En los últimos meses, nos han inundado las noticias de hombres que han sido identificados, castigados e incluso despedidos de sus trabajos, por comportamientos inapropiados hacia las mujeres. Leer y escuchar estas historias me recordó una experiencia de hace muchos años y, para mi sorpresa, me brindó una nueva oportunidad para crecer y sanar.
Era recién casada y mi esposo estaba en las fuerzas armadas, apostado en un portaaviones. El barco estaba en un dique seco para ser reparado, y vivíamos cerca en un apartamento modesto. Cada cuatro días, mi esposo permanecía a bordo durante un turno de 24 horas, y yo normalmente usaba el tiempo para limpiar, hacer las compras y cocinar.
Uno de esos días, bastante temprano, abrí el pequeño armario debajo de la escalera exterior del edificio para sacar la aspiradora compartida por los inquilinos. Cuando me incliné, sentí que alguien estaba de pie detrás de mí. En uno o dos segundos, un joven me atacó, empujándome al suelo y apretándome el cuello con su mano.
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