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Original Web

El temor sanó, el quiste desapareció

Del número de marzo de 2019 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 18 de enero de 2019 como original para la Web.


Cuando nuestra hija mayor tenía dieciséis años, un fin de semana nuestra familia realizó un viaje de esquí a las montañas locales. Ninguno de nosotros había esquiado antes. Nuestros cuatro hijos tomaron algunas clases de esquí y, aunque se caían con frecuencia, seguían ansiosos por volver a subir la pendiente para intentarlo de nuevo. Mi esposo y yo nos quedamos abajo observando los esfuerzos de los muchachos por dominar la pendiente.

En el camino de regreso a casa después de un fin de semana lleno de diversión, escuché algunos susurros en el asiento trasero de la camioneta. Nuestra hija mayor comenzó a llorar y dijo que tenía un dolor intenso en la parte baja de la espalda y no podía encontrar una forma cómoda de sentarse.

Como era nuestra costumbre, inmediatamente cada miembro de la familia comenzó a orar. Recordé esta declaración de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy: “Una idea espiritual no tiene un solo elemento de error, y esta verdad elimina debidamente todo lo que es nocivo” (pág. 463).

Mi esposo y yo somos estudiantes de la Ciencia Cristiana de toda la vida, al igual que nuestros hijos, y nuestra familia ha sido testigo de muchas curaciones al apoyarnos en sus enseñanzas. Esa tarde sabíamos que no estábamos tratando la materia. Mi esposo y yo orábamos para ver a nuestra hija más claramente como una idea espiritual de la Mente divina que, en realidad, no podía estar lastimada o enferma.

A la mañana siguiente, nuestra hija quiso ir a la escuela. Estuvimos de acuerdo, asegurándole que contaba con nuestras oraciones, así como las de la practicista de la Ciencia Cristiana a la que habíamos llamado para que la apoyara con su oración. Dos horas después me llamó para decirme que quería volver a casa. Se sentía demasiado incómoda para quedarse en la escuela.

Este fue un momento de gran crecimiento espiritual para todos nosotros mientras orábamos para ver la irrealidad de la materia y sus pretensiones de enfermedad. Nuestra hija solo estaba cómoda en la cama, donde podía acostarse boca abajo. Los chicos de su clase de la Escuela Dominical vinieron a visitarla y le dieron su apoyo, y su maestra de la Escuela Dominical venía con frecuencia a compartir pensamientos inspiradores con ella. Un amigo incluso movió la cama de nuestra hija a la sala, donde ella podía estar más cerca de toda la actividad familiar.

Cuando nuestros hijos eran muy pequeños, les hablábamos de la importancia de manifestar gratitud abiertamente. Cuando surgían problemas físicos, les pedíamos que expresaran su gratitud por escrito centrándose especialmente en lo bueno que no se podía ver, tocar, escuchar, saborear ni oler. Más tarde, cuando se sentían mejor, los animábamos a limpiar su armario, literal y figurativamente. Mientras arreglaban la ropa y ponían la que estaba sucia en la cesta para lavar, también desechaban los pensamientos erróneos de enfermedad, miedo, ira, impaciencia, etc.

Una mañana cuando estaba haciendo la cama, se me ocurrió una pregunta: “¿Qué hay que poner al descubierto aquí en el pensamiento?” Con la misma rapidez vino la respuesta: “Pregúntale cuál es su película favorita”. Lo hice, y entre lágrimas, respondió: “Oh, mamá, tiene que ser Al otro lado de la montaña”. La película está basada en la historia real de una chica que quedó paralizada por un accidente de esquí. Entre los adolescentes era “la” película que había que ver ese invierno, y aunque a mi hija le había encantado, también la encontraba profundamente perturbadora. Esa mañana se dio cuenta de que había aceptado el pernicioso cuadro del accidente y la vulnerabilidad a las lesiones. Exponer este error en el pensamiento y el temor que resulta de ese error, fue un paso importante en su curación.

Basados en las muchas curaciones que nuestra familia había tenido a través de la oración en la Ciencia Cristiana, confiábamos en que nuestra hija también se sanaría completamente en este caso. Sin embargo, según nuestras leyes estatales parecía correcto llevarla a un médico especialista para que la examinara. Antes de ir a esa cita, recordé una declaración que la Sra. Eddy incluyó en su “Sermón Dedicatorio” de 1895: “Sabe, entonces, que posees poder soberano para pensar y actuar correctamente, y que nada puede despojarte de esta herencia y transgredir el Amor” (Pulpit and Press, p. 3).

Nos sentimos confiados en que estábamos haciendo lo correcto por nuestra hija. Durante el viaje de 45 minutos a la oficina del especialista, consideré en oración “la declaración científica de ser” de la página 468 de Ciencia y Salud. Dice en parte: “No hay vida, verdad, inteligencia ni sustancia en la materia. Todo es la Mente infinita y su manifestación infinita, pues Dios es Todo-en-todo”. Pensé, “está bien, si Dios es todo, ¿qué es la materia? ¡Es nada! No tiene lugar en el universo espiritual de Dios. Nuestra hija no es la herramienta de la materia”.

Nos mantuvimos firmemente en las verdades de esta declaración científica. No íbamos a dar a la materia ni una pizca de poder en nuestro pensamiento. Continuamos afirmando que nuestra hija era y siempre había sido una idea espiritual perfecta. La materia no era parte de su ser.

El examen duró solo unos minutos. El especialista nos dijo que nuestra hija tenía un quiste extremadamente grande en el coxis. Dijo que teníamos tres opciones: podíamos llevarla a un hospital para una cirugía; ir a una farmacia para que nos prepararan una medicina, lo que con suerte la haría sentir mejor; o hacer (como dijo la enfermera del especialista) “lo que ustedes, los Científicos Cristianos, hacen tan bien, pueden orar”.

Nos dirigimos a nuestra hija y le preguntamos: “¿Qué quieres hacer?”. Ella contestó: “Vamos a orar. ¡Por favor, llévenme a casa!” Antes de emprender el regreso, llamé a la practicista y le conté lo que el médico y la enfermera habían dicho. Ella respondió: “No hay mejor lugar para ella que estar en los brazos del gran Médico. Él está a cargo. Llámame cuando llegues a casa”.

A la mañana siguiente, otra amiga de la iglesia nos golpeó la puerta. Ella traía a su nuevo cachorro para visitar a nuestra hija. Hubo gritos de risa mientras jugaban juntas. Poco después, el quiste comenzó a drenar y nuestra hija se sintió mejor de inmediato. La vi salir de su cama y subir las escaleras para tomar su primera ducha en varias semanas. A la noche siguiente, el quiste había desaparecido por completo, y nuestra hija regresó a la escuela la semana siguiente.

Yo estaba asombrada, y muy agradecida. Nuestra familia fue profundamente bendecida. Durante la siguiente reunión de testimonios del miércoles por la noche en nuestra filial de la Iglesia de Cristo, Científico, cada uno de nosotros se puso de pie para expresar nuestra gratitud por esta curación, y por todo el amor que muchos en nuestra congregación de la iglesia manifestaron a nuestra familia. Nuestra hija no solo había tenido una hermosa curación por medio del tratamiento de la Ciencia Cristiana, sino que a muchos en nuestra iglesia se les había brindado la oportunidad de presenciar el Amor divino en acción.

Mary Lou Gustafson
Palm Desert, California, EE.UU.

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