Al hacerme un examen de la vista de rutina, me dijeron que tenía un glaucoma incurable, y que por ello tendría que tomar un medicamento todos los días por el resto de mi vida.
Después de ese examen visité una clínica de la vista, donde me hicieron extensas pruebas para verificar el diagnóstico.
Le dije a la doctora que me apoyaría en la oración para sanar, algo que yo esperaba totalmente. Sin embargo, el pronóstico que me dio no era de ninguna manera alentador. De hecho, me resultó difícil escuchar todo lo que me estaba diciendo.
No obstante, eso solo hizo que me mantuviera firme en la verdad que yo había conocido y practicado toda mi vida. En lugar de tomar la medicación que me recomendaron, oré a diario durante dos o tres años para comprender el verdadero sentido de la vista. Me esforcé por ver todas las cosas más claramente; en otras palabras, por ver a todos, extraños o no, como la imagen y semejanza misma de Dios. Una cosa es esforzarse por verse a uno mismo de esta forma, sin embargo, carece de validez si uno no ve a los demás de esa misma manera.
Hacía años, había escuchado la historia de un Científico Cristiano que había estado en un choque de frente en un túnel de un solo carril y dirección. Un auto vino hacia él en la dirección contraria, y no había escape posible. Tuvieron un accidente muy feo, y el hombre vio que su hijo en el asiento del pasajero estaba en estado muy grave, y que el hombre ebrio que los había chocado caminaba tambaleante hacia ellos. Sintió tanto odio hacia ese hombre que salió del auto para atacarlo. Pero cuando se dio vuelta a mirar a su hijo, le vino este pensamiento: “Yo no puedo ver aquí a dos mortales”, a un hombre ebrio y a un niño al borde de la muerte.
Comprendió lo que enseña la Ciencia Cristiana: que Dios creó al hombre espiritualmente, a Su imagen, como dice en el relato de la creación en el primer capítulo del Génesis. Esta creación es inmortal, es decir, perfecta, sana, inmaculada, jamás es una víctima o un victimario. La vida no es una mezcla de lo material y lo espiritual, y nosotros debemos aceptar, o bien, que este relato espiritual es verdadero, o que el otro relato material de la creación del segundo capítulo del Génesis es verdadero. No obstante, el único relato verdadero es el espiritual.
El hombre regresó a su auto para orar por su hijo y para comprender que todos los envueltos en esa situación habían sido creados espiritualmente. Estas oraciones tuvieron un efecto, pues su hijo estuvo a salvo.
Esta historia ha tenido un gran efecto en mí a lo largo de los años, y me ayudó en esta experiencia, porque constantemente se nos presenta la imagen falsa, o mente mortal, en la calle, en las noticias de la televisión, en el almacén, en la mesa durante la cena, en la iglesia, hasta en el espejo. Constantemente tenemos que tomar la decisión de cómo nos vemos a nosotros mismos y a los demás.
Eso es algo por lo que oraba, para verme siempre como el verdadero hombre espiritual. Cada día me venía una nueva inspiración, que me apoyaba en este empeño, mientras leía nuestra Lección Bíblica semanal, que se encuentra en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana, y en nuestras publicaciones periódicas.
Debo decir que, durante todos esos meses, no hubo un día en que no me diera a mí misma un tratamiento en la Ciencia Cristiana. Durante este período no tuve una resplandeciente verdad espiritual con la cual orar, y no hubo una solución mágica. Hubo constancia; hubo expectativa; era un negarse a ceder a un diagnóstico material de deterioro e incurabilidad, todo lo cual tuvo como resultado la curación completa de una condición física. Hubo un momento cuando simplemente percibí que se había producido la curación. Ya no tenía temor de la condición; ya no creía que era parte de mí; me había parecido un informe falso desde el comienzo.
No había forma de verificar que la curación había sido completa sin hacer un examen, puesto que no había tenido ninguna pérdida de visión durante ese tiempo. Así que regresé a la misma clínica de la vista y pedí que me hicieran otro examen. Era rutinario, y ni siquiera mencionaron el glaucoma.
Le pregunté al doctor si había encontrado rastro del mismo. Me dijo que no había ninguna evidencia de esa condición, aunque él había visto mi historia clínica y sabía de las predicciones médicas que me habían hecho.
Entonces le pregunté si me firmaría una declaración, que yo había preparado para que firmara, confirmando que no había evidencia del glaucoma. Él la firmó y me preguntó por qué le había pedido eso. Le dije que era Científica Cristiana y quería una prueba de la curación para compartirla con otros. Estuvo de acuerdo con eso. Él es un importante especialista de ojos en nuestra comunidad.
Esa visita tuvo lugar hace varios años, y mi visión es excelente. No uso anteojos.
¿Te preguntas si estoy agradecida a la Ciencia Cristiana? ¡Por supuesto!
Lona Ingwerson
Laguna Beach, California, EE.UU.
 
    
