Al hacerme un examen de la vista de rutina, me dijeron que tenía un glaucoma incurable, y que por ello tendría que tomar un medicamento todos los días por el resto de mi vida.
Después de ese examen visité una clínica de la vista, donde me hicieron extensas pruebas para verificar el diagnóstico.
Le dije a la doctora que me apoyaría en la oración para sanar, algo que yo esperaba totalmente. Sin embargo, el pronóstico que me dio no era de ninguna manera alentador. De hecho, me resultó difícil escuchar todo lo que me estaba diciendo.
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