Un día, Camden, mi hijo de cinco años, no se sentía bien y se quedó conmigo en casa en lugar de ir a la escuela. Su papá lo recogió aquella noche, conforme al acuerdo que teníamos desde nuestro divorcio. Al día siguiente, me preguntaba cómo estaría mi niño. Sin embargo, habiendo orado gran parte de la noche y en la mañana temprano, continué esta comunión con Dios en lugar de enviarle a su papá un mensaje de texto para averiguar si Camden estaba bien.
Justo alrededor de la hora en que yo sabía que dejarían a Camden en la escuela, me consoló leer la Biblia. Los pasajes que leí ayudaron a asegurarme de que Camden estaba bien y que recibía el cuidado adecuado. Un momento después sonó el teléfono. Era su papá. Respondí la llamada y esperé a que él dijera algo, pero en cambio escuché que Camden y su hermano hablaban con alegría. Oí que su papá les preguntaba si estaban listos para ir a la escuela y comprobaba si Camden tenía su almuerzo. Los chicos sonaban muy dulces, felices y saludables.
El papá de Camden no me había llamado intencionalmente; había sido una “llamada accidental”. Pero, ya sea que fuera intencional o no, me mostró los resultados de la oración. Le agradecí a Dios de todo corazón por Su cuidado omnipresente y por mostrarme cuán saludable y feliz estaba Camden aquella mañana.
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