Se ha omitido el nombre de la autora para respetar la privacidad de las personas que se mencionan en este relato. Su hija también cuenta cómo oró durante esta experiencia.
Actualmente, nuestro país se encuentra inundado de denuncias de conducta sexual inapropiada en muchas áreas de la vida cotidiana, tales como la oficina, el aula y el ámbito político. Parecería como si una nueva denuncia surgiera en los medios casi a diario.
Mi hija ha sufrido de acoso sexual, así que he luchado con este tema, y lo que es más importante, he orado por él. Comparto la siguiente experiencia, ocurrida hace varios años, con la esperanza de que brinde aliento y demuestre la eficacia del tipo de oración que me ha enseñado la Ciencia Cristiana.
Ella acababa finalmente de conseguir el trabajo de sus sueños. Sin embargo, un par de meses después, su alegría y entusiasmo se transformaron en tristeza y temor.
Un viernes por la noche, decidió quedarse a trabajar hasta tarde en un proyecto de software que estaba lanzando su compañía. Su gerente le pidió que fuera a su oficina con el pretexto de que quería hablarle acerca del proyecto. En cambio, cerró la puerta y la intimidó con comentarios sexuales acerca de su cuerpo. Ella estaba asustada y nerviosa, pero decidió no reportarlo al departamento de recursos humanos de la compañía porque temía la misma represalia que había experimentado al informar de acoso sexual en anteriores lugares de trabajo.
Mi hija me pidió que orara por ella y le aseguré que lo haría. Le recordé que estaba rodeada por el amor de Dios, y que el Amor divino no la dejaría sin una respuesta, como ella misma había visto muchas veces antes en su vida.
Oré todo el fin de semana, pensando específicamente en este incidente de trabajo en particular en mi tratamiento de la Ciencia Cristiana. Cualquiera sea la situación, este tratamiento metafísico siempre comienza estableciendo en el pensamiento que Dios, el bien, es Todo-en-todo y que no existe otro poder o presencia. Esta verdad empieza a disipar el temor de que alguna situación tal vez no tenga remedio, o una buena solución.
Persistí en mis oraciones sabiendo que todos estamos hechos a imagen y semejanza de Dios; esto quiere decir que todos nosotros, en nuestra identidad espiritual y verdadera, reflejamos la Verdad divina, como consecuencia, expresamos honestidad e integridad. El hombre —es decir, la identidad espiritual de todos los hombres y mujeres— hecho a semejanza de Dios, el Espíritu, tiene la sustancia del Espíritu, no de la materia. Por lo tanto, este hombre verdadero no está gobernado por instintos animales o impulsos sensuales, sino por el impulso del Amor divino. Gobernado por el Amor, sus inclinaciones son puras y buenas. Él tiene una sola motivación real: expresar la pureza del Espíritu.
Estas verdades destruyen la creencia de que el hombre es un ser sexual que puede ser un depredador o sufrir de acoso —lo cual es el resultado de otra creencia errónea, de que el hombre es material— y revela que la vida y la existencia son totalmente espirituales.
Mi hija regresó a trabajar el lunes, y aquella noche me contó que su gerente la había dejado en paz y la había tratado de una forma profesional. Pero como es de comprender, ella se sentía incómoda en el trabajo. Yo continué apoyándola en mis oraciones, pues sentía que tenía que haber una solución que fuera una bendición para todos.
Un día, me vino al pensamiento esta declaración de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Pedir a Dios que sea Dios es una vana repetición. Dios es ‘el mismo ayer, y hoy, y por los siglos’; y Aquel que es inmutablemente justo hará lo justo sin que se Le recuerde lo que es de Su incumbencia” (págs. 2 –3). Me pregunté: ¿Cómo hará Dios “lo justo” en esta situación? La respuesta que me vino fue que Dios hace lo justo por medio de Su expresión, el hombre; por lo tanto, el hombre refleja la naturaleza divina que es impecable. De modo que él solo puede hacer lo que es correcto. Comprendí que esto era verdadero tanto para mi hija como para su gerente.
Y esto probó ser el caso. Tiempo después del incidente, el gerente se sintió impulsado a ir al departamento de recursos humanos y contar las cosas inapropiadas que le había dicho a mi hija. Me sentí muy agradecida porque la verdad hubiera salido a la superficie. Su confesión no solo demostró ser una bendición para ella, sino también restauró su respetuosa relación de trabajo con el gerente.
El libro de Job dice que Dios es “grande en poder; y en juicio y en multitud de justicia no afligirá” (37:23). La armoniosa resolución de la situación de mi hija ilustra que la naturaleza de Dios es la Verdad divina, y me demostró que Su voluntad, expresada en justicia y misericordia, siempre está activa. Cristo Jesús enseñó a orar: “Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mateo 6:10), una afirmación de que no existe lugar donde la Verdad no esté en actividad. En lugar de condenar al transgresor, la Verdad divina saca a luz el error que él o ella necesita ver y del cual debe arrepentirse, condena el error y libera al transgresor de sus enredos. La Verdad también revela que la naturaleza real del hombre es inocente y buena, el reflejo de la naturaleza divina, y la comprensión espiritual de la misma regenera el carácter humano.
Mi hija ha sufrido de acoso sexual, así que he luchado con este tema, y lo que es más importante, he orado por él.
En medio de la tormenta de acusaciones que salen a la superficie hoy en día, me reconforta mucho saber que la Verdad divina es suprema y finalmente nos liberará de la creencia —donde radica el sensualismo y el pecado— de que hay vida en la materia. La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud: “La desintegración de las creencias materiales tal vez parezca ser hambre y pestilencia, miseria y congoja, pecado, enfermedad y muerte, que asumen nuevas fases hasta que aparece su nada. Estas perturbaciones continuarán hasta el fin del error, cuando toda la discordancia será absorbida por la Verdad espiritual” (pág. 96).
Cuando en oración persistimos en ver que la verdadera identidad del hombre es espiritual e impecable (a pesar de la evidencia agresiva de los sentidos materiales que a veces dicen lo contrario), estamos apresurando “el fin del error”; el fin no solo del acoso sexual, sino de todo tipo de discordancia.
La hija aportó la siguiente declaración y ha solicitado que su nombre fuera omitido.
Estoy agradecida por la oportunidad de verificar el relato de mi madre.
El incidente con mi gerente ocurrió, como ella lo indicó, mientras yo estaba trabajando hasta tarde una noche en la oficina. Mi gerente había salido del edificio, solo para regresar tiempo después, ebrio. Me pidió que fuera a su oficina para hablar personalmente sobre mi trabajo. Así lo hice, y él cerró la puerta detrás de nosotros. Comenzó a hacer comentarios sobre mi cuerpo y me habló de sus fantasías sexuales.
Esto continuó por un rato, pero yo no podía levantarme y salir porque estaba paralizada por el temor. Al ir recuperando su sobriedad, se puso serio y entonces trató de culparme a mí por su comportamiento: mi ropa, mi cabello, mi perfume. (Yo no usaba perfume ni maquillaje, y me vestía de forma conservadora). Finalmente, me pidió que no hablara de nuestra reunión, porque esa conversación era de naturaleza confidencial y se relacionaba con la continuación de mi empleo en la compañía.
Me fui a casa y lloré. Tenía tanto miedo de perder el trabajo que me negué a reportar el incidente.
Años atrás, cuando era estudiante de bachillerato, había sufrido por primera vez el acoso sexual de parte de un jefe, durante un trabajo de verano, y había aprendido que recurrir a un gerente o seguir los procedimientos normales para reportar incidentes de acoso, no siempre funcionaban. Mi madre me había llevado a ver a la gerente para informar acerca del acoso, el cual fue realmente un ataque agresivo, pero en vano.
Pocos años después, en otro trabajo me negué a tener una relación amorosa con un gerente de contrataciones, y cuando informé de sus acciones a mis superiores, me costó el empleo. Hubo otros incidentes en mi vida laboral también. Esto ocurrió mucho antes de la era del #MeToo, y aunque con el tiempo el comportamiento incorrecto fue puesto al descubierto, siempre resultó en mi contra.
Después de ese desalentador incidente con el gerente de contrataciones, decidí tomar la clase de instrucción de la Ciencia Cristiana. Era muy obvio para mí que necesitaba comprender más profundamente mi relación con Dios. La Ciencia Cristiana enseña que esta es la relación más importante que tenemos, y que no puede ser corrompida o quebrantada. Saber y aceptar esto mejora nuestras relaciones humanas. Durante ese tiempo, experimenté lo que describiría como un nuevo nacimiento. Adquirí una nueva perspectiva de la vida, porque vi más claramente la naturaleza espiritual de toda la humanidad, nuestro propósito espiritual y mi individualidad espiritual. Lo que es más importante, la clase me equipó con las herramientas espirituales para conocer mejor a Dios como la Mente y el Amor infinitos, y para orar por mi propósito y lugar en la vida. Como resultado, me sentí guiada por Dios a mudarme al otro lado del país y buscar una carrera en otro ámbito profesional, y había conseguido este nuevo trabajo.
No obstante, la noche después de estar sometida al acoso verbal en la oficina de mi gerente, estaba tan atemorizada que me costaba orar por mí misma. Le pedí a mi madre, practicista de la Ciencia Cristiana, que orara por mí y me apoyara en mis propios esfuerzos por orar.
Si bien había orado por muchas cosas en el pasado con muy buenos resultados, nunca había considerado hacerlo por el tema del acoso sexual hasta ese momento. Sabía que los caminos de Dios son más altos que los míos, y que podía confiar en que la Mente divina omnisapiente revelaría la verdad, y una solución, a todos los involucrados; aunque yo no sabía cuál era esa solución ni podía imaginarla.
La mañana del lunes después del incidente, regresé a trabajar, y las cosas eran normales. Mi gerente no me llamó para que fuera a su oficina ni se detuvo en mi cubículo. Durante los próximos meses, si bien aún tenía mi trabajo y todo estaba bien, el ambiente seguía incómodo. Mi madre continuaba orando, y yo volví a leer mis útiles notas de la clase y las estudiaba. Recordaba las palabras de mi maestro de la Ciencia Cristiana: “Nadie puede sacarnos del lugar que Dios nos ha dado”. Solo Dios puede movernos. Además, me aferraba al siguiente versículo de la Biblia en el libro de Isaías: “Abandone el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase al Señor, que tendrá de él compasión, al Dios nuestro, que será amplio en perdonar. Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos declara el Señor. Porque como los cielos son más altos que la tierra, así mis caminos son más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (55:7–9, LBLA).
Un día, ocurrió algo inesperado. Mi gerente me pidió que lo acompañara a la oficina de recursos humanos para hablar. Cuando llegamos allí, le dijo al representante que él me había tratado de forma inapropiada y le describió lo que me había dicho aquel viernes por la noche en la oficina, meses atrás. Luego, me pidió disculpas. El representante me preguntó si quería trabajar en otro equipo y dijo que mi gerente sería puesto a prueba durante un período considerable. Él humildemente aceptó eso, sabiendo de antemano lo que ocurriría si admitía sus acciones. Le dije al representante que me sentiría cómoda de permanecer en el equipo mientras yo fuera necesaria. A partir de ese día, el tiempo que pasé en la compañía fue armonioso, así como también mi relación de trabajo con mi gerente, y poco después fui promovida a una función gerencial. Es más, he sido tratada con profesionalismo y respeto en mis subsecuentes lugares de trabajo.
Estoy muy agradecida por las enseñanzas de la Ciencia Cristiana, las cuales nos capacitan para confiar en los caminos y medios de Dios. El inquebrantable apoyo y la oración persistente de mi mamá en la Ciencia Cristiana, por los cuales estoy extremadamente agradecida, fueron esenciales para la resolución armoniosa de los sucesos aquí descritos.