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¿Dios es “algo” o es omnipresencia?

Del número de julio de 2018 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 31 de mayo de 2018 como original para la Web.


Una forma convencional de pensar en Dios es algo así: La existencia humana es un hecho, con todos los aspectos que todos conocemos muy bien. Sabemos que hay ciudades y gente, sueldos y productos nacionales brutos, líquenes y álamos, planetas y estrellas. Y sí, es posible que haya o no un Dios. Pero ese Dios sería una “cosa” más, un Ser divino en alguna parte.

No obstante, ¿has considerado alguna vez que es posible que Dios sea la única presencia verdadera —de hecho, todo lo que está y podría estar presente— el Amor e inteligencia omnipresentes? ¿Qué pasaría si Dios fuera tan infinito que no podría haber nada además de Dios, sino que todo lo que existió lo hizo como expresión de Dios, y es uno con Él, Ella? ¿Qué cambiaría para nosotros si comprendiéramos que la vida no es parte de un desarrollo físico cósmico, orgánico y mortal, sino el reflejo espiritual de la única Vida divina, dinámica y viviente que es por siempre nueva y eterna?

Esta idea de Dios no como “algo” sino como Todo, fue lo que se le reveló a Mary Baker Eddy, y lo que ella da a conocer en sus libros. Esta revelación de Dios brinda una nueva perspectiva de lo que significa obedecer el Primer Mandamiento —no tener otros dioses delante de Dios— y el Segundo Mandamiento, no hacerse para uno mismo ninguna imagen (véase Éxodo 20:3, 4). No tener otro Dios es reconocer la absoluta totalidad de Dios como el único todo inmutable, indivisible —el Espíritu ilimitado— que se expresa a sí mismo en una creación que debe ser, como él mismo, espiritual.

En la medida en que nos aferremos mentalmente a esta realidad, no permitiremos que haya espacio en nuestro pensamiento para hacer imágenes; para considerar, reflexionar o rumiar acerca de la materia y sus limitaciones, discordias y desengaños.  Reconocer la omnipresencia de Dios, el bien, es reconocer que la realidad espiritual es la única realidad, en la que todo lo que es imperfecto, preocupante, problemático o aterrador, no tiene lugar alguno.

Pero ¿qué ocurre si nos parece como que la totalidad de Dios se encuentra a millones de kilómetros de distancia? Preocupaciones y temores humanos, incluso enfermedades pueden estar ocupando nuestro pensamiento, y es posible que no veamos forma de liberarnos. Si este parece ser el caso, podemos esforzarnos por mantenernos callados mentalmente y ceder al Amor divino. Dios, el bien, está con nosotros en todo momento, y este Uno infinito transmite su bondad a todos. El Amor divino está siempre dando a entender su omnipresencia de una forma que podemos entender, que siempre nos está tranquilizando, alentando y fortaleciendo, llenando nuestro corazón con la expectativa del bien y con la comprensión de que nada sino el bien puede jamás verdaderamente tocarnos. Cuando estamos dispuestos a recibir esta inspiración divina, a reconocer la totalidad de Dios, sentimos más de la ley sanadora, inspiradora y sustentadora del Amor, que está disolviendo todo tipo de discordias.

Sentir que somos uno con el infinito, nos libera de las limitaciones.

La persona que comprendió mejor la infinitud de Dios fue Cristo Jesús. Los cuatro Evangelios de la Biblia muestran que Jesús vivió su vida no para dar a conocer quién era él o lo que podría haber sido humanamente, sino para darse a sí mismo desinteresadamente a fin de permitir que la totalidad de Dios encontrara expresión natural a través de su vida. Jesús era una clara y sanadora transparencia para el Espíritu infinito, el Amor divino. Dijo que sus seguidores debían tomar su cruz y vivir con el espíritu desinteresado con que él vivió (véase Mateo 16:24).

¿Qué significa para nuestra vida diaria seguir a Jesús reconociendo que Dios es absolutamente Todo? El Maestro no instruyó a sus seguidores que debían renunciar a la existencia humana, sino que realmente elevaran esa existencia más alto reconociendo que la Vida verdadera es Dios. Dijo: “He venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10).

Tener la infinitud del Espíritu como nuestro fundamento, quiere decir ver el mundo a nuestro alrededor de una forma más espiritual de lo que hemos hecho hasta ahora. La percepción humana de la belleza de la naturaleza alude a una belleza espiritual más elevada que no tiene ningún elemento cruel en ella. La cercanía que sentimos con un cónyuge después de años de apoyarnos mutuamente, indica la igualdad eterna que todos tenemos con la única Alma infinita y los unos con los otros. Las alturas a las que una hermosa pieza musical puede transportarnos brinda una vislumbre de la constante inspiración que, en verdad, siempre tenemos por ser reflejos de la totalidad divina.

Estar conscientes de la totalidad de Dios y de la naturaleza de cada uno de nosotros por ser Su reflejo, no nos impide cumplir con nuestras demandas humanas, sino que nos inspira para cumplirlas de mejor manera aún. Al sentir que somos uno con el infinito, nos liberamos de los temores y otras limitaciones, y nuestro pensamiento se vuelve más receptivo para percibir nuevas y renovadas formas de alcanzar el bien y ayudar a otros. La Sra. Eddy escribió esto en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, en un capítulo que tiene como tema central la infinitud de Dios: “Desprendiéndote de las mutaciones del tiempo y del sentido, no perderás ni los objetos ni los fines sólidos de la vida ni tu propia identidad. Fijando tu mirada en las realidades supernas, ascenderás hacia la consciencia espiritual del ser, tal como el pájaro que ha salido del huevo y alisa sus alas para un vuelo en dirección al cielo” (pág. 261).

La infinitud absoluta del Amor es la revelación de la Ciencia Cristiana: que Dios no es una cosa más entre muchas, sino que es verdaderamente Todo, y que nosotros somos Su reflejo espiritual. Elevarse más cada día al demostrar estos hechos espirituales, trae mucha alegría.

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