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Una afectuosa relación es restaurada

Del número de enero de 2018 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Todos queremos llevarnos bien con nuestros familiares y amigos. Es más, queremos amarlos. Y lo mejor de todo, queremos amarlos incondicionalmente contra viento y marea, en las buenas y en las malas. ¡Pero no siempre es tan fácil! Hace muchos años tuve una experiencia que me enseñó una importante lección sobre cómo orar por las relaciones con otras personas.

Cuando era adolescente, yo pensaba que tenía una buena y afectuosa relación con cierto miembro de mi familia. Pero nuestra relación se volvió difícil cuando esta persona se enojó debido a las decisiones de otro familiar. Yo sabía que esta querida parienta estaba enojada, pero me sentía herida; sentía que me trataba como si yo también hubiera tomado esas malas decisiones. Esta persona me ignoraba y rechazaba, y parecía que no había nada que yo pudiera hacer para “arreglar” nuestra relación.

Recuerdo que un día estaba sentada en mi cama sintiéndome realmente mal. Asistía a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, donde se nos enseñaba desde chicos que Dios es Amor. Nos mostraban que Jesús enseñó los dos grandes mandamientos: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente”, y “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (véase Mateo 22:35–39). En este caso, razoné que mi “prójimo” era esta querida miembro de la familia. Pero me sentía confundida. Yo estaba tratando de amar a esta persona, pero mi amor era rechazado. Me sentía desalentada y enfadada.

Me quedé muy quieta y callada. Me sentía impotente y perdida, pero, de hecho, Dios estaba conmigo allí mismo. Anhelaba que los ángeles de Dios estuvieran conmigo, y recordaba que Mary Baker Eddy define a los ángeles como: “Pensamientos de Dios que pasan al hombre; …” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 581). Sentía que necesitaba los pensamientos de Dios porque los míos ¡no parecían ayudar a la situación!

Fue entonces que me vinieron dos mensajes angelicales. Primero, sentí que Dios me impartía Su amor con el pensamiento “Siente Mi amor”. Aunque quería sentir nuevamente el amor de mi familiar, lo único que realmente siempre necesitamos es el amor de nuestro querido Padre-Madre Dios, que está siempre presente. Comprendí que el amor genuino de otras personas no es un amor personal limitado, sino que Dios es su fuente ilimitada. El amor de Dios es reflejado por cada uno de nosotros, y podemos sentirlo. De inmediato me sentí reconfortada por el amor de Dios.

Segundo, me di cuenta de que la mejor manera de amar a esta parienta era ver lo que Dios ve en esa persona. La mayoría de la gente aprecia los dulces intercambios de amor con otra persona, como son un abrazo, una palabra amable o una nota afectuosa. Ciertamente hay un momento y lugar oportunos para este tipo de afecto, pero a veces estos gestos no son suficientes, no son prácticos o puede que lleguen en un mal momento.

Pero ver a tu prójimo como Dios lo ve es como iluminar con un proyector de luz su bondad, alegría, humildad y bienestar. Al estar más conscientes de la presencia del amor de Dios, vemos al hombre perfecto de Dios, y por medio de eso vemos la irrealidad de todas las imperfecciones, y esto trae curación y armonía. Se despierta el amor en nuestros corazones y en el de los demás. Y ese amor puro y espiritual viene directamente de Dios.

Así que, estando sentada sola en mi cuarto, sentí el amor de Dios, una calidez y un bienestar que no dependía de ninguna persona. Y percibí a mi familiar como Dios la veía, como el ser constantemente espiritual y afectuoso que hizo Dios.

La relación fue restaurada muy rápidamente a su condición feliz y natural. ¡Yo estaba tan agradecida! Y lo que es más importante, he sido guiada y reconfortada durante muchos años, por medio de estas dos importantes ideas sobre el amor: que Dios me ama porque soy Su reflejo, y yo amo a mi “prójimo” como Dios lo ama.

Jean Schoch Gioioso
Morristown, Nueva Jersey, EE.UU.

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