Nunca antes había escuchado el término “síndrome del impostor”, hasta que asistí a una charla sobre el tema, parte de una serie que dio mi universidad para ayudar a los estudiantes graduados a enfrentar el estrés de la escuela de graduados. Me enteré de que ese término se usa en el mundo académico para describir la sensación de que estamos “fingiendo”, que realmente no sabemos todo lo que sabemos como personas de gran conocimiento, y no somos tan inteligentes como nuestros logros intelectuales sugieren. Después de estar muchos años en la escuela de graduados y en el mundo académico, yo conocía muy bien ese sentimiento.
La animada charla terminó con la historia de un académico mundialmente famoso que, poniendo en duda sus habilidades, le dijo a alguien: “Yo me las he rebuscado para engañar a todos para que piensen que soy un experto en mi especialidad y un intelectual brillante”.
La charla me abrió los ojos en muchos sentidos. Una cosa que me enseñó fue que debía despersonalizar esos sentimientos impostores. Siempre había pensado que era la única que sentía que no sabía lo suficiente en mi campo de estudio, y como que tenía que pretender que sabía. Pero entonces me di cuenta de que este sentimiento de inferioridad es común en el mundo académico. Hay mucho conocimiento rondando allá afuera hoy en día sobre todos los temas, y cuando estás rodeado de tantos eruditos brillantes, es fácil sentirte inseguro respecto a tus logros y habilidades.
La segunda cosa que me enseñó esta charla fue muy valiosa: ¡No somos impostores! Puesto que el académico obviamente no estaba fingiendo sus capacidades y logros, y ninguno de nosotros tampoco, me di cuenta de que este sentimiento de ser un impostor era tan solo una imposición mental y no tenía ninguna validez.
Así como nos pueden hacer sentir que somos impostores académicos, pienso que a veces podemos sentirnos impostores espirituales. Por lo menos así me sentí yo por mucho tiempo. Durante años, había orado y deseado vivir una vida más devota, crecer espiritualmente y servir a Dios. Me esforzaba por hacer esto como mejor podía en mi práctica diaria. Sin embargo, durante todos esos años con frecuencia me sentía como una impostora, que solo pretendía ser buena, y en lo profundo no lo era, o no era tan buena como la imagen que parecía proyectar externamente y al mundo. Siempre parecía haber una vocecita dentro de mí negando el bien que hacía, y cualquier bien espiritual que sentía al estar en comunión con Dios. Me hacía sentir que no era sincera, y realmente de ninguna manera tan buena.
Un día, me vino este pensamiento: “¡Ah! He logrado engañar a todos para que piensen que soy realmente una buena persona devota y espiritual. Nadie sabe la verdad acerca de mí, ¡si tan solo supieran!” Fue entonces que de repente me di cuenta de lo que era: el síndrome del impostor. ¡Ese había sido el problema desde el principio! Así como el consumado profesor había sido engañado a creer que era menos de lo que era, yo había sido engañada a creer que era menos que espiritual, buena y pura.
Percibí más claramente que mi verdadera identidad era realmente una con Dios,
la Mente divina, y que esta Mente me estaba gobernando a mí y a todos.
Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, tiene un término para estos pensamientos que tratan de convencernos de que no somos los hijos de Dios —no tan buenos (o inteligentes y capaces) como somos realmente— como Dios nos hizo. Ella dice que este tipo de pensamientos son magnetismo animal, y provienen de la mente mortal, la falsa percepción de nosotros mismos como materiales y mortales, y separados de Dios, por lo tanto, pecaminosos y potencialmente malvados. Esto es lo que la Biblia denomina la mente carnal, y a la que Jesús se refería cuando hablaba del mal y decía que es “mentiroso y padre de mentira” (Juan 8:44). De modo que la mente mortal es un mito, no es de ninguna manera una mente real.
La Sra. Eddy escribe, por ejemplo: “Los mortales son las falsificaciones de los inmortales. Son los hijos del maligno, o el mal único, que declara que el hombre comienza en el polvo o como un embrión material. En la Ciencia divina, Dios y el hombre verdadero son inseparables como Principio divino e idea” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 476). Me di cuenta más y más de que como somos inseparables de Dios, no podemos saber nada acerca de nosotros mismos excepto lo que Él sabe y nos dice. Y lo que Él sabe es solo bueno.
¿Qué ocurrió después de darme cuenta de esto? Hubo un cambio en mi pensamiento. No era que antes no hubiera tenido momentos sanadores, hermosos y maravillosos de comunión con Dios que me hicieron tomar consciencia de mi bondad y perfección innatas, sino que empecé a confiar en que yo era realmente la hija buena y pura de Dios que me había sido revelado mediante el estudio y la oración. Percibí más claramente que mi verdadera identidad era realmente una con Dios, la Mente divina, y que esta Mente me estaba gobernando a mí y a todos.
Esto también resultó en una curación física. Durante un par de años, había tenido una sensación dolorosa e incómoda en las piernas. Me molestaba especialmente de noche, por lo que me resultaba difícil dormir. Bueno, de pronto me di cuenta de que la molestia había desaparecido hacía un tiempo. No estoy segura exactamente cuándo desapareció, pero fue definitivamente el resultado de la inspiración que recibí en mi oración diaria y en mi estudio de la Ciencia.
No puedo decir que el “síndrome del impostor” haya desaparecido por completo de mi vida, pero ahora estoy menos inclinada a escuchar o a actuar en base a los pensamientos que me tientan a dudar de mí misma, de mi verdadera individualidad espiritual. Esto no solo me ha llevado a tener cada vez más momentos de oración inspiradas y edificantes en comunión con Dios, sino también una alegría y una paz más grandes. También me ha permitido aceptar más fácilmente el amor de Dios por mí, y sentir Su presencia.
He estado comprendiendo cada vez más que Dios me hizo espiritual y perfecta, y este es el “verdadero yo”.
Este es también el verdadero tú. Como hijos de Dios somos espirituales, ilimitados en nuestras capacidades, e incapaces de sentir dolor o discordia. No tenemos la tendencia de tener un síndrome que nos haga creer que existe otro “yo”. Y saber esto trae progreso espiritual y curación.
