Una forma convencional de pensar en Dios es algo así: La existencia humana es un hecho, con todos los aspectos que todos conocemos muy bien. Sabemos que hay ciudades y gente, sueldos y productos nacionales brutos, líquenes y álamos, planetas y estrellas. Y sí, es posible que haya o no un Dios. Pero ese Dios sería una “cosa” más, un Ser divino en alguna parte.
No obstante, ¿has considerado alguna vez que es posible que Dios sea la única presencia verdadera —de hecho, todo lo que está y podría estar presente— el Amor e inteligencia omnipresentes? ¿Qué pasaría si Dios fuera tan infinito que no podría haber nada además de Dios, sino que todo lo que existió lo hizo como expresión de Dios, y es uno con Él, Ella? ¿Qué cambiaría para nosotros si comprendiéramos que la vida no es parte de un desarrollo físico cósmico, orgánico y mortal, sino el reflejo espiritual de la única Vida divina, dinámica y viviente que es por siempre nueva y eterna?
Esta idea de Dios no como “algo” sino como Todo, fue lo que se le reveló a Mary Baker Eddy, y lo que ella da a conocer en sus libros. Esta revelación de Dios brinda una nueva perspectiva de lo que significa obedecer el Primer Mandamiento —no tener otros dioses delante de Dios— y el Segundo Mandamiento, no hacerse para uno mismo ninguna imagen (véase Éxodo 20:3, 4). No tener otro Dios es reconocer la absoluta totalidad de Dios como el único todo inmutable, indivisible —el Espíritu ilimitado— que se expresa a sí mismo en una creación que debe ser, como él mismo, espiritual.
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