Es probable que enfrentemos todo tipo de pronósticos acerca de nuestra salud, carrera y bienestar en general, así como de las condiciones del tiempo, la economía y el gobierno. Pero en la Ciencia Cristiana he aprendido que, en lugar de sentirnos atados por un pronóstico, podemos buscar en el Cristo “la palabra profética más segura”, como una luz que brilla en los lugares tenebrosos del temor humano, para revelar la amorosa provisión que Dios tiene para todos.
Un pronóstico tiene un origen y un alcance materiales, basados en el conocimiento que se obtiene al mirar el cuadro material, en lugar de recurrir a Dios, el Espíritu, que es Todo. El que hace el pronóstico compara los datos físicos actuales con las pautas de lo que ocurrió en el pasado, determina una serie de resultados posibles, y elige lo que parece más probable. Por más científico que parezca ser un pronóstico, la premisa es fundamentalmente inexacta, porque la observación y las leyes materiales, no aluden a los hechos espirituales de la existencia.
No obstante, una profecía es espiritual en origen y en alcance. Surge de un hecho, una revelación de la Verdad divina. En la Segunda Epístola de Pedro, leemos: “Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones; … porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (1:19, 21).
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