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Original Web

La promesa de la provisión de Dios

Del número de febrero de 2019 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 20 de diciembre de 2018 como original para la Web.



Hace unos años, me encontraba luchando desesperadamente para pagar mis cuentas. Mis entradas eran muy inferiores a las que había tenido antes, y me sentía solo y muy atemorizado por no tener lo suficiente para cubrir los gastos diarios. Con frecuencia pagaba las cuentas mucho después de su vencimiento, y pasaba horas orando en busca de una respuesta acerca de cómo pagaría la siguiente.

En un momento dado, le conté a un amigo acerca de mis preocupaciones, quien me sugirió que comenzara a sacar provecho de los talentos que tenía. “¿Qué puedes hacer con lo que ya sabes?”, me preguntó. Su sugerencia me recordó la historia bíblica del profeta Eliseo y la viuda que estaba por perder a sus dos hijos a manos de un acreedor a quien no podía pagar (véase 2 Reyes 4:17). Eliseo le preguntó qué tenía en su casa. Ella respondió que solo tenía una vasija de aceite. Él le recomendó que pidiera prestados a sus vecinos tantos recipientes como pudiera y los llenara con el aceite. Ella logró llenar todos los recipientes y le sobró aceite. Entonces Eliseo le dijo: “Ve y vende el aceite, y paga a tus acreedores; y tú y tus hijos vivid de lo que quede”. La abundancia de aceite, que ilustraba los recursos espirituales infinitos de Dios, estaba allí mismo cuando la viuda estuvo dispuesta a abrir su pensamiento al bien que estaba a su alcance y siguió la guía divinamente inspirada de Eliseo. Empecé a confiar en que, así como Dios tuvo una respuesta práctica para la viuda, también tenía una para mí que respondería a mis necesidades inmediatas.

Un día, decidí dar una larga caminata mientras oraba. Mi oración fue simplemente: “Dime, Padre, qué debo hacer”. De pronto, tuve la intuición de darme vuelta. Al hacerlo, vi la puerta abierta de un pequeño negocio con pasteles y productos de pastelería en los estantes. Como había tenido negocios en diferentes épocas y me gusta cocinar, vi esto como una señal de que debía comenzar un negocio de repostería.

 Muy pronto comencé a obtener el equipo y los suministros que necesitaba, y en breve, estaba horneando y vendiendo pasteles, tartas y galletas, e incluso realicé algún servicio de comida. Esta actividad me permitió ampliar mi conocimiento de repostería, mercadotecnia y trabajar con otras personas. Pero lo fundamental es que me brindó más oportunidades de ver las recompensas por poner toda mi confianza en Dios, sabiendo que el Amor divino me guiaría a las soluciones que necesitaba cuando se presentaran los desafíos. Por ejemplo, yo no tenía un automóvil para recoger los suministros y entregar los productos terminados, pero mediante la oración fui guiado a una persona que gustosamente me llevó a las casas mayoristas.

En la Ciencia Cristiana aprendemos que Dios es Amor y Dios es Principio.

La repostería y el servicio de comida me ayudaron a pagar mis gastos durante varios años, y luego fui guiado a buscar otro empleo más compatible con mi experiencia pasada, el cual continuó proveyéndome de lo que necesitaba. A lo largo de los años, he comprobado una y otra vez que el amor constante e incesante de Dios por nosotros se vuelve más evidente a medida que Lo reconocemos como la fuente de nuestra inspiración.

 En la Ciencia Cristiana aprendemos que Dios es Amor y Dios es Principio. Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, escribe en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “El Principio y su idea es uno, y este uno es Dios, el Ser omnipotente, omnisciente y omnipresente, y Su reflejo es el hombre y el universo” (págs. 465 –466). El hombre (término bíblico genérico que la autora usa para hombres y mujeres) es inseparable de Dios, por lo tanto, nunca está fuera de la vista y el cuidado de Dios. La provisión que tiene Dios para nosotros jamás varía porque nos pertenece por derecho de herencia divina a cada uno de nosotros por ser Sus hijos amados, y el Principio divino constantemente hace cumplir esta ley de la abundancia universal.

El salmista promete: “Pues el Señor Dios es nuestro sol y nuestro escudo;
él nos da gracia y gloria. El Señor no negará ningún bien a quienes hacen lo que es correcto” (Salmos 84:11, NTV). Cristo Jesús predicó y demostró esta verdad, alimentando a las multitudes y sanando a los enfermos.

No obstante, mucho de lo que vemos con nuestros ojos —pobreza crónica en las comunidades, familias, iglesias y a veces en los negocios— niega esta promesa. De manera que somos tentados a creer que existen “los que tienen” y “los que no tienen”; que algunos están destinados a ser pobres debido a la herencia humana, la victimización e incluso por una suerte inexplicable; que la ganancia para unos podría ser pérdida para otros; que la competencia en los negocios hará que una parte sea rica y la otra pobre. Pero estas sugestiones provienen de un punto de vista distorsionado y material de la creación de Dios. Esta perspectiva ofrece poca o ninguna evidencia de un Dios amoroso que sostiene a Sus hijos en la armonía de Su amor, donde uno jamás puede estar en conflicto con otro, sino que todos trabajan en la economía divina, y tienen acceso a todo Su bien por reflejo y expresándolo de formas individuales.

Cuando llegamos a comprender que somos los hijos de Dios, vemos solo una creación: la creación espiritual e ilimitada de Dios. Con esta comprensión, podemos rechazar más fácilmente la tentación de creer que nuestros recursos son limitados o que nuestra mejor esperanza para tener estabilidad financiera es la suerte, lo que posiblemente resultará en el deseo de apostar o de tener inversiones de alto riesgo, como descubrí hace años cuando fui tentado a comprar inversiones riesgosas.

 Recibí la llamada de una operadora de futuros de gas natural. Ella creía que el suministro de gas natural de la nación era escaso, que tendríamos un invierno más frío de lo normal y que si yo invertía en los futuros de gas natural ganaría una enorme cantidad de dinero. El lado negativo, que ella omitió mencionar, era que podía perder todo mi dinero. Pensé en invertir mis escasos ahorros en su totalidad, pero algo no me parecía correcto. Era como un juego de azar —como probar suerte— lo cual no estaba de acuerdo con lo que había estado aprendiendo acerca de Dios como nuestro Padre, quien es Amor y da igualmente a todos Sus hijos, y nunca más a uno que a otro.

Llamé a un practicista de la Ciencia Cristiana —alguien que se dedica totalmente al ministerio de la curación cristiana— para que orara por mí sobre esto. Hablamos acerca de cómo me sentía respecto a esta inversión en particular y a las inversiones en general, y me di cuenta de que yo estaba permitiendo que me mesmerizaran (ciertamente algo no positivo) para que creyera que esa inversión contenía la provisión. Esto hizo que tomara consciencia de que debía comprender mejor que Dios es la única fuente de provisión y que viera que cuando Dios nos inspira —cuando una idea proviene de Él— nada queda al azar. No podemos perder ningún bien cuando ponemos toda nuestra confianza en Dios.

Oré con estas ideas espirituales, y rechacé la riesgosa propuesta, y siempre he tenido lo que necesito. De hecho, después de administrar mi dinero sabiamente, tuve lo suficiente como para efectuar un pequeño pago inicial de un departamento, en el cual sigo viviendo hoy.

Mary Baker Eddy escribió en Escritos Misceláneos 1883–1896: “Dios os da Sus ideas espirituales, y ellas, a su vez, os dan vuestra provisión diaria. Nunca pidáis para el mañana; es suficiente que el Amor divino es una ayuda siempre presente; y si esperáis, jamás dudando, tendréis en todo momento todo lo que necesitéis” (pág. 307). Siempre me ha gustado esta declaración. ¡Qué maravillosa y práctica fuente de aliento y esperanza para la humanidad!

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