Desde pequeña me sentía insatisfecha. Era como que algo me faltaba, como si tuviera un vacío interior, y andaba en la búsqueda de llenarlo. Debo decir que mi familia me daba mucho afecto, y aunque éramos de condición humilde, no me faltaba nada de lo que necesitaba. Sin embargo, esa sensación de sentirme incompleta se agudizó después que a los dieciséis años rompí mi compromiso con un hombre con quien planeaba casarme. Siempre que me sentía triste o sola, fumaba un cigarrillo.
Al año siguiente, me casé con otra persona, y después que él nos abandonó a mí y a nuestra hija recién nacida, lo que era un cigarrillo de vez en cuando, se transformó en un hábito compulsivo. Tenía el constante deseo de fumar; había elegido al cigarrillo como compañero.
Cuando mi madre sufrió de un grave desorden mental, fue que conocí la Ciencia Cristiana. El amoroso tratamiento que recibió de una practicista de esta Ciencia restauró su salud. Al ver su curación, comencé a estudiar la Ciencia Cristiana y aprendí que Dios es nuestro Padre-Madre, y Progenitor del todo bueno y amoroso, quien no nos condena.
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