Cuando mi hijo menor vino de visita a casa la última Navidad, él necesitaba una silla de oficina para usar en su cuarto. Teníamos una en la buhardilla encima de nuestro garaje, pero cuando mi esposo me la estaba pasando desde la parte de arriba de la escalera, la pesada silla se me cayó en la cara. De inmediato sentí un dolor fuertísimo en la frente y en la nariz. Al sentir que se me había empezado a hinchar la cara, temí que se me hubiera quebrado la nariz.
Mi esposo se disculpó mucho y estaba preocupado por mí. Pero en unos pocos segundos me vino un pensamiento: “Yo estoy aquí; no tengas miedo”. Era un recordatorio de que Dios está siempre presente, cuidando de Su amada hija, y esto me consoló y me tranquilizó.
En lugar de aceptar lo que los sentidos materiales estaban diciendo, necesitaba ver esta situación desde una perspectiva espiritual. Recordé una declaración de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy: “Los accidentes son desconocidos para Dios, o la Mente inmortal, y tenemos que abandonar la base mortal de la creencia y unirnos con la Mente única, a fin de cambiar la noción de la casualidad por el sentido correcto de la infalible dirección de Dios y así sacar a luz la armonía” (pág. 424).
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