Mi hermana y yo estábamos en casa de mi abuelita y mi abuelito mientras mi mamá había salido de compras. Los cuatro nos estábamos divirtiendo mucho. Pero esa tarde empecé a sentirme mal, me dolía muchísimo el oído y tuve un poco de miedo.
La abuelita y yo fuimos a descansar y a orar. Sabía que nada me podía lastimar, porque me acordé de un hermoso pensamiento que había aprendido en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana: No hay lugar donde Dios no esté. Esto me ayudó a sentir menos miedo, aunque el dolor seguía empeorando.
Pronto mi mamá llegó a casa y llamamos a un practicista de la Ciencia Cristiana para que también orara por mí. Yo seguí orando para saber que el dolor no es la verdad acerca de mí porque Dios me hizo perfecta y me mantiene perfecta. Así que nada podía causarme daño o hacerme mal. Sabía que soy realmente espiritual, por lo que siempre estoy a salvo.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!