Mi madre fue criada en la Ciencia Cristiana, y en mi niñez asistí a una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. Sin embargo, no la hice “mía” hasta que fui una joven adulta.
Un día estaba jugando bridge, cuando en la conversación surgió el tema de que una amiga había sido diagnosticada con polio. En aquella época, hace décadas, la polio era un tema común porque se había diseminado de tal manera que alcanzó proporciones epidémicas. Poco después, empecé a manifestar todos los síntomas de la enfermedad.
Muy pronto me di cuenta de que la Ciencia Cristiana me había dado todas las herramientas que necesitaba para sanar de esta enfermedad. Me vino este pensamiento de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy: “La Mente es la fuente de todo movimiento, y no hay inercia que retarde o detenga su acción perpetua y armoniosa” (pág. 283). Comprendí que todo movimiento proviene de la Mente divina, Dios, y que, por ser una idea de esa misma Mente, mi expresión del bien nunca podía ser paralizada.
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