Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer
Original Web

“Padre, ¡despiértame!”

Del número de enero de 2018 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cristo Jesús era un sanador espiritual notable. Aquellos que anhelan entender qué sabía, que comprendía espiritualmente para que se produjera la curación, continúan aún hoy estudiando detenidamente sus obras sanadoras como se encuentran en la Biblia.

Al leer esos relatos de curación, es posible que comencemos a darnos cuenta de que Jesús parecía prestar muy poca o ninguna atención a la apariencia física de aquellos que se le acercaban para ser sanados. Podríamos llegar a la conclusión, entonces, de que la atención de Jesús se centraba, en cambio, en la realidad espiritual de esa persona como creación perfecta de Dios; y puesto que Jesús reflejaba esta verdad espiritual, dicho reflejo era suficiente para despertar la consciencia de esa persona y para que esta fuera receptiva a su pureza y perfección innatas. Y como resultado se producía la curación.

 A fin de ayudar a sus discípulos a que comprendieran cómo se lograba esta curación, Jesús los guiaba continuamente para que alcanzaran la comprensión espiritual y verdadera del Cristo, la idea divina de Dios que él expresaba tan plenamente. Su ejemplo y enseñanzas también nos ayudan a nosotros hoy, como discípulos modernos de Jesús, a comprender la verdad espiritual para que podamos seguirlo al sanarnos a nosotros mismos y a otros.

Mi oración a Dios pidiéndole ayuda había hecho que mi percepción espiritual despertara y tomara consciencia de la verdad de mi existencia como creación perfecta de Dios.

Jesús enseñó una lección importante sobre cómo sanar cuando resucitó a Lázaro de la muerte. Tras enterarse de que Lázaro había muerto, les dijo a sus discípulos: “Nuestro amigo Lázaro duerme; mas voy para despertarle” (Juan 11:11). Si Jesús dijo que Lázaro estaba durmiendo en lugar de muerto, entonces es obvio que para Jesús la muerte no era una realidad ni un destino final. La creencia en la muerte era, en cambio, un sueño mortal del que Lázaro necesitaba despertar, y despertó.

Puesto que Jesús contemplaba de inmediato la realidad espiritual de cada persona como el reflejo puro de Dios, él no se impresionaba al ver la evidencia material que se le presentaba. La realidad espiritual es siempre perfecta y está por siempre presente, incluso allí donde la evidencia material de enfermedad parece estar. Jesús pudo probar esto al despertar a las personas del sueño de enfermedad y muerte. Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, escribió: “Para el que sana mediante la Ciencia Cristiana, la enfermedad es un sueño del cual el paciente necesita ser despertado” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 417).

Una tarde, hace muchos años, aprendí una poderosa lección acerca de que la naturaleza de la enfermedad es un sueño. Recibí la llamada de una amiga, quien me contó que estaba sufriendo de una condición incurable. Empezó a describirla en términos muy gráficos, y agregó que iba a pedir ayuda médica para que la ayudaran a atender esa condición incurable. La consolé y le dije que yo sabía que Dios era una ayuda siempre presente y que ella podía sentir Su presencia.

 Sin embargo, mi pensamiento ahora estaba abrumado con la descripción de esa condición sobre la que mi amiga me había contado. Aquella noche, estaba lavando los platos, cuando de pronto me sentí paralizada por el temor porque, por extraño que parezca, yo empecé a sentir todos los síntomas que me habían descrito durante la llamada telefónica aquella tarde temprano. Hacía muchos años que estudiaba la Ciencia Cristiana, y en el fondo sabía que los síntomas representaban una sugestión mental agresiva de que la materia y la enfermedad son reales, y estaban tentándome para que me durmiera y no viera que la realidad espiritual de mi ser es pura y perfecta. Yo sabía esto, pero los síntomas eran muy persistentes, y los podía sentir palpablemente.

Oré durante la noche para tomar consciencia de la verdad. Declaré que era una idea espiritual creada por Dios, por lo tanto, era perfecta en ese mismo momento, y no había sido tocada por ninguna sugestión del mal. Pero parecía como que yo no quería abandonar ese sueño de enfermedad que importunaba mi pensamiento.

Fue entonces que recordé una conversación que había tenido hacía muchos años con un querido amigo, una persona sabia y de pensamiento espiritualizado, que tenía una exitosa práctica sanadora como practicista de la Ciencia Cristiana. Después de una de nuestras charlas, él me preguntó: “Wendy, ¿te pones de rodillas alguna vez para orar?”

“Sí, dos veces al año”, le respondí. (Me estaba refiriendo al servicio de Comunión que se celebra dos veces al año en las Iglesias de Cristo, Científico, donde se invita a la congregación a arrodillarse y orar.)

Él se rió y dijo: “En realidad, me estaba refiriendo a otras ocasiones cuando buscas guía o curación”.

Tuve que responder: “No, no lo he hecho”.

Entonces terminó nuestra conversación diciendo: “Sería bueno que pensaras en eso”.

Una de las cualidades que siempre había apreciado en mi amigo era que expresaba humildad. De manera que pude entender que él me había estado alentando para que llevara mis oraciones a un nivel más profundo.

El mero hecho físico de arrodillarse por sí mismo no produce la curación. Pero cuando nos arrodillamos impulsados por el deseo totalmente sincero de poner todo en manos de Dios, el Amor divino, nuestro pensamiento cede profundamente a Dios. Al rendirnos por completo ante Dios, Le entregamos toda nuestra vida, renunciamos a nuestra obstinación, opiniones humanas y temor. Escuchamos con detenimiento las indicaciones de Dios, y tenemos la expectativa de sentir Su presencia.

Aquella noche, al pensar en esa conversación con mi amigo años antes, me puse de rodillas para orar. Con un anhelo profundo y humilde, oré a mi Padre-Madre Dios, y le pedí ayuda. La única oración que me vino al pensamiento contenía tan solo dos palabras. Con toda sinceridad oré: “Padre, ¡despiértame!”

Una sensación de enorme alegría y alivio fluyó sobre mí. Sentí que me amaban y cuidaban de mí, y supe que mi oración pidiendo que se me despertara del sueño de enfermedad sería respondida.

Dormí profundamente toda la noche, y cuando me desperté por la mañana, de inmediato supe que estaba despierta, que había despertado del sueño de enfermedad. Sabía que así era porque todo el temor había desaparecido. No solo estaba libre de las oscuras imágenes mentales que habían estado abrumando mi pensamiento, sino que ya no sentía tampoco esos síntomas atemorizantes. Me di cuenta con mucha alegría que Dios había respondido a mi pedido de ayuda, y estaba sana.

Mi oración a Dios pidiéndole ayuda había hecho que mi percepción espiritual despertara y tomara consciencia de la verdad de mi existencia como creación perfecta de Dios.

Aprendí una maravillosa lección de esta curación. Cuando desperté sana, fue muy obvio para mí que la corrección que debía ocurrir no había estado realmente en mi cuerpo, sino en mi pensamiento. Mi oración a Dios pidiéndole ayuda había hecho que mi percepción espiritual despertara y tomara consciencia de la verdad de mi existencia como creación perfecta de Dios. Al despertar a esta verdad, mi cuerpo naturalmente respondió. La tal llamada enfermedad no había sido nada más que una sugestión mental hipnótica, que me estaba tentando para que creyera que era una condición material real que podía hacerme daño; pero había sido siempre irreal, una creencia falsa.

Jesús alentaba a sus seguidores a pedirle ayuda a Dios. Él dijo: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá” (Mateo 7:7, 8).

Al recordar esta experiencia de curación que ocurrió hace varios años, me he preguntado por qué mi breve oración fue respondida con tanta prontitud. Creo que la respuesta se encuentra en esta declaración de Jesús: “Y todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis” (Mateo 21:22).

¿Acaso comprendemos y creemos en el poder del amor que Dios siente por cada uno de nosotros? Él nos ama más de lo que podemos comprender totalmente, pero podemos empezar a comprenderlo ahora mismo. Él envía Su mensaje sanador, el Cristo, la Verdad, para que despertemos y tomemos consciencia de nuestra perfección natural. Y Él nos mantiene en Su poder y bondad omnipotentes aquí mismo, ahora mismo. ¿Confiamos lo suficiente en la verdad espiritual para buscar la presencia de Dios que está en operación en nuestra vida? ¿Esperamos ver resultados sanadores de nuestras oraciones?

La profunda percepción de la oración anhelante y humilde que se expresa al arrodillarse humildemente en reverencia a Dios, está al alcance de cualquiera, en todo lugar, en todo momento. Invita a que el poder del Cristo haga que tomemos consciencia de la realidad espiritual, y nos sane.

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / enero de 2018

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.