Cuando de niña me lastimaba, a veces raspándome el codo o la rodilla mientras aprendía a patinar sobre ruedas, iba llorando a mi mamá o papá en busca de consuelo. Recuerdo que me daban un beso suave, y eso me ayudaba a calmarme, a sentirme segura y bien. Años más tarde, como madre, usé esta pequeña y dulce acción para consolar a mis hijos, al darme cuenta de que era una manera de asegurarles que el Amor, nuestro Padre divino, sana, y que expresamos el amor sanador de Dios.
La Biblia nos dice: “Dios es amor” (1 Juan 4:8), y en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, Mary Baker Eddy escribe sobre el “amor del Amor” (pág. 319).
De joven en la universidad, había estado trabajando alegremente en un proyecto creativo con mi hermana y varios compañeros de estudio, cuando comencé a sufrir de un fuerte dolor de cabeza. Me disculpé y fui a mi dormitorio a recostarme y orar, sabiendo que mi hermana y mis amigos, que eran todos estudiantes de la Ciencia Cristiana como yo, orarían y sabrían lo que era espiritualmente cierto acerca de mí como hija amada de Dios.
El dolor no disminuyó hasta poco después cuando mi hermana entró en el cuarto. Ella sentía compasión por mí y con ternura me dijo: “Te quiero, Sally”. El dolor cesó de inmediato y me sentí bien. Ese gesto puro y amoroso fue poderoso y eficaz, una expresión del amor de Dios que sana.
Cristo Jesús y Mary Baker Eddy sanaron, aparentemente sin esfuerzo, al estar conscientes del amor de Dios, así como por su amor por Dios y la compasión que sentían por la humanidad. El registro de sus obras sanadoras, y de las obras realizadas por aquellos a quienes enseñaron, es inspirador y alentador. Al estudiar sus vidas y enseñanzas, somos cada vez más capaces de ver manifestada la curación en nuestra propia vida.
En la iglesia cantamos un himno que afirma: “Los males cura Amor” (Margaret Morrison, Himnario de la Ciencia Cristiana, N° 179). El amor, expresado en el beso de un padre cariñoso, las palabras amables de una hermana, una oración, una sonrisa, un abrazo, un pensamiento... sanan. Yo lo sé muy bien.
Sally Domenighini