visitando nuestra sociedad, y por un momento me pregunté: “¿Por qué conmigo?” Pero fui a ver al hombre.

En aquella época, había una guerra en mi país, y este señor me dijo que era guerrillero, y que si llamaba a la policía o al ejército, nos mataría a todos. Él quería saber si Dios existía y me aseguró que si lo ayudaba a entender, nada nos pasaría a nosotros.

Sin pensarlo dos veces, mi respuesta espontánea, y llena de confianza en lo que sabía de Dios, fue compartir con él algo de lo que había aprendido de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy. En mi estudio de la Ciencia Cristiana yo había llegado a comprender que Dios es bueno, Dios es Vida, Dios es Amor, y esto me capacitó para hablar con este hombre sin temor. Pude sentir que el Amor, Dios, estaba con él, conmigo y con todos los demás en esa sala. Ese Amor nos rodeaba con su tierno cuidado, y amaba a este hombre también, en su identidad espiritual verdadera, como el hijo perfecto de Dios. Yo sabía que Dios nos estaba protegiendo, en todo momento.

Me sentí guiada a mirarlo directamente a los ojos y tocar su hombro para reconfortarlo. Él también me miró a los ojos, cosa que no había hecho antes, y pareció como que realmente trataba de captar lo que yo estaba compartiendo con él.

Un momento después, una persona, bien intencionada, me gritó desde el otro lado de la sala que este señor buscaba problemas. El hombre de pronto se dio vuelta, tomó su bolsa, la cual contenía varias armas, y amenazó con matarnos a todos, incluso a mi hijo.

Me vino al pensamiento que él sentía temor, y yo sabía que el Amor disuelve el temor. Continué hablándole acerca de nuestra habilidad de confiar totalmente en la bondad de Dios. Todos pertenecemos al reino de Dios, que es el reino del bien.

Me sentí impulsada a pedirles a todos que se sentaran en un círculo con este hombre, y que cada uno contara lo que Dios significa para nosotros. Le expliqué a la congregación que lo único que este señor quería era tener una idea más clara de Dios y la certeza de que Dios existe y nos ama a todos.

A medida que todos fuimos compartiendo ideas sanadoras y testimonios sobre la bondad de Dios, como se revela en la Ciencia Cristiana, el hombre se tranquilizó una vez más. Luego, todos dijimos el Padre Nuestro en voz alta, incluso él. Terminamos con unos momentos de oración en silencio, y él cerró sus ojos y oró con nosotros también.

Inmediatamente después de eso la mirada del hombre cambió. Su expresión ya no tenía el temor tan visible de antes, y sus ojos se suavizaron. Se fue con una sonrisa en el rostro, y expresó amor y gratitud por la bondad y el afecto que habíamos demostrado hacia él. Ninguno de nosotros fue herido, y el hombre regresó, sin armas, como un pacífico asistente de nuestros servicios dominicales durante varias semanas después de eso.

Esta experiencia fue una gran prueba para mí de que la identidad espiritual y real del hombre no está constituida de mal. Es posible que nos sintamos mesmerizados por pensamientos de temor, que pueden transformarse en acciones malévolas. Pero el temor es disuelto por la expresión tierna y genuina del Amor perfecto que es Dios (véase 1 Juan 4:18). Todos podemos orar para permitir que el amor de Dios llene nuestros pensamientos y corazones, y ver la realidad espiritual de otros, como Dios realmente los hizo. Esto contribuirá enormemente a protegernos a nosotros mismos y a nuestros semejantes.

No olvidemos orar para que haya en nosotros esa Mente (el Amor divino) que estaba también en Cristo Jesús (véase Filipenses 2:5). Esto purifica nuestro pensamiento y combate toda aparente distorsión de la perfección de Dios. Puede que el temor entre en nuestra consciencia y parezca impedirnos percibir el bien que siempre nos viene de Dios, pero el Amor divino es nuestra protección, y nosotros podemos contar con que la bondad de Dios prevalecerá.

Finalmente, al pensar en esta experiencia, yo ya no pregunto “¿Por qué a mí?”. Todos tenemos una misión, y la misma consiste en mantener a Dios, el bien, en el pensamiento, y llevar Su mensaje de Amor a semejanza del Cristo, a todos los que podamos.

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