Hay muchas formas de expresar el amor de un padre. Ciertamente he conocido a hombres y mujeres que nunca han criado niños, sin embargo, no dudan en manifestar considerable amor a los pequeños.
En otras palabras, el amor desinteresado no es exclusivo de personas de determinado género o de aquellas que tienen hijos. Este consiste en expresar cualidades espirituales tales como paciencia y alegría al cuidar de los que nos rodean. Y puesto que Dios, quien es el Amor mismo, nos creó, todos tenemos la capacidad de expresar y sentir el amor de Dios, dondequiera que nos encontremos.
Mary Baker Eddy, una estudiante sincera de la Biblia quien descubrió la Ciencia Cristiana en el siglo XIX, percibió la naturaleza de Dios como Padre tanto como Madre, nuestro Progenitor espiritual. Si pensamos que nuestro Padre-Madre Dios responde a nuestras necesidades, en lugar de sentir que dependemos de otras personas, llegamos a comprender que no se nos puede negar el amor de Dios. El Amor divino es universal, inclusivo y omnipresente; es la fuente de todo el amor que existe: el amor del Padre que provee y defiende, el amor de la Madre que nutre y conforta. ¡Jamás estamos separados de este amor! Aunque es posible que no siempre se exprese en la persona o el lugar que esperamos, nada puede impedir que el amor de Dios nos encuentre cuando es necesario.
Comprobé esto cuando era muy joven y caí “al abismo”, por así decirlo. Encontré el valor de abandonar una manera peligrosa de vivir, pero no había tenido tiempo de planear de antemano. Estaba sola, vestía ropa sucia y me sentía desesperada. Me las ingenié para llamar a mis padres, quienes comenzaron a hacer planes para que viajara en avión a casa. Conseguí que alguien me llevara al aeropuerto, sin saber si podría abordar un avión antes del fin del día.
Nada puede impedir que el amor de Dios nos encuentre cuando es necesario.
Descubrí un rincón lejano del abarrotado aeropuerto (sintiendo que ni siquiera merecía un asiento), y me senté en el suelo. Entonces escuché mi nombre por el altoparlante, así que caminé hasta el mostrador. Un hombre —alguien que jamás había visto— estaba de pie allí con una cálida y compasiva sonrisa. Era un practicista local de la Ciencia Cristiana, alguien cuyo trabajo de tiempo completo es ayudar a la gente por medio de la oración. Mi padre se había comunicado con él antes y le había pedido que orara por la situación.
Mientras estaba orando, sintió la inspiración de venir a acompañarme en persona. Había conducido hasta los establos donde yo había estado trabajando, y le dijeron que me había ido al aeropuerto. Él incluso me compró comida (hacía por lo menos un día o algo así que no comía). Aún hoy me maravilla pensar en cómo este extraño puso sus oraciones en acción para una adolescente confundida aquel día.
Sin embargo, él esencialmente no era un extraño. Yo no lo había visto antes, pero conocía muy bien el amor que expresaba. Si hubiera cerrado mis ojos, habría pensado que estaba con mi mamá y mi papá, no con un desconocido. Aprecié su bondad, pero fue más que eso. Percibí que detrás de ella había un amor espiritual impulsado por Dios. Era puro, como es siempre el amor de Dios. Sentí que el Amor divino me sostenía y me unía a sí mismo como un abrazo cálido que se extendía a través de mí, sin juzgarme. Las ideas que este hombre compartió conmigo no eran simplemente palabras. Se transformaron en anclas espirituales durante este viaje y en muchas ocasiones después. Su certeza de que yo merecía ser amada era una afirmación de que Dios era mi Padre, Madre y compañero por siempre. Supe que estaba a salvo.
Cuando llamaron mi nombre para que abordara un vuelo unas horas más tarde, nos despedimos. Me recordó que Dios estaba allí mismo donde yo estaba, amándome y dándome todo lo necesario. Al abordar el avión, vi de inmediato más evidencias del amor de Dios al sentarme junto a una mujer que, con una sonrisa de oreja a oreja, no solo me dijo cuánto amaba los caballos, sino que me ofreció comida y algo para beber.
No obstante, por encima de todo, este no fue un día en el que solo me sentí bien. Un sentimiento perdurable del amor sanador e ilimitado de nuestro Padre-Madre Dios permaneció conmigo, y mi situación cambió por completo.
Aún atesoro aquel día en el aeropuerto y he continuado viendo este mismo amor compartido generosamente a lo largo de muchos años desde entonces, probándome una y otra vez que el Amor no es personal; es verdaderamente divino.