Todos queremos llevarnos bien con nuestros familiares y amigos. Es más, queremos amarlos. Y lo mejor de todo, queremos amarlos incondicionalmente contra viento y marea, en las buenas y en las malas. ¡Pero no siempre es tan fácil! Hace muchos años tuve una experiencia que me enseñó una importante lección sobre cómo orar por las relaciones con otras personas.
Cuando era adolescente, yo pensaba que tenía una buena y afectuosa relación con cierto miembro de mi familia. Pero nuestra relación se volvió difícil cuando esta persona se enojó debido a las decisiones de otro familiar. Yo sabía que esta querida parienta estaba enojada, pero me sentía herida; sentía que me trataba como si yo también hubiera tomado esas malas decisiones. Esta persona me ignoraba y rechazaba, y parecía que no había nada que yo pudiera hacer para “arreglar” nuestra relación.
Recuerdo que un día estaba sentada en mi cama sintiéndome realmente mal. Asistía a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, donde se nos enseñaba desde chicos que Dios es Amor. Nos mostraban que Jesús enseñó los dos grandes mandamientos: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente”, y “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (véase Mateo 22:35–39). En este caso, razoné que mi “prójimo” era esta querida miembro de la familia. Pero me sentía confundida. Yo estaba tratando de amar a esta persona, pero mi amor era rechazado. Me sentía desalentada y enfadada.
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