Cuando de niña me lastimaba, a veces raspándome el codo o la rodilla mientras aprendía a patinar sobre ruedas, iba llorando a mi mamá o papá en busca de consuelo. Recuerdo que me daban un beso suave, y eso me ayudaba a calmarme, a sentirme segura y bien. Años más tarde, como madre, usé esta pequeña y dulce acción para consolar a mis hijos, al darme cuenta de que era una manera de asegurarles que el Amor, nuestro Padre divino, sana, y que expresamos el amor sanador de Dios.
La Biblia nos dice: “Dios es amor” (1 Juan 4:8), y en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, Mary Baker Eddy escribe sobre el “amor del Amor” (pág. 319).
De joven en la universidad, había estado trabajando alegremente en un proyecto creativo con mi hermana y varios compañeros de estudio, cuando comencé a sufrir de un fuerte dolor de cabeza. Me disculpé y fui a mi dormitorio a recostarme y orar, sabiendo que mi hermana y mis amigos, que eran todos estudiantes de la Ciencia Cristiana como yo, orarían y sabrían lo que era espiritualmente cierto acerca de mí como hija amada de Dios.
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