Eres necesario. De hecho, eres esencial. ¿Por qué? Porque la Vida y el Amor, sinónimos de Dios, son esenciales, y tú eres la evidencia de la Vida y el Amor. El punto clave es que Dios —por ser la Vida y el Amor infinitos— debe expresarse, y tú eres esta expresión. La autora Mary Baker Eddy lo lleva un paso más allá cuando escribe en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “El hombre como vástago de Dios, como la idea del Espíritu, es la evidencia inmortal de que el Espíritu es armonioso y el hombre es eterno” (pág. 29). Tú eres digno y tan esencial para Dios como un hijo para un padre, o como una canción para un cantante. Simplemente, no es posible tener uno sin el otro. Y al comprender mejor la naturaleza fundamental y esencial de Dios, automáticamente estás comprendiendo más de la naturaleza fundamental y esencial de ti mismo como hijo propio de Dios.
Una perspectiva espiritualmente inspirada de la Biblia describe claramente cómo fue evolucionando la comprensión de qué es Dios, y termina el Nuevo Testamento diciéndonos que “Dios es amor” (1 Juan 4:8) “en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación” (Santiago 1:17). Cristo Jesús constantemente señala que Dios es nuestro Padre, el único creador, del todo amoroso y siempre presente. La Ciencia Cristiana, basada en las enseñanzas de Cristo Jesús, explica que el hombre (y esto incluye a la mujer) es espiritual, deriva del Espíritu, Dios, el Amor invariable. Abrir nuestro pensamiento para comprender que Dios es un océano infinito de Amor divino que desea vivamente, cuida, guía y protege a toda Su creación, es hacer que nuestro pensamiento sea receptivo a una vida llena de abundante paz, sorprendente creatividad, vigorosa salud y firmeza.
Dios es el Ser divino, y por ser el vástago o efecto de Dios, reflejamos la esencia del Amor, la vitalidad esencial de la Vida. Somos la parte indispensable sin la cual Dios no podría existir. “Dios, sin la imagen y semejanza de Sí mismo, no tendría entidad, sería una Mente inexpresada. No tendría testigo o prueba de Su propia naturaleza” (Ciencia y Salud, pág. 303).
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