Un día mi marido llegó muy disgustado a casa. Alguien le había hecho un comentario muy hiriente. Cuando me lo contó, yo también me sentí herida. Sabía que éramos completamente inocentes. Desde que conocimos la Ciencia Cristiana, cada paso en nuestra vida lo hemos dado apoyados en la oración y escuchando atentamente a Dios. Me pareció que esta persona estaba juzgando nuestro estilo de vida y las decisiones que mi esposo y yo tomamos juntos como familia y como Científicos Cristianos.
Estaba tan dolida y abatida que no podía pensar con claridad. Era cierto que había cosas en nuestra vida que no seguían el camino tradicional que esta persona esperaba que siguiéramos, pero yo confiaba plenamente en el plan de Dios para nosotros. No necesitaba saber cuál sería ese plan dentro de veinte años; simplemente necesitaba saber el próximo paso. Deseaba de todo corazón saberlo.
Entonces, recuerdo que pensé: “Si Mary Baker Eddy (quien descubrió la Ciencia Cristiana en 1866) estuviera aquí sentada a mi lado, seguro que ella tendría las palabras que ahora necesito”. Anhelaba poder hablar con ella en persona, porque la admiro muchísimo por su espiritualidad y las ideas sanadoras y prácticas que dio a la humanidad en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras. Conocí por primera vez a la Sra. Eddy a través de este libro que alguien me dio en una época en que mi vida era un desastre. El libro tuvo mucho sentido para mí cuando lo leí. De hecho, cambió mi vida.
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