¿Alguna vez vas caminando a la escuela? Yo lo hacía todos los días cuando estaba en el jardín de infantes. Con sol, lluvia o nieve, caminaba las cinco cuadras hasta el viejo edificio de ladrillo rojo que era mi escuela.
Antes de irme cada mañana, mi mamá me daba un gran abrazo y susurraba: “Dios te ama, Susie”. Luego me veía mientras caminaba por nuestro patio y subía los grandes escalones hasta la puerta de madera. Una vez que pasaba la puerta, cruzaba la estrecha calle y caminaba hacia la casa de mi amiga Molly para ir a la escuela juntas. Era una manera divertida de comenzar el día. Cuando la escuela terminaba a la hora del almuerzo, hacíamos el mismo camino de regreso a casa.
Un día, Molly y yo entramos en nuestra clase y nos llevamos una gran sorpresa. Había mucha gente allí, y se estaba celebrando una fiesta divertida, con pastel, juegos y canciones.
Cuando la fiesta terminó y todos empezaron a irse, yo los seguí. Pero algo parecía que no estaba bien. No sabía que los maestros le habían pedido a todos que salieran por una puerta diferente a la habitual.
Cuando salí, no reconocí dónde estaba. ¡Todos los árboles y casas parecían estar en los lugares equivocados! Era una calle donde nunca antes había estado. No veía a Molly por ninguna parte, y no podía volver a la escuela en busca de ayuda porque estaba cerrada. Miré hacia un lado y el otro de la calle y no vi a nadie.
Me quedé quieta en la esquina porque no sabía qué hacer ni en qué dirección ir. Entonces recordé que mamá me había dicho que, pase lo que pase, nunca podía estar sola. Ella dijo que mi amoroso Padre-Madre Dios siempre estaba conmigo para protegerme y guiarme. Un sentimiento de seguridad me embargó como si fuera un abrazo. No me sentía sola en absoluto. Sabía que Dios estaba allí cuidándome.
Pronto me di cuenta de que un coche pasaba lentamente por la calle. Entonces se detuvo justo en mi esquina. Cuando miré dentro, vi que la conductora era mi maestra de jardín de infantes. ¡Estaba tan feliz de verla! Cuando me preguntó si me gustaría que me llevara a casa, dije: “¡Sí, por favor!”.
Mi maestra y yo caminamos juntas hasta la puerta de mi casa. Cuando mi mamá abrió la puerta, se veía muy sorprendida. Después de todo, llegaba tarde y mi maestra estaba conmigo. Mami le dio las gracias por traerme a casa.
Mientras miraba a mi mamá y a mi maestra, vi lo felices y aliviadas que estaban las dos de tenerme de vuelta en casa. Me alegré de estar allí, pero nunca estuve preocupada. Había estado segura de que Dios me llevaría de regreso a casa a salvo en Su camino. Y Él lo hizo.
Al recordar esta curación ahora, pienso en una estrofa de un himno con palabras de Mary Baker Eddy que mamá nos cantaba muy a menudo:
Gentil presencia, gozo, paz, poder,
divina Vida, Tuyo todo es.
Amor, que al ave Su cuidado da,
conserva de mi niño el progresar.
(Himnario de la Ciencia Cristiana, N° 207, trad. © CSBD)
Todos somos hijos de Dios. Y nuestro Padre-Madre nos protege y nos cuida cada minuto de cada día, donde sea que estemos.