En una mesa redonda de distintas religiones que se reunió en la ciudad de Nashua, en el estado de Nuevo Hampshire donde vivo, me impactó algo que dijo Kelly Ayotte, exsenadora de Estados Unidos por el estado de Nuevo Hampshire: “Las comunidades religiosas cumplen una función importante” en la lucha contra la drogadicción; una función que el gobierno no puede desempeñar (“Nashua church offers spiritual response to drug crisis”, The Telegraph, May 28, 2016).
Su reconocimiento del trabajo desinteresado que realizan las comunidades religiosas para sanar la adicción y brindar cuidado práctico a los afectados vino en una época cuando Nuevo Hampshire tenía una de las tasas más altas de mortalidad por sobredosis de opioides en los Estados Unidos.
Hoy, la adicción a los opioides continúa siendo un serio problema aquí y en toda la nación, y cada muerte trágica debida a una sobredosis es otro recordatorio más para que tomemos con mayor seriedad nuestra fe y nuestras oraciones; para que continuemos orando y nunca nos demos por vencidos.
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