“Hola, mamá. Solo queríamos que supieras que tuvimos una buena curación”. Era una llamada de nuestro hijo, James Tyler, de veinte años. Mi esposo y yo íbamos de camino a asistir a una cena para nuestra hija mayor en su escuela del bachillerato. Estábamos como a una hora de casa, y nuestro hijo estaba cuidando de cuatro de sus hermanos menores.
James Tyler había recogido del autobús a los dos más chiquitos después de la escuela, y estaba esperando que llegara el autobús de la escuela secundaria. Nuestro hijo menor, Robin, estaba cerca, jugando a la mancha con algunos amigos. De pronto, cayó de cara contra la acera, se rompió los dos dientes delanteros y se lastimó el labio superior. Robin lloraba, su boca sangraba, y se había reunido una multitud de padres y niños. Algunos de los otros chicos empezaron a llorar también.
James Tyler se sentó con Robin para consolarlo, mientras que su hermanita fue a buscar algunas servilletas para ayudar a limpiarlo. James Tyler es el segundo de nuestros hijos mayores, y había sido testigo de muchas curaciones en la familia como resultado de recurrir a Dios en oración. Nuestros hijos han aprendido desde muy temprana edad que el amor y la guía de Dios les dan una fortaleza en la que apoyarse, incluso cuando mamá y papá no están allí. James Tyler le recordó a su hermanito que el amor y el consuelo de su Padre-Madre Dios ya lo estaban manteniendo a salvo. Su identidad espiritual como hijo de Dios permanece siempre intacta, y él jamás podía estar separado del amor de Dios. Las personas presentes lo apoyaron mucho, y los amigos de Robin parecieron sentirse mejor, también. Para entonces, había llegado el otro autobús, así que James Tyler ayudó a Robin a levantarse y lo llevó al coche con sus otros hermanos y hermanas.
Robin se había tranquilizado. Muy pronto comenzó a hacer chistes y a reírse. Los chicos nos llamaron cuando llegaron a casa. Todos estaban tranquilos y agradecidos porque Robin estuviera bien. Mi esposo y yo les preguntamos si debíamos regresar a casa, pero todos ellos respondieron que no, incluso Robin, y nos aseguraron que todo estaba bien. La actitud sanadora de nuestro hijo me hizo sonreír, y me recordó que debía dejar de lado la preocupación y el temor.
Lo primero que había pensado era en volver a casa para encargarme yo misma de atender a Robin. Normalmente, soy una persona muy tranquila, pero reaccioné y me encontré lidiando con mis emociones y pensando: “¡Pobrecito mi bebé!”.
Entonces me recordé a mí misma que nuestro Padre-Madre ya estaba cuidando a nuestro hijo con abundante amor. Reconocí la identidad espiritual de Robin como hijo de Dios. La omnipresencia divina llena todo el espacio y el tiempo, de modo que no hay ninguna interrupción en el cuidado que Él brinda. En su libro Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, Mary Baker Eddy escribe: “Las relaciones de Dios y el hombre, el Principio divino y la idea, son indestructibles en la Ciencia; y la Ciencia no conoce ninguna interrupción de la armonía ni retorno a ella, sino que mantiene que el orden divino o la ley espiritual, en el cual Dios y todo lo que Él crea son perfectos y eternos, ha permanecido inalterado en su historia eterna” (págs. 470-471).
Yo sabía que el hijo de Dios era el reflejo de la Vida y el Espíritu, otros nombres para Dios, y Robin estaba liberado de todo dolor o trauma. El cuidado omnipotente de Dios no está sujeto a las limitaciones humanas, así que Robin se sintió inmediatamente reconfortado por el Amor divino y por todo lo que su hermano le había recordado y compartido con él. Oré para saber que Dios estaba atendiendo cada una de las necesidades de Robin.
Robin ya había probado que era receptivo a lo que era verdadero. Él comprendía las verdades de la Ciencia divina que lo gobernaban, y en nuestra familia a menudo nos referíamos a esta comprensión como “conocer la verdad”. Todos los niños, grandes y pequeños, tenían confianza en su Padre-Madre Dios y estaban compartiendo ideas para apoyar a Robin y para apoyarse unos a otros.
Robin fue capaz de dejar de lado rápidamente todo temor o conmoción debido a la caída y todo dolor asociado con la misma. No tenía hinchazón ni hematomas, y tampoco se sentía molesto por lo ocurrido. El resto de la noche fue tranquilo y alegre para todos nosotros. Los chicos, incluido Robin, comieron pizza con gusto, y mi esposo y yo pasamos un buen rato en la cena para nuestra hija.
Esa noche le dejé un mensaje al dentista para poder llevar a Robin lo antes posible a la mañana siguiente para que le arreglara los dientes astillados. El dentista apartó un turno para él rápidamente e hizo lo que era necesario, y la sonrisa de Robin se veía como nueva.
Yo había estado preocupada mientras esperaba que el dentista terminara. Entonces escuché que Robin decía un chiste. Tuve que reírme ante sus tontas ocurrencias, y también ante el mesmerismo bajo el cual el temor estaba tratando de someterme como mamá. Vi que la actitud de Robin era la forma en que Dios estaba haciendo que un niño me mostrara que yo todavía necesitaba soltar la situación y confiar en Dios. Reconocí que Dios nunca se había ido a ningún lado. Me di cuenta de que yo estaba usando el ejemplo de fe, confianza, humildad y alegría de nuestros hijos para superar mis propias punzadas de angustia y temor.
De vez en cuando, me venían sentimientos residuales acerca de la situación. Era tentada a creer que de alguna manera Robin había sido abandonado. Pero en cada ocasión me recobraba y afirmaba la verdad espiritual acerca de nuestro hijo. La perfección no está sujeta a la materialidad, al tiempo, la distancia o ningún otro concepto humano. Es el reflejo de Dios, el Alma y el Espíritu divinos, lo que se evidencia en nosotros física, mental y moralmente cuando oramos.
El apoyo inmediato que nuestros hijos se dieron unos a otros me inspiró. En Ciencia y Salud, Mary Baker Eddy escribe en la página 62: “Toda la educación de los niños debiera ser tal que forme hábitos de obediencia a la ley moral y espiritual, con la cual el niño pueda enfrentar y dominar la creencia en las así llamadas leyes físicas, una creencia que engendra la enfermedad”. Me sentí muy agradecida porque nuestros hijos usaran el entrenamiento espiritual que se les había dado en casa y en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana cuando necesitaron ayuda.
También me sentí específicamente agradecida por la calma y el pensamiento claro de James Tyler cuando se acercó para ayudar a su hermano más chico. Él estuvo atento para recibir esos mensajes angelicales, o “pensamientos de Dios que pasan al hombre” (Ciencia y Salud, pág. 581), que le dijeron cómo abordar mentalmente la situación. Y eso estableció las pautas para todos sus hermanos y hermanas, e incluso para algunos de los padres y niños que estaban presentes.
¡Esta curación fue para la gloria de Dios! Todos podemos recurrir a Él en cualquier momento. Dios es Amor, y Él ama a todos Sus hijos por igual. Nuestros hijos crecieron conociendo bien estas verdades espirituales, y las mismas continúan siendo frescas y nuevas cada día. Estas verdades provienen de Dios y están disponibles para que todos nosotros las probemos a nuestro modo.
Libby Jones
Nevada City, California, EE.UU.